Muchas veces le huyo a discursos religiosos y moralistas
por los vacíos e incoherencias que me dejan. Los ritos están cargados de rezos,
oraciones, cantos, lecturas; en este tiempo resaltan las tradiciones de la
época, las penitencias, los ayunos, etc. Entonces, ¿Cómo es que todo ese amor,
entrega a Dios y a la iglesia se refleja en esta sociedad?
Pienso que si todas esas personas cristianas conocieran y
profundizaran realmente en la figura de ese Cristo de quien son seguidores,
tendrían un gran ejemplo para seguir y sería otra la realidad que tendríamos en
este país.
Más que el Jesús milagroso y espiritual, me gusta pensar
en ese Jesús de carne y hueso. Ese que nació en el cajón donde se ponía el
alimento de las vacas y ese que murió desnudo, burlado y olvidado; nada de
lujos ni pretensiones. No pienso en ese Jesús que convirtió el agua en vino,
que multiplicó el pan, que curó enfermos y que caminó sobre el agua. Pienso en
ese Jesús -aquel personaje histórico- que luchó contra el statu quo que, en ese
entonces como ahora, favorecía a la minoría poderosa.
Pienso en ese Jesús que fue un revolucionario en su
época. ¿Por qué? Porque desafió al sistema, denunció las injusticias, rompió
las leyes que oprimían a las personas, acompañó y vivió entre los “indeseables”
para la sociedad: las mujeres, las prostitutas, los enfermos, los extranjeros,
etc. Algunos estudiosos del tema señalan el papel central de la liberación de
las mujeres en el evangelio; Jesús reconociéndolas como sujetas y no objetos.
Estoy segura que si Jesús viviera hoy en Guatemala no
sería parte de la Guatemala privilegiada y poderosa. Podría ser una niña
indígena en un pueblo del área rural. Estoy segura que le dolerían todas las
injusticias porque todo eso va en contra de la dignidad de las personas. Le
dolería lo que fue la guerra y lo que queda de ella (impunidad, olvido); la
explotación laboral e infantil, los salarios de vergüenza; la falta de tierra,
vivienda y alimento de millones; el irrespeto a la visión de los pueblos
indígenas; la persecución de quienes denuncian las injusticias y defienden la
vida; la explotación irracional contra la Madre Naturaleza para el
enriquecimiento privado, etc.
Jesús no sólo abriría sus ojos a nuestra realidad, sino
que reflexionaría y actuaría para transformarla (ver-juzgar-actuar). No se
quedaría en rezos, oraciones y penitencias. Estoy segura que si Jesús viviera
en este momento en Guatemala, ya hubiera sido tachado como terrorista,
criminal, bochinchero, haragán, comunista e izquierdista extremo. Probablemente
ya se hubieran emitido algunas órdenes de captura en su contra o ya hubieran
atentado contra su vida.
Si los cristianos de hoy conocieran la verdadera esencia
de ese Cristo, sabrían que denunciar las injusticias y luchar contra este
sistema que castiga a las mayorías, no es de comunistas ni de terroristas, es
cuestión de amor al prójimo a través de la justicia y la solidaridad, más allá
de la mera caridad. Y entonces, me sigo preguntando, ¿qué están haciendo las y
los cristianos por transformar las realidades injustas de este país?