"Tenemos
que cambiar nosotros mismos"
José
María Castillo,
La
cultura de la ambición sin límites. Pero esto no es asunto de
políticos, banqueros y obispos. Esto depende de todos
Mucha
gente se imagina que la corrupción es un asunto feo, sucio son
responsables determinados políticos, algunos empresarios y extraños
sujetos, que manejan mucho dinero, engañando al fisco, robando a los
ciudadanos y llevándose los millones de sus oscuras ganancias a
paraísos fiscales, en los que guardan inmensas fortunas, que nos han
saqueado a los modestos ciudadanos que sólo tenemos para ir tirando
de la vida.
Esta
idea, que está bastante generalizada (con todos los matices que sea
necesario ponerle), se fundamenta en un criterio, que, por otra
parte, resulta bastante "razonable". A saber, la corrupción
es la consecuencia del comportamiento de individuos corruptos. Es
decir, la corrupción - de la que tanto nos quejamos, y con razón -
es básicamente un problema moral. Un problema que afecta a la
política, a la economía, a los derechos humanos y, más en
concreto, al derecho de propiedad, al derecho penal, al derecho
fiscal, procesal, etc., etc.. Con la serie interminable de
consecuencias nefastas que todo eso lleva consigo. Y el reguero de
víctimas que deja tiradas en las cunetas de la vida y de la
historia.
Lo
que acabo de decir es tan conocido y está tan patente, que nadie
(según creo) lo va a poner en duda. Pero, ¿es esto toda la verdad
de lo que realmente está ocurriendo y estamos padeciendo? No.
Ciertamente no. Lo que he dicho es cierto. Pero no llega al fondo del
problema que representa la corrupción.
Porque
la corrupción (en la totalidad del fenómeno) adentra sus raíces en
nuestras vidas y ha alcanzado tal amplitud en nuestra sociedad, que
de ella se puede afirmar con seguridad que no es ya meramente un
problema moral, sino sobre todo constituye un problema cultural. La
corrupción no alcanza sólo, ni principalmente, a los individuos - a
determinados individuos -, sino que se ha erigido en un fenómeno
cultural. De forma que la corrupción es un componente constitutivo
de la cultura que se nos está imponiendo, cada día con más fuerza.
Este
fenómeno viene de tiempos atrás. La conocida economista, Loretta
Napoleoni, ha dicho con toda la razón del mundo: "Paradójicamente,
cuando se logró el objetivo final de la Guerra Fría, la caída del
Telón de Acero, el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial se
desintegró, y el Estado perdió el control de los mercados. La
política dejó de dominar a la economía. Fue en ese punto de la
historia cuando la economía cesó de ser un servicio a los
ciudadanos y se convirtió en una fuerza salvaje, orientada
exclusivamente a ganar dinero rápido a expensas de los
consumidores". Y, desde entonces, así están las cosas, cada
día del mal en peor.
Pero
aquí hago una advertencia, que me parece capital. En este proceso,
tan sucio, tan canalla y tan peligroso, estamos casi todos metidos.
Porque el dinero, que llega a nuestros bolsillos, pasa por los bancos
y, por tanto, es dinero que, de una manera o de otra, está implicado
y complicado en el oscuro y turbio asunto de las finanzas. Los
políticos y los economistas normalmente nos engañan. ¿Existen
realmente finanzas éticas, seguras y fiables sin duda posible? Y si
renunciamos a la banca y sus finanzas, ¿qué hacemos? ¿metemos el
dinero en un calcetín, lo guardamos debajo del colchón y nos
dedicamos a vivir en la clandestinidad del dinero negro? ¿es que
estamos dispuestos a convertirnos en delincuentes ocultando lo poco
que nos queda? ¿terminaremos diciendo "que se pare el mundo,
que quiero bajarme"?
En
1941, cuando apenas había terminado la Guerra Civil Española, y
cuando estaba empezando la Segunda Guerra Mundial, llevaron al cine
la grotesca comedia de Jardiel Poncela, "Los ladrones somos
gente honrada". Hoy tendríamos que volver a tomar el tema. No
para reír un rato, sino para pensar a fondo en este hecho: una
cultura no se modifica ni con el poder de los políticos, ni con el
dinero de los banqueros. La cultura depende, sobre todo, de la
educación. Y la educación es verdaderamente tal, si transmite
"convicciones" que modifican nuestras costumbres y nuestras
pautas de conducta (Arnold J. Toynbee; J. Habermas). Pero, mientras
la ganancia y el poder sean los valores determinantes de nuestras
vidas y de nuestra sociedad, ¿a dónde vamos? ¿qué mundo les vamos
a dejar a las generaciones futuras? Me dan risa los políticos y sus
discursos, los grandes gestores de la economía y sus potentes
instituciones, los obispos y sus sermones que con tanta frecuencia
riegan fuera del tiesto. Así no cambiamos lo que de verdad nos urge
cambiar: la cultura de la ambición sin límites. Pero esto no es
asunto de políticos, banqueros y obispos. Esto depende de todos. Y
todos, por tanto, tenemos que cambiar. Pero no, que cambien los
demás. Tenemos que cambiar nosotros mismos.