Para entender
esta entrevista quienes no conocen algunos aspectos de la
problemática social española será bueno
explicarles la actuación durante muchos años de un grupo que, para conseguir la independencia de su tierra,
el país vasco, (al norte de España) empezaron a cometer asesinatos y acciones
con explosivos donde mucha gente murió. Uno de ellos en la cárcel conoció a una
trabajadora social que hacía prácticas allí..
Lo demás pueden conocerlo leyendo la siguiente entrevista.
¿Qué mueve a una persona a acercarse a un preso de ETA, a
conocerle, a no juzgarle, a iniciar una relación con él, casarse y tener hijos?
Desde una experiencia familiar y cristiana, Mónica García de Paredes, mujer del
terrorista arrepentido Iñaki Rekarte, afirma: «El perdón es muy difícil, pero
tenemos que intentarlo. Sólo hay que ser valiente y tener un gran corazón. Es
lo que nos decía Jesús»
En la cárcel te das cuenta del sufrimiento que tiene esa
gente, del bien que puede hacer una sonrisa tuya y tu dedicación, porque hay
muchas necesidades ahí dentro. Ellos se sienten malos cuando están en la
cárcel, y yo sólo quería ayudar»: ésta es la experiencia de la gaditana Mónica
García de Paredes como trabajadora social en la cárcel del Puerto de Santa
María. Allí conoció al que hoy es su marido, Iñaki Rekarte, que cumplía condena
por el asesinato de tres personas en Santander, en 1992, y que hoy es noticia
por su libro Lo difícil es perdonarse a uno mismo (ed. Península).
La vocación de Mónica viene de lejos: desde pequeña ha
vivido en un ambiente creyente, su familia promueve un proyecto de ayuda junto
a los marianistas en Guatemala, con una escuela y una tienda de arreglos de
ropa. Cuando Mónica, en su tercer año de estudios de Trabajo Social, se propuso
ir allí a hacer las prácticas, surgió la posibilidad de llevarlas a cabo en el
centro penitenciario Puerto I, en Cádiz. «Nadie quería ir allí», dice, pero
ella fue. Y esa decisión cambió su vida.
«Siempre he querido ayudar. Ésa ha sido la educación que
he recibido de mi familia, mi padre es muy creyente, de ahí me viene todo»,
cuenta en entrevista a Alfa y Omega. Uno de los presos a los que daba clase era
Iñaki. «Vi en él una persona con ganas de vivir, alegre, que transmitía vida,
en un lugar en el que la gente suele estar apagada y triste, y eso es muy duro.
A pesar de tantos años de condena, se veía en sus ojos que transmitía vida».
A la dureza de la condena se sumaba la estrategia con la
que ETA dirige la vida de sus presos en prisión: no colaborar en nada, no
participar en ninguna actividad de la cárcel. Pero Iñaki se decidió a ir a las
clases de Mónica, desobedeciendo las directrices de la banda. ¿Qué vio en ella?
«Supongo que una persona diferente, distinta y un poco chocante para el mundo
del que venía. Yo le trataba como alguien normal. Y así empezó nuestra
relación, conociéndonos poco a poco, dándonos y aportándonos cosas nuevas, que
el uno y el otro no conocíamos», dice hoy Mónica. Entre esas cosas, estaba el
pasado de Iñaki, su pertenencia a ETA, el coche bomba que acabó con la vida de
Eutimio, Julia y Antonio, su coqueteo de joven con las drogas.
Estás
jugando con fuego
«Yo nunca he entendido la violencia, y siempre he vivido
mal los atentados de ETA –dice hoy su mujer–. Nunca he estado a favor, y para
mí era algo muy malo, siempre he estado en contra. Siempre he visto los
atentados como cualquier persona con sentido común, pensando que estaban como
una cabra».
Por eso, su historia no surgió de la noche a la mañana:
«Yo iba a la cárcel dos veces a la semana, y fue algo muy lento». Y no faltaron
dudas: «Algo en mi interior me decía que estaba jugando con fuego: No es de tu
mundo, es de un mundo violento que no conoces, un mundo que rechazas, que no te
gusta. Pero yo he recibido una educación católica, he vivido en mi familia ese
ambiente creyente. Jesús nos dice que hay que estar con los que nadie quiere,
ése es el verdadero cristianismo para mí».
Mónica reconoce que «hoy no soy católica practicante, de
joven dejé de ir a Misa, por la típica rebelión de esos años. Pero mi padre me
ayudó mucho, es una persona muy humana y creyente, y esa ayuda me hizo vivir
así, mirando hacia adelante, sin mirar el pasado, mirando sólo el día de hoy».
Por eso, al conocer a Iñaki, «no miraba los delitos, fue algo muy lento, nos
fuimos conociendo a lo largo de un año entero». En ese tiempo, «yo nunca le
juzgué. Si le hubiera juzgado, nunca le habría conocido, nunca le habría
querido. Para empezar una relación con alguien, de pareja o simplemente de
amistad, no hay que juzgar, porque no sabes lo que pasa en el otro, no sabes
cómo ha vivido, por qué ha hecho lo que ha hecho. Sólo hay que acompañar y
estar ahí».
