NO HAY MAS RECURSOS EN LA DESPENSA DE LA CASA COMÚN
La Tierra es un planeta pequeño, viejo, con 4,44 mil millones de años
de edad, con 6.400 km de radio y 40.000 km de circunferencia. Hace 3,8 mil
millones de años surgió en él todo tipo de vida y hace unos 7 millones, un ser
consciente e inteligente, altamente activo y amenazador: el ser humano. Lo
preocupante es que la Tierra ya no tiene reservas suficientes en su despensa
para proporcionar alimentos y agua a sus habitantes. Su biocapacidad se va
debilitando día a día.
El día 13 de agosto fue el Día de la Sobrecarga de la Tierra (Earth Overshooting Day). Es lo que nos informó la Red de la Huella Mundial (Global Footprint Network) que, junto con otras instituciones como WWF y Living Planet siguen sistemáticamente el estado de la Tierra. La huella ecológica humana (la cantidad de bienes y servicios que necesitamos para vivir) ha sido sobrepasada. Las reservas de la Tierra se han agotado, y necesitamos 1,6 planetas para atender nuestras necesidades, sin considerar aquellas muy importantes de la gran comunidad de vida (fauna, flora, micro-organismos). En palabras de nuestro diario vivir: nuestra tarjeta de crédito está en números rojos.
Hasta
1961 necesitábamos solamente del 63% de la Tierra para atender nuestras
demandas. Con el aumento de la población y del consumo, en 1975 necesitábamos
ya el 97% de la Tierra. En 1980, el 100,6%, la primera Sobrecarga de la Huella
Ecológica Planetaria. En 2005 alcanzábamos ya la cifra de 1,4 planetas. Y
actualmente, en agosto de 2015, 1,6 planetas.
Si
hipotéticamente, nos dicen los biólogos y cosmólogos, quisiésemos universalizar
el tipo de consumo que los países opulentos disfrutan, serían necesarios 5 planetas iguales al que tenemos, lo cual es
absolutamente imposible además de irracional (cf. R. Barbault, Ecologia
geral, 2011, p.418).
Para
completar el análisis debemos tener en cuenta la investigación sobre “Los
límites planetarios: una guía para el desarrollo humano en un planeta en
mutación”, hecha por 18 científicos y publicada en la prestigiosa revista Science
de enero de 2015 (hay un buen resumen en IHU de 09/02/2015). En ella se
enumeran 9 fronteras que no pueden ser violadas, en caso contrario ponemos en
peligro las bases de la vida en el planeta (cambios
climáticos; extinción de especies; disminución de la capa de ozono;
acidificación de los océanos; erosión de los ciclos de fósforo y nitrógeno;
abusos en el uso de la tierra, como deforestaciones; escasez de agua dulce;
concentración de partículas microscópicas en la atmósfera que afectan al clima
y a los organismos vivos; introducción de nuevos elementos radioactivos,
nanomateriales, microplásticos).
Cuatro de las 9 fronteras ya han
sido sobrepasadas, pero
dos de ellas –el cambio climático y la extinción de las especies– que
son fronteras fundamentales, pueden llevar a nuestra civilización a un colapso.
Fue lo que concluyeron los 18 científicos.
Tal dato
pone en jaque el modelo vigente de análisis de la economía de la sociedad
mundial y nacional, medida por el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
Este implica una profunda intervención en los ritmos de la naturaleza y la
explotación de los bienes y servicios de los ecosistemas con vistas a la
acumulación y con ello al aumento del PIB. Este modelo es una falacia pues no
considera el tremendo estrés al que somete a todos los servicios ecosistémicos
globales que garantizan la continuidad de la vida y de nuestra civilización. De
forma irresponsable e irracional considera tal hecho, con sus graves
consecuencias, como “externalidades”, es decir, como factores que no entran en
la contabilidad nacional e internacional de las empresas.
Y así,
alegremente, vamos al encuentro de un abismo que se abre delante de nosotros.
Curiosamente, en las discusiones sobre temas económicos que se organizan
semanalmente en las televisiones, nunca o casi nunca se hace referencia a los
límites ecosistémicos de la Tierra. Con raras excepciones, los economistas
parecen ciegos y cegados por las cifras del PIB, rehenes de un paradigma
anticuado y reduccionista para analizar la economía concreta que tenemos. Si
todas las fronteras fuesen violadas, como todo parece indicar, ¿qué sucederá
con la Tierra viva y la humanidad? Tenemos que cambiar nuestros hábitos de
consumo, las formas de producción y de distribución como no se cansa de repetir
la encíclica del Papa Francisco sobre “El cuidado de la Casa Común”. Pero sobre
eso los analistas no dicen ni una sola palabra. Mal imaginan que podemos
conocer un “armagedón” ecológico-social sin precedentes.
Imaginemos
al planeta Tierra como un avión de pasajeros. Tiene alimentos, agua y
combustible limitados. El 1% viaja en primera clase; el 5% en ejecutiva y el
95% en clase económica o junto a los equipajes con un frío aterrador. Llega un
momento en que todos los recursos se agotan. El avión planea un poco y luego se
precipita, acabando con todos los pasajeros de todas las clases.
¿Queremos
este destino para nuestra única Casa Común y para nosotros mismos? No tenemos
alternativa: o cambiamos nuestros hábitos o iremos desapareciendo lentamente
como los habitantes de la isla de Pascua hasta quedar solamente algunos
representantes, tal vez envidiando a los que murieron antes. Ciertamente, no
hemos sido llamados a la existencia para conocer un fin tan trágico.
Seguramente “el Señor, soberano amante de la vida” (Sab 11,26) no lo permitirá.
No será por un milagro sino mediante nuestro cambio de hábitos y con la
cooperación de todos.