Cuento de Idries Shah
Escritor
nacido en la india (1924-1996
El monasterio mágico
Un cierto derviche humilde y silencioso solía
concurrir todas las semanas a las comidas que ofrecía un hombre culto y
generoso. A tales reuniones se las conocía como Asambleas de los Cultos.
El derviche
jamás intervenía en la conversación. Después de entrar estrechaba las manos a
cada uno de los presentes, se sentaba en un rincón y comía lo que se servía.
Terminada la reunión se ponía de pie, decía unas pocas palabras de despedida y
agradecimiento y tomaba su camino. Nadie sabía nada de él. No obstante, cuando
apareció por primera vez circularon rumores de que se trataba de un santo, y
durante un largo tiempo los demás comensales pensaron que debía ser sin duda,
un hombre santo y poseedor de conocimientos, y aguardaban con placer el momento
en que el derviche les impartiese algo de su sabiduría. Incluso algunos se
jactaban de que el extraño participara en esas reuniones de amigos, dando a entender
que esa compañía les confería a ellos una especial distinción.
Sin embargo, como no se observaba relación alguna
con aquel hombre, poco a poco los invitados empezaron a sospechar que en
realidad se tratase de un imitador o de un farsante. Algunos llegaron a
sentirse incómodos por su presencia. Evidentemente él no hacía nada por
armonizar con el ambiente y no aportaba siquiera un proverbio a las
esclarecidas conversaciones que para ellos habían llegado a significar una
parte entrañable de sus mismas vidas. Incluso algunos concurrentes no llegaban
a percatarse de que el derviche estuviese presente, pues pasaba totalmente
inadvertido.
Cierto día el derviche habló. Dijo: Yo os invito a
todos a mi monasterio mañana por la noche. Cenaréis conmigo.
La inesperada invitación suscitó en todos un
revuelo de opiniones. Algunos pensaron que el derviche, que vestía muy
pobremente, debía ser un loco y que con toda certeza no podría ofrecerles nada.
Otros supusieron que la conducta anterior había sido una prueba. Algunos se
dijeron que, por fin, el derviche les compensaría la paciencia con que habían
soportado tan pesada compañía. Hubo quienes se alertaron entre sí:
¡Cuidado! Podría ocurrir que busque tentarnos para
someternos a su poder. Pero la curiosidad indujo a todos, incluso al anfitrión,
a aceptar la invitación, y a la
noche
siguiente el derviche los condujo desde la casa hasta un monasterio escondido,
de tal magnitud y magnificencia que quedaron atónitos. El edificio estaba
poblado de discípulos que practicaban toda clase de ejercicios y tareas.
Los invitados transitaron por salas de
contemplación donde gran número de sabios de distinguido aspecto se levantaron
respetuosamente para saludar la proximidad del derviche con inclinaciones de
cabeza.
El banquete con que fueron agasajados fue
indescriptible y sobrepasó toda expectativa. Los visitantes se sintieron
anonadados. Todos le suplicaron que a partir de ese mismo instante los aceptase
como discípulos.
Pero a todas esas instancias el derviche respondía
tan sólo:
-Esperad hasta la mañana.
Llegó la
mañana y los invitados, en lugar de despertar en las suntuosas camas de seda
que se les habían brindado la noche anterior, se encontraron yaciendo tiesos y
desnudos, dispersos en el suelo, en el interior de un pétreo recinto de una
enorme y fea ruina, sobre una yerma ladera de montaña. Ni señales del derviche,
de los bellos arabescos, de las bibliotecas, fuentes y alfombras.
-Ese canalla infame nos ha traicionado con artes de
brujería, vociferaban los invitados, quienes alternativamente se lamentaban y
felicitaban entre sí por sus sufrimientos y porque; finalmente, habían
desenmascarado al villano, cuyos poderes sin duda se habrían extinguido antes
de que pudieran cumplirse vaya a saber qué pérfidos propósitos. Muchos
atribuyeron la salvación a su propia pureza espiritual.
Pero lo que ellos ignoraban era que, por los mismos
medios de que se había valido para introducirlos en aquella mágica experiencia
del monasterio, el derviche les había inducido a creerse abandonados en medio
de ruinas. La verdad era que no estaban ni habían estado ni en un sitio ni en
el otro
En ese instante, como surgiendo de la nada, el
derviche se presentó a sus invitados y les dijo
-Regresaremos al monasterio.
Hizo un
movimiento con sus manos y todos se encontraron otra vez en los salones
palaciegos.
Entonces se sintieron arrepentidos de sus reclamos,
pues inmediatamente se convencieron de que las ruinas no habían sido más que la
prueba y el monasterio la verdadera realidad. Algunos musitaron:
-Es una gran suerte que no haya oído nuestras
censuras. Con sólo que nos enseñe este extraño arte, habrá valido la pena.
Pero el derviche movió nuevamente sus manos y todos
se encontraron otra vez en la mesa de la comida en común, de la cual, en
realidad, nunca se habían apartado.
El derviche continuaba sentado en su rincón
habitual, comiendo su acostumbrado arroz con especias, sin decir palabra.
Entonces, mientras lo contemplaban inquietos, todos oyeron su voz hablar dentro
de sus propios pechos, aun cuando los labios del derviche estaban inmóviles.
Dijo:
-Mientras
vuestra codicia os impida distinguir entre el autoengaño y la realidad, nada
real os podrá enseñar un derviche: sólo ilusiones. Aquellos cuyo alimento es
autoengaño y fantasía sólo con engaño y fantasía pueden ser alimentados.
Todos los presentes en aquella ocasión siguieron
frecuentando la mesa del hombre generoso, pero el derviche nunca volvió a
hablarles.
Al
cabo de un tiempo, los componentes de la Asamblea de los Cultos descubrieron
que su rincón estaba siempre vacío.