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9 de abril de 2015

¿Una nueva provocación del Papa Francisco?



La dimensión social de la nueva Evangelización
Creado el 10 gener 2014 por Llorenç Puig

Llorenç Puig. “Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita”.
 

Éste es el fundamento del capítulo cuarto de “Evangelii Gaudium”, en el que el Papa Francisco muestra la dimensión social del proyecto de evangelización que plantea.

La “Alegría del Evangelio” es un programa de nueva evangelización amplia, sugerente, que nos plantea muchos retos y que, como hemos visto en un post anterior, se basa en el encuentro personal, hondo, real, con Jesucristo.

Pues bien, cuando se refiere a las consecuencias sociales que tiene este encuentro con el Señor, nos indica algunas tentaciones en las que siempre podemos caer y de las que nos quiere prevenir. Así, la “Alegría del Evangelio”:

– No es una propuesta de bienestar personal de cada uno. No responde simplemente a una búsqueda individual de la paz, a la armonía interior por sí misma.

– Tampoco propone un método para ‘tranquilizar la propia conciencia’,  por ejemplo mediante acciones caritativas puntuales: “Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia.” [núm. 180]

– Ni mucho menos es un programa eclesial ‘hacia adentro’ y que olvide el papel social de los cristianos/as en nuestro mundo: “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos”. [183]
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Nos encontramos, más bien, ante un proyecto pastoral, evangelizador, que se propone un “desarrollo de todas las personas y de toda la persona”, de la integralidad de cada persona. El proyecto de evangelización no es un asunto de sacristías, sino de las calles, los mercados, las universidades y las fábricas. Por ello, nos encontramos ante un programa que es una llamada a todos los cristianos/as, para que recuerden que “están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor”.

La Iglesia no se puede limitar a dar consuelo a las víctimas, a curar simplemente heridas, sino que debe hacer propuestas decididas, tal vez contra-culturales, pero que aporten nuevos horizontes: “el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo”. [183]

Pero para que este pensamiento social de la Iglesia sea significativo y pueda continuar siéndolo, debe recordar dónde están sus raíces.

1) Una de las primeras raíces es la atención y la proximidad a los más pobres, los más vulnerados. Nos recuerda el Papa Francisco esta grave obligación de escuchar, de ser ‘instrumentos de Dios en la escucha del clamor de los más sufrientes':

“Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto” [187].

¿Somos esos oídos que se acercan, que escuchan, que hacen conocer los afanes, dolores, angustias de nuestros hermanos/as? ¿O estamos tan lejos que ni somos conscientes de su realidad?

2) Este clamor nos invita a un cambio de mentalidad, una manera nueva de entender las relaciones sociales y las cosas tan aparentemente claras como la propiedad misma:

“La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”.

Y este ‘cambio de mentalidad’ nos puede incomodar, a los que fácilmente nos podemos acurrucar en nuestras comodidades…: “el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás»” [190].

3) Es por ello que sin dar demasiados rodeos, el Papa Francisco recuerda que

“Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia»”.

Y añade todavía que:

“Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”. [198]


Son ciertamente unas bases bien incómodas, incomodantes. Por ello es interesante ver cómo el mismo escrito se adelanta a las críticas posibles, que de hecho ha recibido ya de los sectores más conservadores de los neoliberales estadounidenses. Dice así:

“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia…”. [203]

Pero sólo desde el ejercicio de la memoria y de la atención a lo que sucede con los últimos, los más vulnerables,  podremos proponer un análisis y unas propuestas estructurales que sean transformadoras. Se podrá decir que el pensamiento social de la Iglesia es ilusorio, utópico, poco realista. Pero es un pensamiento que tiene por centro no sólo a los ‘triunfadores’ o a las ‘grandes cifras’ estadísticas, sino a las personas concretas que los grandes análisis suelen considerar ‘colaterales’ o ‘estadísticamente poco significativas’. Y por ello, porque este análisis recuerda a las personas concretas y recuerda los mejores valores de la persona humana, es más realista que el que cree que ‘el sistema’ lo erreglará todo.

Por eso suenan con fuerza estas últimas palabras, llenas de realismo, que reproducimos en este post:

“Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. (…) la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”. [204]