Compartimos un artículo de Radio Progreso de Honduras
En septiembre es
cuando más hablamos de independencia, libertad y soberanía. Al recordar los 194
años de independencia que los criollos lograron ante los españoles, hay un dato
que los analistas toman para explicar la fragilidad de nuestros Estados:
Centroamérica tiene un problema de origen, nunca se logró la “unión centroamericana”
y desde el arranque se desmembraron minúsculos Estados que por sí solos nunca
han podido salir airosos con propuestas nacionales. Cada país se convirtió en
feudo de un puñado de señores oligarcas. Somos un error de origen.
Al nacer dividida, Centroamérica perdió su capacidad para
impulsar un Proyecto político común para aprovechar racionalmente sus bienes,
su ubicación geográfica estratégica, impulsar programas turísticos comunes con
respeto a la diversidad cultural y étnica, y planes de auténticos bienestar sin
estar sometidos a los capitales externos.
Divididos, los Estados cayeron víctimas de los grandes,
cumpliéndose aquello de que a las sardinas se las acaba comiendo el tiburón. Al
convertir la parcela centroamericana en mini estados facilitó el impulso de
proyectos económicos históricos sometidos a multinacionales y a caudillos
locales que tanto daño han hecho a la región como los enclaves mineros,
bananeros o la depredación de las maderas preciosas y los bienes de la
naturaleza.
Hoy, en pleno siglo veintiuno, los políticos
centroamericanos han dado muestras precisas de seguir profundizando este error
de origen de los Estados centroamericanos, y por supuesto los políticos
hondureños van a la cabeza. El proyecto de las ciudades modelo, o la ley de minería,
no hacen otra cosa que dividir aún más el territorio, dividir a la sociedad y
debilitar más la capacidad de cada uno de los paisitos para competir en un
mundo globalizado y con un liderazgo depredador.
Mientras los historiadores, la propia realidad nos
plantean que solo somos viables si trabajamos en alianza o impulsando proyectos
con una visión centroamericana, los políticos hondureños tiran a la basura las
lecciones del pasado e impulsan planes que nos hacen vivir como rémoras del
capital multinacional, incluso prefieren alianzas oscuras con grupos ilegales
que acaban destruyendo la precaria institucionalidad.
Al recordar un año más de la independencia que un día
proclamó una élite criolla para impedir que el pueblo luchara por alcanzar su
libertad, es necesario que debatamos sobre el Estado y la sociedad que tenemos,
y sobre el Estado y la sociedad que necesitamos. Hay mucho por debatir y por
consensuar, aquí ofrecemos algunas preguntas para iniciar un debate: ¿Es viable
el Estado impulsado por la clase política y la élite empresarial actual? Cuándo
los diputados hablan de que somos soberanos, libres e independientes, ¿de qué
realmente están hablando? Las ciudades modelo o leyes que exoneran a
multinacionales del pago de impuestos o que favorecen en extremo la explotación
de la riqueza minera, ¿fortalecen o debilitan el Estado hondureño?
A pesar de los ruidos de los tambores y los discursos
grandilocuentes, septiembre también puede ser ocasión no para diálogos, que no
pasan de ser espejismos, sino para hacer frente al debate por un Estado que
nunca hemos tenido, en base a la lucha y los consensos