La dimensión social de la nueva Evangelización
Creado el 10 gener 2014 por Llorenç Puig
Llorenç
Puig. “Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica
descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita”.
Éste
es el fundamento del capítulo cuarto de “Evangelii Gaudium”, en el que el Papa
Francisco muestra la dimensión social del proyecto de evangelización que
plantea.
La
“Alegría del Evangelio” es un programa de nueva evangelización amplia,
sugerente, que nos plantea muchos retos y que, como hemos visto en un post
anterior, se basa en el encuentro personal, hondo, real, con Jesucristo.
Pues
bien, cuando se refiere a las consecuencias sociales que tiene este encuentro
con el Señor, nos indica algunas tentaciones en las que siempre podemos caer y
de las que nos quiere prevenir. Así, la “Alegría del Evangelio”:
–
No es una propuesta de bienestar personal de cada uno. No responde simplemente
a una búsqueda individual de la paz, a la armonía interior por sí misma.
–
Tampoco propone un método para ‘tranquilizar la propia conciencia’, por ejemplo mediante acciones caritativas puntuales:
“Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de
pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual
podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes
sólo a tranquilizar la propia conciencia.” [núm. 180]
–
Ni mucho menos es un programa eclesial ‘hacia adentro’ y que olvide el papel
social de los cristianos/as en nuestro mundo: “nadie puede exigirnos que
releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia
alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las
instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que
afectan a los ciudadanos”. [183]
VER
Nos
encontramos, más bien, ante un proyecto pastoral, evangelizador, que se propone
un “desarrollo de todas las personas y de toda la persona”, de la integralidad
de cada persona. El proyecto de evangelización no es un asunto de sacristías,
sino de las calles, los mercados, las universidades y las fábricas. Por ello,
nos encontramos ante un programa que es una llamada a todos los cristianos/as,
para que recuerden que “están llamados a preocuparse por la construcción de un
mundo mejor”.
La
Iglesia no se puede limitar a dar consuelo a las víctimas, a curar simplemente
heridas, sino que debe hacer propuestas decididas, tal vez contra-culturales,
pero que aporten nuevos horizontes: “el pensamiento social de la Iglesia es
ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese
sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de
Jesucristo”. [183]
Pero
para que este pensamiento social de la Iglesia sea significativo y pueda
continuar siéndolo, debe recordar dónde están sus raíces.
1)
Una de las primeras raíces es la atención y la proximidad a los más pobres, los
más vulnerados. Nos recuerda el Papa Francisco esta grave obligación de
escuchar, de ser ‘instrumentos de Dios en la escucha del clamor de los más
sufrientes':
“Hacer
oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para
escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto”
[187].
¿Somos
esos oídos que se acercan, que escuchan, que hacen conocer los afanes, dolores,
angustias de nuestros hermanos/as? ¿O estamos tan lejos que ni somos
conscientes de su realidad?
2)
Este clamor nos invita a un cambio de mentalidad, una manera nueva de entender
las relaciones sociales y las cosas tan aparentemente claras como la propiedad
misma:
“La
palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal,
pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear
una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la
vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”.
Y
este ‘cambio de mentalidad’ nos puede incomodar, a los que fácilmente nos
podemos acurrucar en nuestras comodidades…: “el planeta es de toda la humanidad
y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con
menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con
menor dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a
algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio
de los demás»” [190].
3)
Es por ello que sin dar demasiados rodeos, el Papa Francisco recuerda que
“Para
la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera
misericordia»”.
Y
añade todavía que:
“Por
eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que
enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores
conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por
ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza
salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia.
Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus
causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a
recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de
ellos”. [198]
Son
ciertamente unas bases bien incómodas, incomodantes. Por ello es interesante
ver cómo el mismo escrito se adelanta a las críticas posibles, que de hecho ha
recibido ya de los sectores más conservadores de los neoliberales
estadounidenses. Dice así:
“La
dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían
estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices
agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni
programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto
molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable
de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes,
molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable
de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un
compromiso por la justicia…”. [203]
Pero
sólo desde el ejercicio de la memoria y de la atención a lo que sucede con los
últimos, los más vulnerables, podremos
proponer un análisis y unas propuestas estructurales que sean transformadoras.
Se podrá decir que el pensamiento social de la Iglesia es ilusorio, utópico,
poco realista. Pero es un pensamiento que tiene por centro no sólo a los
‘triunfadores’ o a las ‘grandes cifras’ estadísticas, sino a las personas
concretas que los grandes análisis suelen considerar ‘colaterales’ o
‘estadísticamente poco significativas’. Y por ello, porque este análisis
recuerda a las personas concretas y recuerda los mejores valores de la persona
humana, es más realista que el que cree que ‘el sistema’ lo erreglará todo.
Por
eso suenan con fuerza estas últimas palabras, llenas de realismo, que
reproducimos en este post:
“Ya
no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El
crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo
supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente
orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de
trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero
asistencialismo. (…) la economía ya no puede recurrir a remedios que son un
nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el
mercado laboral y creando así nuevos excluidos”. [204]