Un hombre ha aparecido medio muerto en el tejado de un
comercio de Londres hace pocos días. Parece que era un emigrante caído desde un
avión que venía de Sudáfrica (¡13.000 kilómetros!) y a punto de aterrizar en
Heathrow. Se cree que viajaba escondido
en el tren de aterrizaje. No es la primera vez que varios inmigrantes han
tratado de huir de la misma manera. Ahí, (¿lo saben?) falta oxígeno y las
temperaturas son bajo cero. De este hombre no sabemos su nombre.
1999. Es decir,
hace “tan solo” quince años. Un suceso parecido. En Bruselas. De estos sí
sabemos su nombre y edad. Se llamaban Yaguine Koita de 14 años y Fodé Tounkara
de 15 años. Estudiantes de Guinea-Conakry. Murieron congelados en el tren de
aterrizaje de un avión que les llevaba, clandestinos, al corazón de Europa.
Aunque iban muy abrigados, no pudieron resistir las bajísimas temperaturas
(entre 40 y 55 grados bajo cero). Fueron los
autores de una carta de sencillez y clarividencia admirables, una auténtica
bofetada a los intolerantes. Se la recogieron abriendo su mano apretada contra
el corazón.
Éste es el texto íntegro: "Excelencias, Señores
miembros y responsables de Europa. Tenemos el honorable placer y la gran
confianza de escribirles esta carta para hablarles del objetivo de nuestro
viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África.
Pero, ante todo, les presentamos nuestros saludos más
deliciosos, adorables y respetuosos con la vida. Con este fin, sean ustedes
nuestro apoyo y nuestra ayuda. Son ustedes para nosotros, en África, las
personas a las que hay que pedir socorro. Les suplicamos, por el amor de su
continente, por el sentimiento que tienen ustedes hacia nuestro pueblo y, sobre
todo, por la afinidad y el amor que tienen ustedes por sus hijos a los que aman
para toda la vida. Además, por el amor y la timidez de su creador, Dios
todopoderoso que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes
para construir y organizar bien su continente para ser el más bello y admirable
entre todos. Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a
su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos
enormemente en África, tenemos problemas y carencias en el plano de los
derechos del niño”.
Amable lector. Silencio por favor al terminar la carta…
Si tienes alguna pausa en el día de hoy, vuélvela a leer. Quizás solo las
letras en negrita. Y deja que el eco suave e ingenuo de estas letras te enerve,
te acalore, te comprometa por la solidaridad y la justicia. Que llegue a tu
conciencia la voz de un niño para que la acción coordinada, responsable y sin
reservas de los Estados y la exigencia de información y acción política
críticas sean la única solución a dichas problemáticas.
Pero, ¡ojo con hablar “sólo” de refugiados”! Queda
bonito, pero es injusto para los que siguen buscando otros proyectos vitales
sin ser refugiados. Porque muchos huyen –incluso en el tren de aterrizaje de un
avión– no solo de la guerra. El domingo pasado, día 21 de junio, los jóvenes de
la Comunidad de San Egidio en Madrid leyeron una carta hermosa de una emigrante
keniata. No sólo se emigra por la guerra. Se emigra porque la pobreza es como
la boca de un tiburón de dientes afilados.
La carta, medio poética, decía así: “Nadie deja su casa a menos que su casa sea
la boca de un tiburón. Solo huyes a la frontera cuando ves que la gente en
torno a ti hace lo mismo. Que tus vecinos corren más rápido que tú. Con el
resuello ensangrentado en la garganta. Tienes que entender que nadie mete a sus
hijos en un barco o en las alas de un avión a menos que sea más seguro que la
tierra. Nadie quema las palmas de sus manos bajo los trenes colgado de vagones.
Nadie pasa días y noches en el estómago de un camino.
Comiendo papel de periódico. A menos que las millas recorridas signifiquen algo
más que un simple viaje. Nadie se arrastra bajo alambradas. Nadie quiere ser
golpeado .Nadie escoge campos de refugiados. Ni que le registren desnudo hasta
que el cuerpo duela. Ni la cárcel, aunque esta sea más segura que una ciudad en
llamas. Nadie puede soportarlo. Ninguna piel puede soportar tanto.
Esto es ponerle nombre a los “nadies” de Eduardo Galeano.
Y estas son sus razones:
“Quiero volver a casa. Pero mi casa es la boca de un
tiburón. Y nadie abandonaría su casa. A menos que la propia casa te empuje hacia el mar. A menos que tu casa
te diga “ponte en camino”. Apresúrate. Deja atrás la ropa. Arrástrate por el
desierto. Atraviesa océanos, ahógate, sálvate. Pasa hambre, pide limosna,
olvida el orgullo. Porque es más importante que sobrevivas”.
Se marchan de casa
porque la alternativa es morir de
hambre. Nuestros ministros hablan de “asilados–refugiados" o
"inmigrantes económicos”, para insinuar que los primeros tienen derecho a
un trato mejor que los segundos. Horrible y sibilina comparación. Lo que hacen
es comparar a personas que sufren persecuciones con aquellas otras que residen
en los lugares más empobrecidos de este planeta en los que el verbo adecuado no
es “vivir”, sino “sobrevivir”. Y por lo tanto , les parece a nuestros sesudos
ministros, que estos -los pobres, los nadies- tienen “menos” derecho a emigrar
que los que huyen de la guerra.
Pero estos también caminan y mueren por los que dejaron
atrás. Y, si fuera preciso, hasta ¡volarían! No huyen solo de la guerra. Son
fugitivos de una vida imposible. A los que
intentamos expulsar con la mentira de nuestras vallas. Las que
ingenuamente queremos poner al mar. Mucho me temo que con sucesos como los que
os cuento intentarán ponerlas tan altas, tan altas, que lleguen al cielo.
¡Patético!
Jueves, 25 Junio 2015