Los verdaderos profetas tanto religiosos como otros defensores de la humanidad, laicos, se fueron dando poco a poco cuenta de que ya no hacía falta subirse a los montes, ni a los púlpitos, ni siquiera a las terrazas ni al techo de un carro. Que había un sistema inventado y perfeccionándose para que su voz llegase más clara y más lejos
Lo que va de ayer a hoy
Historias bíblicas
de ayer
que se repiten
hoy
EL MONTE, LA TERRAZA
Y EL MICRÓFONO
ayer
En las épocas
antiguas, cuando no se había inventado
la electricidad los profetas lo tenían difícil.
Uno se los imagina
siempre con un vozarrón de trueno,
subidos en la roca más alta,
haciendo temblar las piedras y los oídos
con sus gritos.
Detrás de sus labios y
su garganta estaba su corazón convencido del mensaje que le
inspiraba hasta dar su vida. Estoy hablando de los profetas de
verdad. Porque en torno a ellos había otros, con buena voz
como ellos, pero que se llegaron a ganar pronto la fama de charlatanes, de merolicos, que
vendían sus productos y teorías a buen precio y de eso vivían.
Algunos de estos
se preocupaban tanto de su voz, de que se les escuchase, que se
olvidaban de lo que tenían que decir.
Uno de los que más voz y conciencia tenía tuvo que ser Juan
el Bautista. El era capaz de predicar en
desierto o con el agua a la
cintura y se le entendía todo. Tanto se le entendía que tuvieron que cortarle la cabeza para que
no hablara.
Jesús tenía otro
estilo. En ocasiones subía a una colinita, otras veces aprovechaba una barca,
a la orilla del lago. Él no necesitaba
gritar mucho porque sus discursos eran
más una conversación sembrada de
cuentos, preguntas, diálogo con los presentes, ironías, a veces
lamentos e imprecaciones… además
no solo hablaba en campo abierto sino por las calles, en las casas de vecinos,
durante una comida, en sinagogas de pueblos…
Pero estaba consciente de que eso que
Èl contaba a la gente de su tiempo y país lo tendrían que repetir
después sus discípulos en lugares y circunstancias muy distintas, aunque no
sabía cómo iban a ser esas
circunstancias. Se limitó a anunciarles:
No hay nada encubierto que no se
descubra, ni escondido que no se divulgue. Lo que les digo de noche
díganlo en pleno día; lo que escuchen al oído grítenlo desde las terrazas (Mateo
10, 36)
Y así fue.
Cuando Él dejó de estar pregonando su
mensaje por los pueblos, ellos siguieron
buscando lugares donde les pudieran escuchar, en tierras cada vez más
lejanas, en ambientes cada vez más
distintos:
El areópago de
Atenas donde los sabios expresaban sus
teorías y los jueces sus sentencias; en las ágoras, plazas públicas de las
ciudades donde se cruzaban las palabras y las ideas; en las salas de juzgado del imperio romano donde
los mártires confesaban su fe a costa de su vida.
Pero llegó el momento de la libertad para los
creyentes y empezaron las conversiones masivas.
Las catedrales necesitaron lugares altos donde los
predicadores pudieran hacerse oír de los fieles.
De los
fieles, pero ¿dónde predicar a
los “infieles”?.
Recordemos que
“ayer” no se había inventado todavía la electricidad.
Hoy
Demos el clásico salto al HOY para encontrarnos con el problema de
comunicar los mensajes de los tiempos que vienen.
Ayer, como decíamos, quienes hablaban a las
multitudes eran predicadores, profetas,
también filósofos y oradores
políticos.
Pero con el paso del tiempo a muchos otros les entró el gusto también por hablar a las
masas. Eso coincidió con que a alguien
le dio un calambre. Los calambres más
fuertes fueron los rayos. Pero esos servían poco porque eran fieras sin
domesticar.
Y ¿que tendrán
que ver los calambres con los profetas y los oradores?
Pues sí,
que cuando empezaron
a domesticar los calambres y a convertirlos en corrientes por alambres. Por
los cables, fíjense que entonces se
inventaron los altavoces, los
amplificadores, la radio, los micrófonos y más aparatos de hacer ruido.
Los profetas tardaron tiempo en darse cuenta de la importancia de ese
invento, para no tener que subirse a las terrazas ni a los púlpitos. Sobre todo porque los profetas de verdad se preocupaban más de lo
que tenían que decir que de cómo gritar
mejor para que se les oyera. Se conformaban con subirse a un balcón o a una silla.
Quienes más
se dieron cuenta del invento fueron los
merolicos, pequeños y grandes. Los charlatanes que vendían sus productos en
las plazas y los otros charlatanes, los políticos, que vendían sus conciencias a quien más le pagaba.
Se inventó el
periodismo radiofónico, la publicidad,
la mercadotecnia, las campañas electorales.
Todo eso apoyado por los cables, la electricidad, la electrónica…
el micrófono.
Los
verdaderos profetas tanto religiosos
como otros defensores de la humanidad, laicos,
se fueron dando poco a poco cuenta de que ya no hacía falta subirse a
los montes, ni a los púlpitos, ni siguiera a las terrazas ni al techo de un
carro. Que había un sistema inventado y perfeccionándose para que su voz llegase más clara y más lejos.
