“¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno.
Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros,
pero yo no.
Hoy nadie se siente responsable,
hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el
comportamiento hipócrita. “
El Papa
Francisco en Lampedusa, en julio del 2013.
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Casi dos años han pasado desde aquella jornada en la que el Papa Francisco llegó a la pequeña isla italiana de Lampedusa, para acompañar a los familiares de decenas de inmigrantes muertos en su intento desesperado por llegar a Europa. Era su primera salida oficial y resultó una declaración de principios. ¿“Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias?”. Su comprometido mensaje, los rostros de la alcaldesa socialista y del párroco de Lampedusa, fueron portada de muchos diarios del planeta. Pero nuevas y más graves tragedias demuestran que los que tienen el poder para hacer, no solo no han hecho nada para evitarlas, sino que con sus políticas continúan incrementando el número de refugiados y de parias que arriesgan sus vidas para encontrar su lugar en el mundo.
Casi
un millar de víctimas que escapaban de la miseria y de las guerras.
Centenares
de seres humanos pueden haber muerto en el canal de Sicilia, cuando se hundió
el viejo pesquero en el que alguna de las mafias de traficantes les prometió
que llegarían a la isla de Lampedusa. Según el relato de uno de los 28
sobrevivientes, podrían ser 950 los inmigrantes que iban a bordo. Como es
habitual, la embarcación era muy precaria, un pesquero más cerca del desguace
que de navegar. Son los “recipientes” habituales que utilizan los traficantes
para su “negocio” de llevar inmigrantes a Europa. Eso, la sobrecarga y la falta
de condiciones seguras de navegación, son las causas que provocan muchas veces
una tragedia anunciada. Si se confirma el número de víctimas, será la más grave que se produce en el Mediterráneo
en la última década. La proximidad de un navío de carga portugués y la
existencia de un puñado de sobrevivientes, ha permitido que esta tragedia no
quedara como la “desaparición” de un barco con un número impreciso de
inmigrantes como suele ocurrir. Esta vez, desde un primer momento se tuvo
conciencia de la magnitud de la tragedia.
Según
las últimas informaciones reveladas por la Fiscalía de la provincia italiana de
Catania, entre los ocupantes habría unas 200 mujeres y entre 40 y 50 niños. Las
víctimas serían de Argelia, Egipto, Somalia, Nigeria, Senegal, Malí, Zambia,
Bangladesh y Ghana. Por supuesto, no se mencionan europeos ni nacionales de
ningún país “desarrollado”. Uno de los supervivientes relató que la mayoría de
los inmigrantes iban encerrados por los traficantes en los compartimentos más
bajos de la nave, lo que seguramente impidió una posible huída antes del
naufragio.
La
tragedia estimula la hipocresía europea y mundial
Como
suele ser habitual, las cancillerías europeas entonaron sus plañideras
declaraciones de rigor. “Lamentable”, “no debe repetirse”, “vergonzoso”…Y todos
se sienten en la obligación de añadir una frase que supone una forma de
terminar con las tragedias.
El
secretario de exteriores británico Phillip Hammond proclamó en Luxemburgo que
la solución pasa por “el ataque contra las redes del tráfico de seres
humanos”. No es que sea imbécil. Es la
hipocresía en estado puro. Sabe que no sirve atacar las consecuencias sino el
origen del problema. Y que si hay mafias es porque hay seres humanos desesperados.
Y la causa de su desesperación es el horror de la miseria, de la desigualdad y
en particular de la violencia. Porque en sus lugares de origen, abundan las
armas de todo tipo, y faltan los alimentos fundamentales y hasta el agua. Libia
y Siria se han convertido en escenarios del espanto. Casi dos millones de
habitantes han huido de Siria y más de seis millones son desplazados internos.
Como decía uno de ellos que pudo llegar a España: “Nosotros respiramos pero no
vivimos, vivir es otra cosa”. Su país
lleva años en una guerra en la que hay tantos que matan en nombre del gobierno,
de grupos de oposición, de su religión o de sectas y movimientos minoritarios
que han convertido el país en un escenario bélico permanente donde lo que único
que no faltan son las bombas y las metralletas. En ello contribuyen eficazmente
gobiernos de países “civilizados”, como les gusta autodefinirse. Entre ellos Estados Unidos, Francia, Reino
Unido, España o Israel. A todos los que matan y destruyen poco les importa el
futuro de Siria y de su pueblo.
Y
mientras redacto esta crónica, aviones de Arabia Saudí bombardean población
civil de Yemen, provocando decenas de muertos y heridos. El país atacante
decidió intervenir en una lucha interna y encabeza una coalición que también
integran Qtar, Kuwait, Emiratos y Marruecos entre otras naciones. Los
organismos internacionales “miran hacia otro lado”.
