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11 de junio de 2015

¡LOS HIJOS DE LA POSTGUERRA PODRÁN TRANSFORMAR EL PAÍS?



Artículo publicado por la revista digital EL SALMÓN.                                                      
Por Mariano González,  junio 4, 201

Aquellos que de forma muy imprecisa se pueden llamar los hijos de la postguerra (1) y que nacieron cuando ya el conflicto estaba menguando o estaba por firmarse la paz en la década de los noventa, son los protagonistas principales de las protestas ciudadanas contra la corrupción. Son las y los jóvenes que estudian en las universidades y que convergen en su repudio hacia este sistema que apesta a mierda. ¿Podrán transformar al país?

Son quienes no vivieron en carne propia el miedo a la persecución política y la paranoia del anticomunismo. Tampoco vivieron los fervores revolucionarios y la “ideología” les causa sospechas. Conocen, eso sí y de primera mano, el temor a la violencia delincuencial y la falta de horizontes. Por otra parte, lo compensan con un hedonismo suelto (del momento) y con causas más locales y pequeñas, pero efectivamente sentidas, pues el feeling es parte clave de su vida.

Hasta hace poco, quizás con cierto dejo de rechazo y cierta envidia, los mirábamos ensimismados en el consumo, pegados a la pantalla  y pendientes de las redes sociales. Hoy los vemos, asombrados, como los primeros en contactarse y ponerse de acuerdo a través de las mismas para salir con sus carteles a decir que rechazan a Baldetti, a Pérez Molina, a Baldizón, a todos. No tienen mucho tiempo de estar en contacto con la política y ya están hartos, asqueados. Y sorprendente (al menos para nosotros, sus otros): eso los mueve.

Están encabronados por la voracidad, el cinismo y la torpeza de los gobernantes que robaron a manos llenas, sin ningún recato, haciendo además, impúdica y torpe ostentación de lo saqueado. Y esto es muy importante: comienzan a pensar que eso, lo saqueado del erario público, es asunto de todos. Es nuestro.

Tienen empuje y no saben a dónde van. Pero, justo es decirlo, tampoco lo sabemos nosotros, los que somos de otras generaciones. Si se mira bien, eso es algo hermoso del momento: la incertidumbre que puede traer lo nuevo.

No sé qué sentido tendrá que de ellos se diga que “son el futuro del país”, pues quieren ser presente. Y ahora, en la protesta, lo son. Presente abierto, con poca memoria pero proyectados al futuro.

En buena medida, de ellos depende que se produzcan transformaciones reales. En buena medida. No toda la responsabilidad cae sobre ellos. Algún aporte podemos hacer quienes ya no somos jóvenes. Quizás uno de los mejores consista en la apertura para acompañarlos y aprender mutuamente. Hablando. Discutiendo. Sin pretensiones de dirección, sino con escucha y calidez. Participando de la común indignación.

Tarea urgente es que se logre un reconocimiento recíproco. Que las y los jóvenes levanten la vista y vean a los ojos de los campesinos, de las mujeres, de los pobladores urbanos y que, sabiéndose diferentes, encuentren al prójimo. Que no hagan caras ante el sudor ajeno ni sean condescendientes por las obvias diferencias. Que se puedan estrechar la mano. Que reconozcan que las luchas por el territorio y por el no a la minería son reclamos justos y válidos. Que sean sensibles al sufrimiento ajeno y puedan compartir el propio. No para caer en el victimismo, por supuesto. Sino en el descubrimiento de la humanidad compartida.

Que empiecen a sospechar que los reclamos indígenas, campesinos y de mujeres se conectan de diversas formas con su indignación y su rechazo a la corrupción. Que se conectan por la injusticia generalizada y la falta de un modelo viable de convivencia que se origina en el desigual modelo económico y político del que forman parte empresarios y políticos.

Creo que así, encontrándose y reconociéndose recíprocamente con otros sectores que tienen en común el reclamo de autonomía efectiva (el ser sujetos) y de rechazo al mundo dado, podrían las y los hijos de la postguerra, las y los jóvenes, transformar este país.

Todos quisiéramos acompañarles y agradecerles que no desmayen en su esfuerzo.

(1) Evidentemente, no son los hijos de la paz. Ésta, la paz, no la conocemos.