Artículo para meditar despacio analizando no sólo la
situación de Guatemala sino la de otros países de Centroamérica y de América
Latina en General. Tiene algunos subrayados personales para llamar la atención
La Revolución de las rosas en Centroamérica
Por: Ricardo Salgado
La matriz
mediática ha logrado que el público se deshumanice ante la tragedia, que la
ignore por completo, como algo natural, mientras grita indignada por la
corrupción. ¿Algún parecido con
Guatemala?
La matriz
mediática ha logrado que el público se deshumanice ante la tragedia, que la
ignore por completo, como algo natural, mientras grita indignada por la
corrupción. ¿Algún parecido con Guatemala?
Publicado 6 septiembre 2015
En Guatemala, la Prensa Libre y otros medios han ido
tejiendo la ruta en el imaginario colectivo, que ha
llegado a aborrecer a Otto Pérez Molina por corrupto, pero virtualmente lo ha
absuelto por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad.
En unas horas se conocerán los candidatos de la derecha
guatemalteca que tendrán la responsabilidad de calmar las aguas en ese sufrido
país centroamericano. La “renuncia” de Otto Pérez Molina a la presidencia abre
un capítulo más de oscuridad en la historia de esta nación, esta vez bajo la
terrible ilusión colectiva de una victoria popular sobre el sistema. Lo más
grave, este patrón sigue en desarrollo, con algunas variantes, a lo largo y
ancho de nuestro continente.
Hoy día, El Salvador, gobernado por el FMLN sufre una
crisis aguda, provocada por las mismas fuerzas que mueven los hilos en
Guatemala y Honduras; los mismos que pretenden terminar los cambios del PT en
Brasil; los que hacen la guerra contra la revolución bolivariana y atacan la
revolución ciudadana del Ecuador.
La maquinaria de guerra de los que encienden el fuego,
cuentan con la explosiva incursión de los medios de comunicación como armas
letales, que son capaces de distorsionar todo, y hacer ver el heroísmo como
terrorismo y el engaño como el camino a la felicidad y el buen vivir. No es
extraño que en este instante, la actuación soberana de Venezuela en su frontera
con Colombia, sea presentada al mundo como una tragedia humanitaria, y una
violación masiva a los derechos de los colombianos.
Aquí los paramilitares colombianos, la exportación
neogranadina de expertos en violencia a todas partes del continente, con el
avieso propósito de incendiar nuestros países, liquidar nuestras esperanzas,
eliminar físicamente a nuestros jóvenes, la mano negra del poder omnímodo de
los amos de la violencia, asociados en transnacionales y Estado que se creen
predestinados a ser dueños del mundo, y muchos más males provocados no son mencionados
una sola vez en ningún medio de comunicación.
Ahora bien, el problema mayor está en cómo hacemos frente
a esta maquinaria desatada para imponer a sangre y fuego la supremacía del
mercado, la exacerbación del consumismo, y el colapso de nuestras naciones como
idea. Quizá comprender la naturaleza de las cosas nos ayudaría mucho, y parece
que en este ámbito, al menos a nivel de entendimiento colectivo estamos
perdiendo la batalla.
Hoy están involucrados en este proceso verdaderos
mastodontes de la manipulación. Noticias de la “horrible violencia” en El
Salvador aparecen nada más y nada menos que en The Guardian, periódico que
usualmente no dedica ni una línea por años a los sufrimientos de nuestros
pueblos. El País de España, además del veneno usual que estructura contra la
revolución bolivariana, el New York Times, el Washington Post, CNN en español,
han sido punta de lanza contra la corrupción en Guatemala, y, más tímidamente,
en Honduras.
En Guatemala, la
Prensa Libre y otros medios del establishment han ido tejiendo la ruta en el
imaginario colectivo, que ha llegado a aborrecer a Otto Pérez Molina por
corrupto, pero virtualmente lo ha absuelto por su responsabilidad en crímenes de
lesa humanidad. Y en ese escenario, construido a base de propaganda desde los
medios corporativos, hemos vivido con asombro la histeria anticorrupción, hasta
legar al momento del paroxismo de la renuncia del presidente, y de repente, el
carnaval electoral que no deja dudas, nada cambiará.
Pero no podemos reprochar a nuestros pueblos el caer en
momentos de estruendoso triunfalismo. Más allá, se encuentran los luchadores
organizados que están obligados a encontrar las avenidas para tomar control de
las coyunturas. Estos que están obligados a entender, especialmente cuando se
trata de eventos, como los actuales que apuntan a provocar una era de gran
desencanto popular, incremento de las injusticias y fortalecimiento de la
impunidad.
La CICIG de Guatemala, desencadenó una cacería de todo el
aparato político corrupto (quizá compuesto de la gran mayoría de funcionarios
electos o no), hasta llegar calculadamente a una renuncia del presidente que
sirve mucho al “morbo”, pero carente de significado real, toda vez que ese
hecho se da casi en la salida del señor que sale incólume por sus crímenes
atroces. Sin embargo, la estructura
multiplicadora de la corrupción ha quedado intacta en un momento en que
todos los ojos deberían apuntar a preguntarse ¿Quiénes son los verdaderos
beneficiarios de “La Línea”?
La cesión de soberanía a un ente extraterritorial para
definir nuestra historia, tiene sus implicaciones serias; llamar la CICIG ha
sido como invocar los Cascos Azules. Un problema de visión, que ahora puede
perfectamente servir como gasolina para atizar
los fuegos que abren los servicios de inteligencia gringos en todo nuestro
continente.
