Por:
Carlos Almenara
Donald
Trump llegó a la presidencia de EE.UU. haciendo uso de un lenguaje
racista y xenófobo.
De
algún modo, Trump es el corolario necesario del gobierno hipócrita
de Obama. Si un gobierno que concentra la riqueza, que expande la
guerra, que se asocia a organizaciones terroristas, que espía más
de lo que nadie nunca espió sobre la Tierra, que financiariza la
economía, deja miles sin vivienda, que hace del Mediterráneo la
fosa común más grande del mundo fruto de sus guerras, si ese
gobierno pretende presentarse como un virtuoso catálogo de humanismo
y civilidad.
A
comienzos de la década de los '70, en el Chile de Allende, Armand
Mattelart y Ariel Dorfman publicaron “Para leer al Pato Donald” (disponible en pdf en este enlace) .
La invitación, la tesis central del libro, fue totalmente pertinente
entonces y lo es en cualquier época. Los cambios sociales profundos
precisan para serlo decodificar los mensajes en las historietas, en
los dibujitos, en los consumos culturales masivos. Los valores, la
lógica imperial de dominación viene encriptada en ellos.
En
esos inicios de los '70, la revista, la caricatura era un consumo
difundido. Cuánto más hoy la omnipresencia mediática afecta
nuestra percepción del mundo y hasta define valores.
No
se puede leer el fenómeno que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca
sin una interpretación de procesos sociales, culturales y económicos
de Estados Unidos (y del mundo todo) actual.
Y,
efectivamente, se ha interpretado de muy distintas maneras este
proceso político, se ha caracterizado profusamente a Trump, pero, me
parece, faltan lecturas culturales, epocales y por qué no,
cuestionamientos a las categorías mismas que utilizamos. Así como
en los '70 era necesario ver con otros ojos el Pato Donald, hoy
deberíamos hacernos algunos replanteos semejantes.
Lo
primero a decir es que el autor de estas líneas deplora el racismo,
la xenofobia y su utopía (o su punto de partida según lo plantea
Rancière) es la igualdad del género humano. Y Trump tuvo, sin lugar
a dudas, afirmaciones y comportamientos racistas y xenófobos, entre
otras discriminaciones execrables. Dicho esto, pido, requiero,
profundizar el análisis.
Esa
categoría, la condena ética, tan de moda, debe ser puesta en la
picota porque está en el corazón de la trampa imperial. Alegan que
Sadam Hussein tiene armas de destrucción masiva, hay una condena
“escandalizada” y se decide una invasión a Irak. Decenas de
ejemplos podemos dar en que se describe un hecho de modo amañado,
manipulado o inventado y a partir de allí se postulan consecuencias
políticas, sociales o judiciales. Prima el grito, el escándalo
moral, el foco es un individuo malvado, pero hay una carencia
absoluta de análisis de las estructuras que hacen posible el hecho.
De
algún modo, Trump es el corolario necesario del gobierno hipócrita
de Obama. Si un gobierno que concentra la riqueza, que expande la
guerra, que se asocia a organizaciones terroristas, que espía más
de lo que nadie nunca espió sobre la Tierra, que financiariza la
economía, deja miles sin vivienda, que hace del Mediterráneo la
fosa común más grande del mundo fruto de sus guerras, si ese
gobierno pretende presentarse como un virtuoso catálogo de humanismo
y civilidad… si eso pretende, bueno, Trump. Hay una razón para
ello: para implementar políticas salvajes más vale tener valores
vinculados al desprecio y el atropello. No puede Obama (menos
Clinton) presentarse como un gran humanista y aplicar políticas
salvajes que pierden su disfraz a los cien metros sin que ello
suponga una pérdida de credibilidad.
Pero
hay algo aún más decisivo: la construcción de legitimidad. Años
llevamos viendo cómo se concentran los medios, cómo se homogeneizan
discursos uniformemente discriminadores y violentos. Obama, amagó
enfrentarse con la Fox. Obama puede ser el Burrito Ortega de la
política estadounidense, el rey del amague. Amagó salir de
Afganistán, amagó cerrar Guantánamo, amagó una reforma
migratoria, amagó y amagó y siempre hizo otra cosa.
No
es anecdótico, no se puede confrontar el discurso xenófobo de un
candidato en los medios que bajan un discurso xenófobo día tras
día, sin confrontar también esos medios. No se puede confrontar un
discurso xenófobo si se es responsable de la muerte diaria de miles
de inmigrantes, producto de guerras intencionalmente impulsadas y con
pleno conocimiento que ésas serían las consecuencias.
Lo
individual tiene su peso pero no es la única manera de analizar un
proceso. El mundo requiere que hagamos de este cuestionamiento
epistémico un bandera para no caer en el anecdotario con que nos
entretiene la televisión. Hay grupos, élites, corporaciones,
intereses, naciones, clases sociales.
Por
ejemplo, lo que en la teoría política suele verse como “paradigma
dirigencial”, las élites, grupos, corporaciones en disputa,
aportan un material importante al análisis del fenómeno Trump. El
modelo de globalización financiarizada, con preeminencia de guaridas
fiscales, los tratados de libre comercio, el gobierno mundial de las
empresas, sufrió una derrota.
No
es “un pasado injusto pero conocido”, no, lo que estamos viendo
los últimos años es una aceleración que lleva a un mundo de
(otrora) ciencia ficción con manipulación global de la información,
destrucción de los Estados y saqueo imperial de los recursos
naturales. El modelo es Libia, donde hasta simularon en un set de TV
el triunfo rebelde. Libia, la guerra personal de Hillary Clinton.
Por
supuesto, otro imprescindible a recuperar epistemológicamente es el
punto desde donde mira el analista. Tienen buenas razones para
preocuparse los estadounidenses. Pueden aprovechar para hacerse
algunas preguntas. Sugiero una ¿si llevan años filmando “Rambos”
en el cine por qué asombrarse que los presidentes le salgan con
forma de Rambos?
Pero
el punto de mira de los ciudadanos estadounidenses es distinto del de
un sudamericano. Que además no pretende emigrar a Estados Unidos.
Para los de acá, para los que queremos hacer de Suramérica nuestro
lugar y hacerlo mejor y más autónomo día a día, es difícil
lamentarse, en función de nuestro interés, del resultado electoral.
No sabemos qué será Trump. Hillary hubiera sido un desastre difícil
de superar.
Para
las élites locales que necesitan la ayuda imperial para gobernar los
países del Sur, es un grave problema. Tenían todo jugado a
gallareta Hillary. Y salió Pato Donald Trump.