Una
boda entre rejas
La historia de Mónica no está exenta de sacrificios: al
poco de empezar la relación perdió su trabajo y, al hacerse público lo suyo con
Iñaki, tuvo que sacrificar su carrera; además, cuando le trasladaron tuvo que
seguirlo por varias prisiones españolas. Pero quizá el obstáculo más importante
fue el dar a conocer a las respectivas familias su historia. «A mí me
preocupaba mucho la reacción de mis padres –reconoce Mónica–. En esos años, ETA
seguía matando, había mucho rechazo y odio en la sociedad. Fue muy duro. Para
mi familia, fue un choque frontal el que su hija se relacionara con un etarra.
Poco a poco, les convencí para que fueran a visitarle y de aquel vis a vis
salieron abrazándome y besándome, estaban muy contentos, era algo maravilloso
lo que estaba sucediendo. El entorno marianista de mis padres también nos ayudó
mucho, fue un gran apoyo. Creo que eso es ser un verdadero cristiano, acercarte
a la persona que es rechazada, querer ayudarla y estar a su lado. Para mis padres
fue un orgullo. No paran de recibir mensajes de apoyo. Les dicen que tienen una
hija maravillosa, que eso es ser un verdadero creyente».
Y el 7 de octubre de 2006, se casaron en la cárcel de
Topas, en Salamanca. No duró más de 15 minutos; el padre de Mónica leyó un
Evangelio de San Lucas, los presos gritaban: ¡Vivan los novios!, por las
ventanas… En medio de todo este recorrido, Iñaki fue cambiando su posición con
respecto a la violencia. «Él ya llevaba mucho tiempo sintiendo todo el daño que
había cometido, toda la brutalidad que había vivido, toda la sinrazón… Él ya le
había dado vueltas a todo eso, pero no lo podía sacar en medio de todo ese
ambiente asfixiante que vivía dentro de la prisión. Yo fui para él un pequeño
empujón para convencerse de que ése no era el camino. Poco a poco, fue
abriéndose y contándome todo lo que había hecho, todo lo que tenía dentro».
Pequé
contra el quinto mandamiento
Todo eso ha ido aflorando de nuevo en estas semanas, con
la reacción que el libro y las entrevistas de Iñaki ha encontrado entre las
víctimas, sobre todo entre los familiares de las personas que asesinó. «Hemos
hablado de todo esto en estos días –afirma Mónica–. Él tiene el sufrimiento de
no haber podido estar delante de ellos, acercarse y decir: Lo siento. Lleva
todo eso muy dentro, y ha sufrido mucho por eso. Es algo que le va acompañar
toda la vida». Las reacciones de los familiares le han causado «mucha tristeza,
sólo tienes que ponerte en el lugar de esa persona y no me lo puedo ni
imaginar». Pero reconoce: «A Iñaki sí le gustaría estar con el padre de
Antonio, con la hija de Eutimio y Julia, y pedir perdón…»
Perdón es la palabra que rodea toda esta historia: el
perdón por el daño cometido, el difícil perdón al victimario… «Pequé contra el
quinto mandamiento, y me resulta muy difícil perdonarme. Porque lo más difícil
es perdonarse a uno mismo», escribe también Rekarte en el libro.
¿Es posible el perdón? «Yo creo que sí –defiende Mónica–.
Es muy duro, pero tenemos que intentarlo. Si no, no podemos llegar al
encuentro. Es difícil, pero tenemos que intentarlo. Sólo hay que ser valiente y
tener un gran corazón. Es lo que nos decía Jesús. Hay que mirar para adelante.
Tenemos otra oportunidad y hay que aprovecharla para hacer el bien, otra
oportunidad para empezar, con esperanza y alegría, mirar la vida así. Es lo que
me ha dicho siempre mi padre: el perdón, tenemos que perdonar…»
Y, si no se puede, pedirlo. Pedid, y se os dará, que
decía también Jesús. Para perdonar…, y perdonarse.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Desarticulando
el comando odio
Hay hermanos nuestros que viven encerrados en el pecado
de la violencia. Las rejas de su celda son sólo la extensión de los muros en
los que han vivido toda la vida: una familia rota, unas malas compañías… La
justicia restaurativa –de la que ya habló Alfa y Omega en nuestro número 914:
Sólo el perdón nos hace libres– ayuda a sanar el corazón de delincuentes y
también de las víctimas, muchas veces presas también del odio. Consiste en
diálogos cruzados entre víctimas de un delito, y presos condenados por un hecho
similar. Conocerse ayuda a unos a saber qué circunstancias han movido a alguien
a delinquir, y a otros a darse cuenta del daño cometido. El resultado: perdón,
arrepentimiento, libertad…
En la cárcel de Nanclares de Oca, Iñaki tuvo la
oportunidad de conocer a la mujer de una víctima de ETA. Así lo cuenta en el
libro: «Fui nervioso y llegué tarde. Ella era una mujer buena, que hablaba sin
odio. No sabía ni qué decirle. Tenía muchas cosas pensadas, pero en esos
momentos ni te acuerdas. Me preguntó por qué había matado. Sólo supe
responderle que de joven era un loco. Nos contamos la vida. Ella era una mujer
que había estado muy enamorada de su marido; soñaban con envejecer juntos. Oyó
que en la radio hablaban del atentado y supo instintivamente que lo habían
matado a él. Hablaba con tan poco odio dentro que incluso se refirió con algo
parecido a la compasión a los asesinos de su marido, que murieron manipulando
un coche bomba. Todo aquello me ayudó en mi proceso de maduración».