Se ha abierto una ruta de presión contra el gobierno del
presidente Salvador Sánchez Cerén, en una coyuntura tan difícil, que provocara
la ansiedad colectiva, angustiada ante la violencia incontrolada, pensará en la
solución mágica de invocar la intervención extranjera. Esto no es novedoso en
Centroamérica; en momentos del Golpe de Estado Militar en Honduras de 2009,
muchos grupos demandaban la intervención de los cascos azules, sin entender la
gravedad que encierra ese llamado a “Superman”.
Igualmente, el arma puede ser útil para crear la falsa
impresión de un amplio descontento en Nicaragua, especialmente contra la construcción
del Canal Interoceánico, que representa un gigantesco paso hacia el progreso de
la región como tal, pero que está en la lista de “problemas”
para los intereses geoestratégicos del enemigo histórico de ese progreso.
En Honduras, la CICI se ha convertido en un objeto del
deseo de los protestantes indignados. Con ello los líderes del movimiento,
conscientemente o no, han aislado la lucha que ha convertido a Juan Orlando
Hernández en el centro gravitatorio de los males. Esta recortada visión, no
solo sobredimensiona la imagen de Hernández, sino que deja fuera la discusión
fundamental sobre la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente.
El presidente de Honduras, confeso de malversación de
fondos para su campaña proselitista (y, tácitamente, culpable de fraude
electoral), ha seguido a pie juntillas con su agenda neoliberal, mientras la
sociedad se desgasta exigiendo la intervención foránea a través de una Comision
Internacional que llegue a hacer lo que en apariencia no podemos hacer los
hondureños.
Las estadísticas de
violencia en Honduras son más terribles que en ninguna otra parte del mundo;
aun así The Guardian no la menciona como el problema orgánico del capitalismo
en nuestras sociedades. De hecho, hasta las mismas cifras desaparecen,
aunque siguen sumando las cantidades de personas asesinadas que aparecen
descuartizadas en costales, todos los días, en todo este país. Aquí, la matriz mediática ha logrado que el público se
deshumanice ante la tragedia, que la ignore por completo, como algo natural,
mientras grita indignada por la corrupción. ¿Algún parecido con Guatemala?
Esos mismos medios utilizan la violencia como producto
manejable, dependiendo de las condiciones; a la hora de atacar a Venezuela,
exponen la supuesta incompetencia del gobierno para controlarla, pero nunca, ni
por asomo, se menciona la bajísima incidencia de muertes violentas en
Nicaragua. Tegucigalpa, una de las cinco ciudades más violentas del planeta, se
encuentra a solo 130 kilómetros de la frontera nicaragüense, pero una vez que se
cruza la línea fronteriza da la sensación de haber salido del infierno, este
interesante asunto, no ocupa ningún espacio en los medios.
Siguiendo atentamente los eventos en Guatemala,
escuchamos un par de frases que nos provocaron escalofríos, venían de un ex
combatiente guerrillero de ese país; habló de la “revolución de las rosas” y
dio gracias a Dios porque “todo esto” se logró “sin disparar un solo tiro, sin
derramar una gota de sangre, sin golpeados y sin heridos”, solo esperamos que
aquellas declaraciones hayan sido más bien calculadas.
En Honduras, el asunto de la indignación tiene algunas
características diferentes: en especial la represión que aunque ausente en la
mayor parte de sus momentos, si se ha usado contra aquellos que buscan dejar
las marchas “cuasi domesticadas” de las antorchas y elevar el tono, cortando
pasos carreteros. Es claro que cuando la movilización indignada alcanza ciertos
niveles de organización (para el caso la mínima que se requiere para bloquear
pasos carreteros), se recurre a la represión.
Tan sui generis es el asunto en este país, que los medios
de comunicación han llegado a hacer dos categorías de indignados: a los inocuos
les llaman “pacíficos” y a los que se organizan, los llaman “violentos”: Esto
tiene un fin identificable a todas luces; mientras
a los pacíficos los recibe el embajador de Estados Unidos (y les ofrece apoyo,
incluso financiero), se reúnen con la cúpula empresarial, y se convierten en
fenómenos mediáticos, los “violentos” son estigmatizados como parias,
antisociales enemigos de la democracia.
En cualquier caso, esa distribución de los indignados nos
muestra que es muy improbable que Honduras siga la ruta de Guatemala; la
indignación (motivada hoy artificialmente por la renuncia de Otto Pérez
Molina), decaerá en fuerza, y esto es lógico debido a su inexistente avance
organizativo, mientras que la lucha popular
podrá dar pasos hacia adelante, siempre que se mantenga coherente en su
avance de obtener identidad, organicidad y estructura, y que no olvide ni sus
fuentes de alimentación ni la naturaleza política de toda lucha por el poder.
Hoy, el tema de la revolución de las rosas requiere de un
estudio serio obligado. No existe neogolpismo, ni la desestabilización va
contra gobiernos nada más. Singularizar así las cosas puede resultar fatal para
todos nuestros países, el objetivo es destruir
la revolución y la fuerza de nuestros pueblos que la lleva adelante (desde el
gobierno o no). Lo que aquí pasa, es un modelo, un patrón, descifrarlo y
desmontarlo es la tarea.
Este contenido ha
sido publicado originalmente por teleSUR bajo la siguiente dirección: