Lo que va de ayer a hoy
Historias bíblicas
de ayer que se repiten hoy
LOS FOTÓGRAFOS
AYER
Las grutas, las cavernas en aquellos tiempos eran
lugares sagrados. En cuevas de América o de Europa, artistas primitivos pintaban allí imágenes que
representaban a sus dioses o a las víctimas que ofrecían a
sus divinidades y luego ellos se las comían en churrasco.
Es impresionante imaginarse a
aquellos hombres agachados bajo las
rocas, sin una humilde linterna, tal vez
con una pequeña hoguera, sin más pincel que las manos, expresando en la pared sus sentimientos, su esperanza o su hambre.
Cuando un tal Marcelino S. Sautuola descubrió las pinturas en las
cuevas de Altamira, le envolvió el escepticismo de sus vecinos. Sólo cuando
unos expertos de la universidad de Toulouse confirmaron lo auténtico del hallazgo, se cambió el escepticismo por
admiración y aquellas cuevas se
empezaron a conocer como la
capilla Sixtina del arte rupestre.
En la capilla Sixtina de Roma ya no se pintaba con las manos, aunque sí
cayendo sobre el rostro del pintor Miguel
Ángel las gotas de pintura del techo.
Antes y
después de ese pintor, otros artistas reflejaron en
muros y lienzos las creencias religiosas
de los seres humanos. Por la época del
pintor de la Sixtina una nueva ola
sacudía el arte para no limitarlo a pinturas sagradas sino a reflejar también ambiciones orgullos y
pasiones, volviendo a poner ante los ojos los cuerpos de
diosas y semidioses de la antigüedad sin ningún sentimiento religioso, aunque
la belleza tampoco se puede separar fácilmente de la religión.
Pues ahí siguen
los artistas mojando sus pinceles en tintes, pastas, óleos para reflejar sus sentimientos. Casi siempre entonces eran impulsos religiosos
los que más brotaban de su imaginación, aunque poco a poco se iba abriendo paso un arte humanista sin contacto con ángeles, santos o símbolos celestiales.
La pintura de lo sobrenatural podía hacerse con
calma. Los santos no corren y el pintor
tenía tiempo de copiar despacito sus
figuras en el lienzo o los muros.
Hasta que
apareció el “click”. Pero eso ya
sucedió, como quien dice:
HOY
Ese hoy empezó en 1,826 cuando don
Nicéforo consiguió que surgiera una
imagen dentro de una caja oscura con una lente. La mano del autor destapaba un
corto tiempo la lente y la luz se imprimía en la cámara. Aquella
primera imagen sin uso de pinceles no
tenía nada de religiosa. Por si tienen curiosidad, miren esta imagen borrosa, la primer fotografía de la historia: Una vista
desde la casa de Nicéforo Niepce en la
Borgoña francesa.
Entonces
empezó la carrera desenfrenada para que la imagen sobre distintas placas que la química inventaba, fuera aumentando en nitidez y en rapidez para que la imagen se imprimiera, sin el
laborioso trabajo con pinceles.
Todo se resolvió en un ¡click!
En esa época
del siglo XIX había disminuido en Europa
el sentido religioso. Pero todavía hoy a
muchos nos hubiera gustado contemplar
una imagen de Jesús en algunos de los momentos significativos de su vida, conseguida
sin pinceles ni imaginación, sólo con un simple apretar el botón.
Una
verdadera fotografía de su crucifixión
hubiera sido espantosa, aunque nos hubiera conmovido las entrañas. Preferimos una clásica pintura ante la que podamos decir: ¡Qué bello
crucifijo! Frase que suene a cruel ironía. Es como decir: ¡”qué
belleza de tortura!”.
Pero nos hubiera gustado más una foto de grupo en los momentos solemnes de la llamada
Ultima Cena.
Las imágenes
que tenemos de esa celebración son como las de los políticos al
final de una asamblea. Todos mirando al frente.
Aquí tienen
ustedes según Leonardo da Vinci lo que fue la última cena o la “primera comunión” de los apóstoles.
Pero ¡qué poco expresiva y qué poco ambiente de
primera comunión!. Ni siquiera están vestidos con un traje adecuado y sobre
todo, (hablando de nuestro tema de hoy)
¡no se ve ni un solo fotógrafo!. ¿Cómo
es posible?. ¡En un acto tan solemne!
Ahí nada más se ven platos de comida, vasos con algo que parece
vino, trozos de pan… Se ve también que
todos los
apóstoles están hablando a la vez, como desconcertados de lo que se debía hacer en aquel momento. No se distingue en la
pintura quiénes son los que ahí celebran su primera
comunión ni quiénes son los que asisten
como meros espectadores del evento.
Se
ve que ese cuadro fue producto de la imaginación del pintor. Esta
“apostólica primera comunión” del primer
jueves santo, no tiene nada que ver con lo que hoy son unas auténticas y bien
organizadas primeras comuniones.
En aquella
ocasión se trataba de personas mayores,
con atuendo de época. Nada de vestido blanco
(ellas) ni de traje y corbata negra (ellos). Y lo
más triste, la falta de fotógrafos; sin el ambiente que crea la presencia de esos atentos,
ágiles y experimentados camarógrafos, con aparatos de distintos
tamaños acercándose al altar y
metiéndose en los mejores puntos de vista para
destacar más lo sagrado de ese acto… o para distraer
a los niños que, pese a los
empeños del celebrante, no se enteran de
lo más importante de la ceremonia. Para
muchos de los allí presentes, parece que lo importante no es ni el cáliz, ni la hostia, ni ese condenado a
muerte clavado
en una cruz detrás del altar. Nada de
eso es importante. Lo que vale es el fotógrafo
que se mete entre los bancos, toma
primeros planos de las criaturas y no se sube encima del altar para tomar una
buena perspectiva, porque a lo mejor se lo prohíbe el sacristán.
¡Oh Señor qué lejos estamos de
las cavernas donde religiosamente los habitantes pintaban bisontes y ciervos en
homenaje a sus dioses!
¡Qué lejos estamos
de la Capilla Sixtina donde Miguel Ángel
pintaba ángeles, profetas y condenados saltando hacia las llamas!
¡Qué lejos de otras cuevas, las llamadas catacumbas de Roma donde
los creyentes celebraban la cena del
señor clandestina, la comunión a
escondidas, porque en vez de fotógrafos podrían entrar los legionarios
romanos para llevárselos como
alimento para las fieras.
Menos mal que hoy a los sacerdotes de la época postmoderna les queda la
solución de dar primero la comunión a los fotógrafos y después mandarlos a la
calle. Aunque podría haber protestas, porque tal vez a
algunos de los presentes lo que más les
interesa en esa ocasión es la foto, el ¡click!