A menudo, suelo preguntarme qué quieren decir las
personas cuando utilizan la palabra “Dios”. Hablan de Él como si fuera una
realidad evidente, algo que constatamos como si de un objeto se tratara,
proyectando muchas veces sobre la divinidad una imagen pueril, y aprisionándola
en todo tipo doctrinas que pretenden indicarnos en qué consiste el Ser de Dios.
La existencia de lo divino ha acontecido entre los
hombres desde los albores de la humanidad. Aquellos primeros seres humanos que
habitaron este planeta experimentaban una profunda admiración ante la realidad
en la que se encontraban inmersos. Intuían el Misterio de la existencia y lo
expresaban de diversas maneras. A pesar de
los miles de años que han trascurridos desde aquél entonces, los hombres
modernos no hemos perdido la capacidad de admiración que apreciaban los antiguos. La ciencia va revelando los
enigmas de la existencia del mundo, en la medida que avanza en su investigación
con métodos cada vez más rigurosos que nos permiten conocer el funcionamiento
autónomo de nuestro universo, pero no puede desvelar el Misterio Inefable que
habita detrás de lo incognoscible por el hombre y que habita en el fondo de
nuestro ser . De ese Misterio pretendo hablar hoy, del cual no sé nada, pero que experimento en mi vida
diaria y al interpelarme sobre el sentido último de la existencia.
Es por ello, que pretendo interpretar a Dios siempre como
Misterio, pero a su vez como una experiencia que aprendemos a conocer y amar
cuando nos abrimos a esa realidad que nos impulsa a ejercer la justicia, la
libertad, la compasión; a comprometernos por un mundo más equitativo e
igualitario, a romper todas las cadenas que esclavizan al hombre y que soslayan
la tarea más acuciante de la religión: la felicidad de los seres humanos en
esta vida. Pues del “más allá” no tenemos ninguna certeza que exista,
aunque la mayoría de las veces la
predicación religiosa se ocupe de la vida venidera descuidando en gran parte
los asuntos mundanos que causan dolor y sufrimiento, inanición, desesperanza y
desgana de enfrentar la dureza de la vida.
Decía que de Dios no podemos saber nada. La teología
tradicional ha pretendido indicarnos la forma en la que Dios es y actúa. La
visión del mundo impuesta por la modernidad cambió nuestro paradigma teológico
y nuestra forma de comprender el misterio divino. Hay un hecho innegable: hemos
creado a Dios nuestra imagen y semejanza, es decir, le hemos atiborrado de
rasgos antropomórficos, atribuyéndole
todo tipo de atrocidades que cometemos
los humanos; basta leer la Biblia Hebrea o el Nuevo Testamento para
comprender de qué hablo. El Dios judío Yavhé comporta valores morales
inferiores a una persona considerada decente, instando a la matanza de niños
inocentes, aprobando la guerra, ordenando el exterminio en masa, estableciendo
directrices difíciles de cumplir para quienes quieran tener una relación
apropiada con Él, y un largo etc. Esta
imagen sanguinaria de Dios del Antiguo Testamento, “uno de los libros más
llenos de sangre de la literatura mundial” en palabras de NorbertLohfink, uno
de los exégetas más reconocidos del siglo XX, sigue imperando en la mente de
muchos creyentes. Soy ateo de ese Dios. Pero el Nuevo Testamento no se queda
atrás: se vislumbra a Dios como un Ser que sacrificó deliberadamente a su Hijo
en la cruz para redimirnos de nuestros pecados y así poder perdonar las ofensas
que habíamos cometido contra él. También soy ateo de ese Dios, claro está.
En los últimos años, y mediante la lectura de místicos y
místicas de diversas corrientes religiosas, he descubierto con gozo una nueva
forma de hablar de la divinidad: el apofatismo. Lo que quiere decir este
término es que Dios es inefable, indecible. También se lo ha denominado
teología negativa, esto es, que de Dios es más acertado decir lo que no es que
lo que es. De Dios no podemos saber ni decir nada, pues escapa de nuestra
limitada compresión de aquél Misterio que nos trasciende y nos habita. La única
forma de hablar de Dios es mediante los
símbolos y las metáforas. El lenguaje literal sobre Dios no puede existir, pues
no podemos captar lo infinito con nuestro ser finito. Ya Santo Tomás de Aquino
decía que de Dios sólo podemos hablar por analogías.
Dicho todo esto, ¿qué es Dios para mí? Antes que nada
Misterio; al cual accedemos mediante la experiencia contemplativa, creándonos
una reverencia y admiración irresistible
aun en aquellos momentos en los que dudamos de su existencia. Habrá que “pensar” menos a Dios y “sentirlo”
más, convirtiéndose de este modo en criterio existencial para confrontar una
vida lacerante que en ocasiones se nos presenta como un sinsentido.
Sin embargo, en aquellos momentos en los que pretendo
desvelar la naturaleza insondable de Dios y encontrar un referente por cual
pueda acceder a su misterio, no encuentro una manera más segura que acercarme a
la fascinante figura de Jesús. Cuando
pienso en cómo es Dios, cómo actúa en los seres humanos y qué quiere para
ellos, me basta con recurrir a la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Es en su
lucha por la liberación de toda opresión que asedia al hombre, su amor para con
el prójimo necesitado, su compasión ante los que sufren, su lucha por un mundo
más fraterno y más justo en donde yo encuentro la inefabilidad divina. Intuyo,
gracias al personaje histórico de Jesús, que a Dios lo puedo relacionar con la
Justicia, la Libertad, la Compasión, el Amor, el Sentido y la Verdad. Dios para mí es, a su vez, Presencia Ausente,
o Ausencia Presente. Dios se manifiesta en la vida de Jesús y de todos aquellos
que se comprometen por un mundo más justo y servicial. No obstante, nos da la
impresión que “calla” frente a la cruz de Jesús y de todos los derrotados de la
historia humana. Pero la experiencia de la resurrección que compartieron los
apóstoles quiere indicarnos que el mal no tiene la última palabra. Detrás del
sufrimiento y el dolor que provocan los humanos y los desastres naturales, se
encuentra Dios suscitando la Vida. Es en esa Ausencia-Presencia donde trascurre
nuestra existencia, entre la congoja de saberse finito y el coraje de existir
sustentado por Dios (Paul Tilich).
ECLESALIA, 09/09/14
BRUNO ÁLVAREZ,bmalvarez276@gmail.com
MENDOZA (ARGENTINA).