"EXTIRPAR
EL INDIO DEL NIÑO"
CLAUDE
LACAILLE, claudelacaille@cqocable.ca
CANADÁ.
CANADÁ.
ECLESALIA, 28/06/15
“La culpa más flagrante, de este histórico informe
canadiense (1), se refiere al trato que deparamos a las Primitivas
Naciones que vivían aquí en el momento de su colonización. Un período inicial
de relaciones de cooperación interdependientes basadas en normas de igualdad y
de mutua dependencia (elocuentemente descriptas por John Raulston Saul en otro
libro “A Fair Country”) fue reemplazado en el siglo XIX por un ethos de
exclusión y de aniquilación cultural. Las primeras leyes les prohibían a los
Indígenas abandonar las reservas que les habían asignado. El hambre y las
enfermedades de generalizaron. Se les negó el derecho al voto. Les fueron
proscriptas las tradiciones religiosas y sociales tales como el “potlatch” (N.
de T Potlatch, nombre de una ceremonia practicada por los pueblos indios
de la costa del Pacífico en el noroeste de Norteamérica, tanto en los Estados
Unidos
como en la provincia de la Columbia Británica de Canadá) y la danza del sol. Les fueron quitados los hijos a sus padres y enviados a pensionados en los que se les prohibía hablar la lengua materna: se los obligaba a vestirse como los Blancos y ha observar prácticas religiosas cristianas. Sometidos también a menudo sexualmente. El objetivo era “extirpar al Indio en cada niño” y resolver así lo que John Macdonald describía como “el problema indígena” La indignidad no debía ser tolerada sino más bien eliminada. En palabras de moda en la época, se trataba de asimilarlos: en el idioma del siglo XXI lo llamaríamos un genocidio cultural. Siguiendo este informe, comprendemos que la política de asimilación era innoble y que el único camino a seguir actualmente es el del reconocimiento y la aceptación de valores diferentes, de tradiciones y de religiones de los descendientes de los primeros habitantes del territorio que llamamos Canadá”
como en la provincia de la Columbia Británica de Canadá) y la danza del sol. Les fueron quitados los hijos a sus padres y enviados a pensionados en los que se les prohibía hablar la lengua materna: se los obligaba a vestirse como los Blancos y ha observar prácticas religiosas cristianas. Sometidos también a menudo sexualmente. El objetivo era “extirpar al Indio en cada niño” y resolver así lo que John Macdonald describía como “el problema indígena” La indignidad no debía ser tolerada sino más bien eliminada. En palabras de moda en la época, se trataba de asimilarlos: en el idioma del siglo XXI lo llamaríamos un genocidio cultural. Siguiendo este informe, comprendemos que la política de asimilación era innoble y que el único camino a seguir actualmente es el del reconocimiento y la aceptación de valores diferentes, de tradiciones y de religiones de los descendientes de los primeros habitantes del territorio que llamamos Canadá”
Consideraciones de la muy Honorable Beverley Mc
Lachlin, P,C, Jueza de Canadá en Toronto, el 28 de mayo de 2015 (traducidas por
Claude Lacaille)
¡El Señor destruirá esas naciones!
Moisés dijo a los Israelitas: “El Señor vuestro
Dios mismo marchará al frente de vosotros; exterminará a los que habitan del
otro lado, para que vosotros podáis apropiaros del país. Y Josué será vuestro
jefe, como lo ha dicho el Señor. El Señor destruirá esas naciones como destruyó
a Sión y Og rey de los Amoritas y su país. Él los entregará a vuestro poder y
vosotros las trataréis como yo os he ordenado. Sed fuertes y valientes, no
tembléis de miedo ante ellos porque el Señor, vuestro Dios, marchará junto a
vosotros sin abandonaros jamás” Luego Moisés llamó a Josué y en presencia de
todos los israelitas le dijo: “¡Se valiente y fuerte! Eres tú quién
conducirá a los israelitas al país que el Señor le prometió a nuestros
antepasados, eres tú quién lo repartirá entre ellos. El Señor marchará delante
de ti, estará contigo sin abandonarte jamás. No tengas pues miedo y no te dejes
abatir” (Deuteronomio 31, 1-8)
Josué conquistó todo el país: la región montañosa,
la región meridional, la región de Gochen, el País Bajo, el valle del Jordán
como también las regiones montañosas y las llanuras del norte. Venció y mató a
los reyes de los territorios situados entre la montaña desnuda próxima al Seir,
al sur y Baal-Gad en el valle del Líbano, al pié del monte Hermon, al norte. La
guerra que mantuvo duró largo tiempo. Solo los Hivitas que residían en Gabaon
firmaron la paz con los israelitas. Hubiera sido necesario que los mataran sin
piedad y los exterminaran completamente como el Señor le había ordenado a
Moisés En ese tiempo, Josué fue a luchar contra los anaquitas que vivían en las
montañas, en Hebron, Debir, Anab y en todas las regiones montañosas de Juda y
de Israel. Los exterminó y destruyó totalmente sus ciudades. No quedaron más
anaquitas en el país de Israel, solo subsistieron en Gaza, Gath y Asdod. Así
Josué conquistó todo el país como el Señor le había ordenado a Moisés luego lo
distribuyó entre los israelitas dividiéndolo entre las diferentes tribus.