En
las últimas horas barcos de guerra de los Estados Unidos han llegado al Mar
Arábigo para “garantizar la navegabilidad en la zona”. Yemen con 24 millones de
habitantes es uno de los países más pobres de la región. Y como es previsible
comienza a generar decenas de miles de refugiados que intentan escapar de los
ataques y bombardeos. Más refugiados, más desesperados que se sumarán a los que
aguardan en las costas libias para cruzar el Mediterráneo.
Libia
afrontó en febrero del 2011 choques entre el gobierno de Gadafi y grupos
opositores. Pero un mes más tarde, Francia y Reino Unido decidieron tomar
partido y comenzaron a dar apoyo militar
a los rebeldes. En los meses siguientes, creció la intervención con la llegada
de la flota norteamericana y finalmente fue directamente la OTAN la que sumó
sus bombas y sus misiles. Entre los que la prensa europea y norteamericana
definía como “aliados” en esta empresa guerrera también se anotaron las
“petromonarquías” de Arabia Saudita y Qtar.
Nunca
se sabrá cuantos muertos dejó la “liberación” libia. Tras 8 meses de guerra,
asesinado Gadafi y balcanizado el país en áreas controladas por tribus, sectas
o simplemente grupos de delincuentes, Libia se convirtió en un espacio
geográfico ingobernable. Los “civilizadores” se aseguraron el control de los
recursos petroleros de una forma directa o negociando con los ocasionales
“dueños” y luego se “lavaron las manos”. Ahora para ellos Libia es “un estado
fallido”. Su pueblo, como los iraquíes, los afganos, los palestinos, los
yemeníes y tantos otros, son víctimas de las intervenciones militares
extranjeras y de situaciones internas insoportables.
Otra vez lamentos y promesas
Las
sucesivas tragedias en el Mediterráneo, son hechos “incómodos” para los
gobiernos europeos y para todos los dirigentes mundiales implicados. En especial cuando ponen en evidencia que los
países por los cuales han pasado con sus bombarderos, sus flotas y sus
“drones”, han dejado caos y destrucción. Y que han provocado que cientos de
miles de hombres y mujeres intenten escapar y encontrar su lugar en el mundo.
Los
protectores de los bancos y los poderes económicos, tan prestos y eficaces en
defender a los mercaderes, resultan inútiles a la hora de preservar vidas o
tomar decisiones que mejoren las condiciones de quienes huyen de la guerra y de
la miseria. Desde sus confortables salas en Bruselas y Luxemburgo vuelven a
convocar solemnes reuniones donde repetirán su compromiso de “tomar medidas”.
Pero es más que improbable que reconozcan sus propias responsabilidades.
No
admitirán que lo que les preocupa en el área mediterránea es impedir que les
lleguen los “indeseables”, no rescatar a los náufragos. Abren sus fronteras a
los capitales, pero las quieren blindadas para los seres humanos que huyen de
la miseria o de la guerra.
No
reconocerán que sus incursiones neocoloniales para “poner orden” dejan un
rastro de muerte y destrucción en amplias regiones del área mediterránea.
Tampoco
admitirán que sus acuerdos “de cooperación económica y financiera” que imponen
a los países africanos implican una venta de sus materias primas a un precio
inferior al del mercado internacional. Y
que para mantener esas relaciones de explotación no dudan en utilizar directa o
indirectamente la violencia, eliminando a quienes ofrecen resistencia o
promoviendo dictadores o gobernantes sumisos.
Su
discurso mediático estará dirigido -una vez más - a ocultar las causas
estructurales de las corrientes migratorias de las cuales son responsables. Por
sus conductas coloniales en el pasado y por su continuidad en los expolios en
el presente.
Preferirán
centrar su discurso en quienes trafican con los desesperados. Mostrarán
procedimientos policiales, dirán que han desmantelado redes de traficantes.
Pero
eso no solucionará las causas estructurales. Solo aumentará los riesgos y la
indefensión de los que huyen de la miseria y de la muerte.
Los
mensajes exculparán a los gobiernos europeos. E intentarán aplacar las malas
conciencias de los ciudadanos. Tratarán de imponer la sensación de que las
tragedias en el Mediterráneo son algo natural, como los terremotos o los
tsunamis. En eso contarán con la
colaboración de todos los grandes medios de comunicación. Desde allí, sin
descanso seguirán tejiendo las redes de
la indiferencia.
Contra
esa terrible metástasis tenemos que luchar para considerarnos dignos. Para que
nuestra vida tenga sentido. Que no nos mientan más.
Stéphane
Hessel, uno de los artífices de la
Declaración de los Derechos Humanos - aquello que se menciona mucho y se cumple
poco - nos decía que “la indiferencia es
la peor de las actitudes”. Antes de
dejarnos, proclamó su propuesta: ¡indignaos!
Pues
sí, tomar conciencia e indignarnos y denunciar a los verdaderos responsables de
tanta muerte y tanto dolor.
“Desgraciados
los tiempos en los que hay que explicar lo obvio”.
*
Carlos Iaquinandi Castro, redacción de SERPAL,
Servicio de Prensa Alternativa.
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21 de abril de 2015
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