¿Qué habrá pasado por
la cabeza de este joven de 28 años para hacer una acción de este tipo, a pesar
de oír al capitán golpeando cada vez más fuerte la puerta y diciendo: “Por
Dios, abre esta puerta!”, a pesar de oír las advertencias del aparato y de la torre
de control…? Imposible de imaginar.
Todo esto, sin embargo,
nos puede motivar una reflexión sobre cómo vivimos las relaciones humanas y la
vida. No sabemos detalles de la vida de Andreas, aunque se van diciendo
algunos. Pero está claro que se encerró en sí mismo de una manera inaudita, ignorando
los avisos y las palabras de la máquina, la torre, el piloto del avión que lo
llamaba desde fuera…
Problemas, encierro en
sí mismo, ambiciones truncadas, parecen un cóctel que no supo afrontar el joven
copiloto. Es evidente que éste es un hecho puntual, y que de ahí no se pueden
sacar grandes conclusiones generales. En cada instante del día hay más de 8.000
aviones en el aire en todo el mundo. Cada día, en cada instante, hay 8.000
pilotos y copilotos que están en vuelo y hacen su trabajo con cuidado, responsabilidad
y respeto por la vida. Pero quizás el drama que hemos vivido nos puede ayudar a
reflexionar sobre nuestra sociedad y los valores que la constituyen. Quizás
esta tragedia es una punta de iceberg que muestra síntomas de alguna enfermedad
que podemos tener como sociedad…
Subrayaré tres:
1) La primera
enfermedad es la despersonalización de nuestro trabajo. Una sociedad que tiende
al individualismo hace que cada uno mire para sí mismo, que realice su trabajo
sin mirar ‘a quién se hace’, que sólo mire ‘lo que se hace’. Es la enfermedad
de no ver la diferencia entre hacer y servir. ‘Hacer’ tiene como centro la
acción que se realiza. ‘Servir’ tiene como centro a la persona o personas a las
que se hace este servicio.
Ver
¿Quizás desde la
tradición cristiana podemos destacar más la fuerza de la palabra ‘servir’, de
la palabra ‘servicio’, que tenemos a menudo olvidada? ¿Quizás desde la
enseñanza social de la Iglesia podemos recuperar la importancia de las diversas
dimensiones del trabajo, de la profesión? ¿Acaso hemos de recordar las
dimensiones del trabajo que van más allá de la percepción de un salario para
vivir, o de unos objetivos profesionales a alcanzar para satisfacer una especie
de pasión por el honor, el poder, o el ‘ser más’?
Es significativo cómo dos
días después del fatídico vuelo, un capitán de la misma compañía aérea, Frank
Woiton, recibía en la puerta del avión a los viajeros, daba la mano a cada uno
de ellos, los saludaba en persona… Si Andreas hubiera dado la mano a los
pasajeros cada día, si les hubiera mirado a los ojos al embarcarse, si hubiera
hecho carantoñas a los bebés que embarcaban… quizás hubiera intuido la riqueza
y preciosidad de las 150 historias humanas que acompañaba, llenas de
relaciones, afectos, pasiones, suspiros e ilusiones.
Y quizás hubiera visto
que, más allá de sus problemas, más allá de sus esperanzas frustradas y de su
enfermedad, cada persona, y él mismo también, es digna de admiración y de
‘respetuosa reverencia’, como decía Thomas Merton en su epifanía de Luisville… Quizás
hubiera repensado su acción brutal y no hubiera ignorado los gritos de “¡por
Dios, abre la puerta!” que le lanzaba el capitán…
Y nosotros nos podemos
preguntar: en lo que hacemos, en nuestro trabajo o nuestros quehaceres
domésticos, ¿miramos sólo ‘lo que hacemos’, o bien miramos ‘para quien lo
hacemos’? Quizás podemos cambiar nuestra manera de ‘hacer’ para que sea, cada
vez más, ‘servir’. ¿No habría aquí una gran revolución en nuestras vidas, en
nuestra sociedad? Si los conductores de autobuses, los médicos, las enfermeras,
los maestros y profesores, los vendedores, los oficinistas, los comerciantes,
los empresarios, los trabajadores de la limpieza de las ciudades o de nuestras
oficinas…, si todos vieran a quienes están sirviendo, al que están ayudando, al
que están haciendo la vida mejor, ¡cuantas cosas cambiarían! Podemos ver
nosotros si padecemos esta enfermedad de la ‘despersonalización’…
2) La segunda
enfermedad que muestra este hecho es la enfermedad del ‘siempre más arriba’, la
enfermedad de la ambición profesional que incita a romper los obstáculos que se
interponen. Cada uno de los certificados de baja médica que Andreas rompía era,
para él, un obstáculo menos para alcanzar su ambición, su sueño de grandeza de
ser un capitán de vuelos de larga distancia. Cada una de las mentiras que decía
respondía a su empeño en lograr su sueño a toda costa, sin importarle el resto,
sin importarle los medios.