Entonces el pueblo descansó de la guerra. (Josué 11, 16-23)
La interpretación de la Biblia no es siempre
“Palabra de Dios”; se pone a menudo al servicio de nuestros proyectos políticos
o económicos no demasiado católicos. Las narraciones bíblicas de la
conquista de Canaan han servido de justificación de la bárbara y cruel invasión
de los europeos a América y ha contribuido al genocidio físico y cultural de
las Naciones Primitivas.
Los autores del libro de Josué describen la
conquista como si el pueblo de Israel, unificado y organizado en doce tribus,
hubiera llegado de Egipto como un ejército organizado para invadir la tierra de
Canaan, combatir, eliminar a todos sus habitantes y apropiarse de la tierra que
su dios les había prometido. El ejército israelí, bajo las órdenes de Josué,
habría practicado una política de tierra arrasada, eliminando físicamente,
ciudades, pueblos y habitantes de ese territorio dejándole el campo libre al
pueblo elegido por Dios.
Sabemos que nunca pasó eso. El libro de los Jueces
que sigue al de Josué nos describe una situación muy diferente: varias tribus
se habrían conformado en ese territorio, otras habrían ido inmigrando
progresivamente sin jamás ocuparlas en exclusividad, de diferentes formas, en
medio de eternos conflictos, aliándose a veces con los vecinos y adoptando
muchas veces, sus religiones. El territorio descripto en el comienzo del libro
de Josué se refiere en efecto las fronteras de Israel a fines del reinado de
David: “Del sur al norte vuestro territorio se extenderá desde el desierto
hasta las montañas del Líbano. De este a oeste, desde el gran río Eufrates
hasta el mar Mediterráneo, incluyendo el país de los Hititas.(Josué 1,4) Aún
así ese gran Israel de David fue también una idealización: ese llamado famoso
reino no se halla mencionado jamás en los anales extranjeros y el nombre de
David tampoco aparece en los documentos de los pueblos vecinos. David fue un
señor de la guerra, un “apiru” (2) como tantas decenas de ellos como había en
la época. Las epopeyas tienden a idealizar el pasado.
¿Por qué entonces presentarnos a Josué como un
conquistador todopoderoso que conduce al pueblo como a un ejército bajo
las órdenes de Dios? Los libros del Antiguo Testamento fueron escritos
solo muy tardíamente en la historia del pueblo de Israel. Las investigaciones
bíblicas nos permiten descubrir una importante revisión de las tradiciones
bíblicas en ocasión de la crisis provocada por la destrucción por
Nabucodonosor, en 587 A.C., de Jerusalem y el exilio de las élites políticas y
religiosas en Babilonia y la pérdida de soberanía del pequeño reino de Judá
¿Por qué habría permitido Dios tal humillación? ¿Por qué habría roto la alianza
con su pueblo? Los autores deuteronomistas han reescrito y
unificado las tradiciones bíblicas antes, durante y después del exilio, con el
objeto de reconvertir a los israelitas a la Torá de Moisés. Según esos
reformadores, la infidelidad hacia Dios, la idolatría, el alejamiento de la
religión era la causa de esta situación; era necesario volver a la observancia
de las leyes divinas y reconquistar el país perdido. Josué entonces se convertía
en el héroe, en el inspirador de esa reconquista del reino de David que Dios
apoyaría cuando los israelitas regresaran a la tierra prometida.
Ahora bien, esos relatos sobre Israel conquistando
Canáa y destruyendo sus poblaciones autóctonas sirvieron de inspiración a
los europeos que invadieron las Américas a partir de 1492. Fue primero el
catolicismo español el que invadió el nuevo continente y la importante
presencia eclesiástica junto a los conquistadores servía a la
legitimación de la conquista. Se tomaba posesión de las tierras plantando una
cruz y celebrando una misa. El Papa (representante de Cristo y Señor del mundo
entero) otorgaba directamente los títulos de propiedad, a través de bulas que
dividían el nuevo continente entre los reinos de España y Portugal. La Iglesia,
Biblia en mano, legalizaba así la invasión de un territorio extranjero por
parte de una potencia imperial y consecuentemente las masacres de su población
(El mayor genocidio conocido de la historia estimado en 70 millones de muertos
durante los 50 primeros años de la invasión de América) A continuación la
evangelización servía para despojar de sus tierras a las naciones autóctonas
para entregárselas a los españoles y reducir a la esclavitud a las poblaciones
supérstites.
