(Antes una pequeña explicación)
En las humildes casas de Palestina, en
tiempo de Jesús, el techo se construía con vigas de madera que alcanzaban de
pared a pared, luego se ponía una capa de hierba, o quizás de ramas, poniéndose
sobre ésta una capa de tierra o arcilla; luego se esparcía sobre ella arena y
gravilla, pasándose luego sobre ella un rodillo de piedra, el cual permanecía
sobre el techo para usarlo varias veces apisonando el techo y especialmente durante
las primeras lluvias, para que no se escurriera el agua a través.
(Ayer)
(Miren en el evangelio de Marcos 2, 1-12)
Llegaron cuatro agarrando una sábana por cada punta. Acostado en medio,
repitiendo ¡ay, ay!… a cada paso de los porteadores, un muchacho agarrándose las piernas encogidas.
Se detuvieron ante la casa donde se
apretujaba un puñado de personas. Dentro
se escuchaba una voz fuerte y murmullos, a veces exclamaciones,
alguna risa en momentos. Pero la puerta de la casa estaba bloqueada por los
asistentes.
“¿Qué hacemos- dijo uno de los cargadores?”
“Marcharnos - dijo otro – aquí no cabe
un alfiler”
“¿Y para eso hemos venido a Cafarnaúm desde la aldea?”
“Déjenme aquí ,- suplicaba quejoso el
de la sábana – no aguanto más”
“No te dejamos; ya que hemos venido…”
El que había estado callado hasta entonces levantó el dedo: “Podemos
entrar por”…- señaló los escalones de barro
cocido que subían a la terraza pegados a la pared – Voy a buscar unas cuerdas...
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