Les costó
trabajo aprender. No se fijaron en que
no bastaban con acercar la boca a ese aparato nuevo y gritar como si estuvieran
aún en lo alto del monte Sinaí. No pensaron que ahora necesitaban gritar
menos y suavizar la voz. Que el micrófono hacía lo demás.
Además se fueron enredando en la
competencia. Porque ahora ya no era uno sólo predicando en un templo de la ciudad. Al mismo tiempo que él hablaba había por las cuatro esquinas otros que profetizaban, o publicitaban, o
politiqueaban u ofrecían productos
que a veces hacían sombra al mensaje de los profetas.
Cada predicador se fue dando cuenta de que ya no
era él solo quien hablaba de Dios, sino
que salían a la palestra muchos dioses,
mezclados con ofertas y propagandas de todo tipo.
Las profecías, las `propagandas, los mensajes, de los nuevos predicadores tenían un estilo distinto de las proclamas de los profetas sobre los
montes. Además por encima, por debajo y alrededor de los
distintos sermones había un extraño
producto que se llamaba “dinero”.
Así estamos
ahora.
Posiblemente si
Jesús hubiera sospechado lo que se nos
vendría encima siglos
después, Mateo hubiera tenido que
escribir:
Lo que les
digo al oído proclámenlo por los micrófonos, ante las cámaras y televisores.
Pero como no lo dijo, quienes se dedican a seguir proclamando ese mensaje, no han
sabido cambiar mucho su estilo.
Muchos siguen hablando por los
micrófonos como si lo hicieran desde el
púlpito.
Tenemos
excepciones. Hay casos en todas las confesiones
cristianas de personas fieles al mensaje y fieles al pueblo que les escucha.
Por contar un caso ya histórico
se recuerda al obispo Fulton Sheen
que en su programa televisivo le quitaba la audiencia a Frank Sinatra.
Cuando Mons.
Romero hablaba en sus sermones por la radio, la gente lo escuchaba en las
escalinatas de la catedral, abarrotada.
Pero aún quedan en ambientes religiosos (o socio-políticos) personas que confunden el micrófono con un helado. Se lo meten entre
las fauces y no lo sueltan hasta que no
se les gasta.
Hay entre los llamados predicadores
electrónicos varios estilos muy curiosos. Les cuento algunos:
El gritón: No está muy convencido de que eso
funcione y entonces vocea de modo que se
le escucha igual si el aparatito
está conectado que si no. No piensa mucho lo que tiene que decir.
Dos o tres frases tópicas
repetidas muchas veces de distinta manera
y basta. Lo suyo es gritar (y aburrir).
El amenazante: Tiene a los oyentes como víctimas
a punto de condenación. El mal, el
pecado, el infierno, el mundo podrido y
pervertido, la sociedad en el precipicio…
El
superlisto: Quien dice
cosas que todos saben con palabras que nadie entiende. Cuando quiere
hablar de misa dice sinaxis eucarística,
cuando va a decir del cuerpo dice
somático… A veces lo dice con tal
tono de voz que comentan la
abuelitas: “¡Qué bien habló el
predicador! – ¿qué dijo? – “no sabemos
pero habló muy bien”
El milagrero: Es un tanto
peligroso. La base de sus sermones son sucesos prodigiosos, curaciones milagrosas, o muertes súbitas por castigo
divino, apariciones de vírgenes y
santos… Selecciona del evangelio solo lo milagroso sin enseñar
delicadamente el sentido simbólico de
muchas narraciones. El Jesús que presenta es solo como un mago que atrae con sus
presentaciones deslumbrantes. De sus palabras de paz, de sus signos de
amor, del reino de Dios que anunciaba… de eso nada.
El negociante: este es el más peligroso de los que manejan el
micrófono. No es que no lo sepa usar, lo sabe y muy bien. Pero
lo usa para sus negocios
particulares. Habla solo del templo que
hay que ampliar, y cuesta en dólares…,
de que Dios bendice a quien da con generosidad, de que
se necesita una imagen nueva de San Epafrodito, o unas
cortinas o simplemente d que la gracia
de Dios cuesta 10 dólares y eso lee
llenará de felicidad a quien aporte. Y
lo triste es que mucha gente se lo cree y el
predicador, de cualquier religión,
negociante hace negocio.
Hay muchos otros medios de utilizar el micrófono. Aquí hemos puesto
sobre todo ejemplos de temas religiosos, pero ustedes fácilmente pueden
aplicarlo a políticos, economistas, sanadores, ‘inventores de
productos variados…
Aquellos de
ustedes que tengan como principal
ocupación escuchar, oír, procuren no tragarse todo y les recomiendo un
remedio gratuito para lo que escuchen detrás
del micrófono: dialogar y
criticar en comunidad lo que les dijeron;
ayudarnos mutuamente a buscar la
verdad, todos juntos, elegir como
compañeros de camino los profetas o profetisas con los que se puede platicar y
construir el mundo de la verdad
que buscamos todos juntos
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Pequeña explicación: merolico : Persona que vende medicamentos y baratijas en
las plazas públicas anunciándolas con una retahíla de promesas, relatos de
curaciones maravillosas, ofertas extraordinarias, etc . Hablar como merolico: hablar
mucho sin decir nada.