José M. Castillo
Los sangrientos incidentes, que se han provocado en París con motivo de
los asesinatos causados por el fanatismo religioso islamista contra los
periodistas de Charlie Hebdo, han desencadenado la indignación y el
miedo por casi toda Europa. Y la lógica del discurso, como es normal, se
orienta mayoritariamente a condenar la violencia irracional de los terroristas.
Sin embargo, si la cosa se piensa a fondo, me temo que se cargue la mano sobre
algo que es muy verdadero: la violencia criminal de los intolerantes de
la religión. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, es que el empeño
legítimo por defender la libertad de opinar en una sociedad democrática, puede
ocultar otro aspecto fundamental de la cuestión, a saber: que la religión es
un asunto extremadamente serio. Porque la religión toca las fibras más
profundas en las convicciones que dan sentido a la vida de millones de seres
humanos. Y con esto - si es que tomamos la vida muy en serio - hay que tener
mucho cuidado.
Insisto: si es importante
respetar la libertad de expresión, y en esta libertad hay que educar a la
ciudadanía; pero también es importante que todos nos eduquemos en el respeto a
las creencias y convicciones de los demás, con tal que tales creencias no
lleven a la violencia en ninguna de sus formas.
Por supuesto que no es
equiparable la violencia de un arma de fuego con la violencia de un lápiz. Pero
tan cierto como eso es que no debe ser bueno para nadie lo que
atinadamente ha dicho un artista francés bien conocido: “Mofarse de todo el
mundo es una tradición muy arraigada en Francia desde Voltaire” (Christian
Boltanski). Y que nadie me venga con las sutiles precisiones lingüísticas que
ha hecho Alberto Manguel. Por supuesto, que “la razón tiene derecho a reírse de
la locura”. Como no es lo mismo la “sátira” que el “insulto”.
Estamos de acuerdo con
todas las precisiones que los pensadores y lingüistas nos quieran y nos deban
hacer sobre lo que han hecho los ingeniosos periodistas del humor de Charlie
Hebdo. Pero, ¡por favor!, no olvidemos que las palabras, las ideas y las
sutiles distinciones de los sabios, nunca pueden abarcar la totalidad de lo
real. Y la realidad - triste y dura realidad - es que, con demasiada
frecuencia, el que se dedica al oficio de mofarse de los demás, por muy artista
que sea, posiblemente sin darse cuenta de lo que hace, en realidad a lo que se
puede dedicar muchas veces es a despreciar a quienes discrepan de sus ideas,
por más respetables que sean. Pasar de la sátira al desprecio es más fácil de
lo que sospechamos. Pero, es claro, que quien se ve o se siente despreciado,
una y otra vez, llegará el día en que se ponga como un loco a violentar y matar
al que le ofende.
¿Que hay que vigilar a
los terroristas? Por supuesto. Pero que quede claro que no es menos urgente
vigilar también a quienes se dedican a la desagradable tarea de la burla
y la mofa como oficio.