He aquí un ejemplo de cómo se interpretaba el
evangelio de Marcos. “ Vayan al mundo entero a anunciar la Buena Nueva a todos
los seres humanos” (Mc 16,15) “Id e imponed la religión, ampliad la
civilización de la unidad española en todo el nuevo mundo, bautizándolos
por la fuerza de la espada y en nombre de la Trinidad, sometiéndolos a la
esclavitud y a la explotación, enseñándoles a obedecer fielmente a la
metrópolis y veréis que Fernando e Isabel estarán junto a ustedes hasta el
final de los tiempos” (3) Los textos bíblicos fueron utilizados para legitimar
la conquista y condenar las autóctonas culturas idolátricas. “Los
conquistadores europeos se inspiraron en las mismas estrategias bélicas que los
hebreos. Los curas europeos fueron los directamente responsables de la
interpretación de la Biblia y de difundir la espiritualidad beligerante que
inspiró la invasión armada de nuestras naciones. Moisés, Josué y sus curas por
intermediación de “Yavé, el Dios de los Ejércitos” dictaron las instrucciones
precisas sobre el modo como se debía conducir militarmente la guerra para
apropiarse de las tierras de Canaán…” (4)
En Canadá, la deplorable situación de los pueblos
autóctonos y el ethos de la exclusión y del aniquilamiento cultural recibió el
apoyo de las Iglesias cristianas que contribuyeron activamente a extirpar
al Indio de los niños en los pensionados. La divisa de Canadá “A marin usque ad
mare” en latín y en español “Desde un océano hasta el otro” fue propuesta por
el pastor presbiteriano George Monro Grant en la época de la Confederación. Una
cita extraída del Salmo 72, versículo 8 que proclama el poder del rey
Salomón, consagrado por Dios para dominar el mundo: “¡Que sea el amo desde un
mar hasta el otro y desde el Eufrates hasta el fin del mundo! Los habitantes del
desierto se arrodillarán ante él, sus enemigos morderán el polvo…Todos los
reyes se inclinarán ante él, se le someterán todas las naciones” En la época en
que no se ponía el sol en el Imperio británico de Victoria, esta divisa
expresaba claramente la empresa de la dominación colonial. Los enemigos, los
primeros habitantes del territorio conquistado iban a morder el polvo. Como
corolario de este terrible informe sobre el genocidio cultural cometido por
Canadá, una de las recomendaciones pide a la Iglesia católica pedirle perdón a
los sobrevivientes.
Le pedimos al Papa que pida perdón, en nombre
de la Iglesia católica romana, a los supervivientes, a sus familias como así
también a las colectividades correspondientes por los malos tratos en los
planos espiritual, cultural, emocional, físico y sexual que han sufrido los
niños de las Naciones Primitivas, de los Inuis y de los Métis en los
pensionados dirigidos por la Iglesia católica. Pedimos que esas
disculpas sean similares a las expresadas en 2010 a los irlandeses que
habían sido víctimas de malos tratos y que le sean presentadas por el Papa a
Canadá en el término de un año. (Recomendación 58 de la Comisión Verdad y
Reconciliación)
¡Así sea!
* Traducción de Susana Merino, suemerino@gmail.com
* Entre 1965 y 1986, Claude Lacaille, misionero de
Québec, fue en tres países marcados por la opresión y la pobreza, Haiti,
Ecuador y Chile testigo privilegiado de una época turbulenta y acaba de
publicar, en francés y en inglés, un libro titulado “En misión en la
tormenta de las dictaduras”, un testimonio de sus veinte años transcurridos en
América Latina
Notas:
- Informe final de la Comisión Verdad y Reconciliación, junio 2015.
- Apiru: o Habiru fue el nombre dado por varias fuentes sumerias, egipcias, acadias, hititas, mitanias, y ugaríticas (datadas, aproximadamente, desde antes de 2000 a.C. hasta alrededor de 1200 a.C.) a un grupo de gentes que vivían en las áreas de Mesopotamia nororiental y el Creciente Fértil desde las fronteras de Egipto en Canaán hasta Persia. Dependiendo de fuente y época, los habiru son descriptos variadamente como nómadas o seminómadas, generalmente como trabajadores migrantes, ocasionalmente como mercenarios, eventualmente sirvientes o incluso esclavos, aunque también como gente rebelde
- Las dos notas siguientes han sido extraídas de la revista de interpretación bíblica latino-americana RIBLA, número 26 “La palabra se hizo india” en un artículo de Humberto Ramos Salazar, titulado Biblia y Cultura, 1997 Prien, Hans-Jürgen, La historia del cristianismo en América latina, Salamanca, Ed. Sígueme, 1985, pág. 815.
- Guachalla, Alejandro, Mitos andinos y la teología de los invasores, en RIBLA numero 26, La palabra se hizo india, pág. 12.