¿Acaso nosotros alguna
vez nos dejamos llevar también por esta enfermedad del ‘más y más’, del ser
‘decidido y ambicioso’, del ‘resolver con efectividad los problemas que se
planteen’, del ser ‘persona siempre en crecimiento y para quien no hay
obstáculos’, para la que ‘todo es posible’? Hay que ir al tanto porque esta
enfermedad es contagiosa…
A veces, grandes
proyectos de un gran alcance, de una gran visión, son impulsados por grandes
empresarios, personas de gran visión y capacidad de emprender grandes cosas,
pero que olvidan a sus empleados, a sus proveedores, olvidan en definitiva a
las personas sobre las que se sustentan estos proyectos y no dudan en ser duros
para alcanzar los objetivos, arrinconar a quien convenga, quitar los
‘obstáculos’ que se interponen a su objetivo… Quizás debemos ser críticos con
los proyectos de gran ‘alcance’ que buscan unos objetivos magníficos pero que
no son lo suficientemente humanizadores, que no ‘miran el rostro y los ojos’ de
los demás, de las personas, de los empleados, y especialmente de los más
vulnerables.
De la misma manera que
se habla de cambiar el PIB por un índice de felicidad, en las organizaciones y
empresas quizás habría que cambiar el índice de consecución de los objetivos
marcados, ‘por un índice de justicia, de servicio y de satisfacción de los
trabajadores y los destinatarios’… O mejor aún, un índice de ‘mayor servicio a
la comunidad y al bien común’ de tal empresa u organización.
Quizás así veríamos que
nuestra ambición no debe ser la propia satisfacción de los ‘vanos honores’ que
dice San Ignacio, sino la de servir y amar más y más, con justicia y con una mirada
a las personas respetuosa con su dignidad.
3) Y la tercera
enfermedad es la falta de resistencia a la frustración. A veces, parece que se
nos presente la conveniencia de que los niños no conozcan el ‘no’, y menos el
‘no es posible’. Parece que a Andreas, su enfermedad psicológica y al parecer
ocular, le supuso un ‘no es posible cumplir tu sueño’. Y claro, la frustración
de un proyecto hermoso es dura de tragar…
Cabe preguntarnos
también nosotros cómo es nuestra ‘tolerancia al fracaso’, al cambio de planes,
cómo es nuestra flexibilidad para el cambio cuando algo no es posible, para
acoger los límites de la realidad. Quizás una puerta que se cierra es otra que
se abre de maneras inesperadas…, donde lo importante no es lo que yo quería,
‘mis proyectos’, sino encontrar maneras alternativas de dar sentido a la vida.
Un sentido que se encuentra en el servicio y la estimación a los demás y que
impulsa nuestra vida, acción y deseos.
Todos somos los padres
de Andreas, de los muchos Andreas que hay y que somos. Todos estamos como
ellos, no sólo consternados sino chocados por lo ocurrido.
Ojalá su muerte, y la
de los otros 149 pasajeros, no sea inútil, como tantas otras muertes por estos
días por la persecución religiosa y demás. Que por lo menos nos ayude a reflexionar
sobre qué personas estamos formando en nuestra sociedad.
Que seamos personas que
miran con cariño a las otras personas; personas que no miran sus propios
intereses y proyectos sino los de la comunidad y el bien común; personas que
son capaces de afrontar con dignidad y serenidad los fracasos y los límites
inherentes a la condición humana.
Descansen en paz.