Leonardo Boff
Siempre ha habido en la
humanidad, especialmente bajo el patriarcado, conflictos de todo orden. La
forma predominante de resolverlos ha sido y es la utilización de la violencia,
para doblegar al otro y encuadrarlo en un determinado orden. Ese es el peor de
los caminos, pues deja en los vencidos un rastro de amargura, de humillación y
de deseo de venganza. Y así se perpetúa la espiral de la violencia que hoy
adquiere especialmente la forma de terrorismo, expresión de la venganza de los
humillados. ¿Será esta la única forma de resolver sus contiendas los seres
humanos?
Hubo alguien que se
consideraba “un loco de Dios” (pazzus Dei), Francisco de Asís, que podría ser
también el actual Francisco de Roma que buscó otro camino. El anterior era el
de gana-pierde. Este último, el gana-gana, vacía las bases para el espíritu
belicoso. Tomemos ejemplos de la práctica de Francisco de Asís. Su saludo usual
era desear a todos: “paz y bien”. Pedía a sus seguidores: “Todo aquel que se
aproxime, sea amigo o enemigo, ladrón o bandido, recíbanlo con bondad” (Regla
no bulada, 7).
Consideremos la estrategia de
Francisco frente a la violencia. Tomemos dos leyendas, que, como leyendas,
guardan mejor el espíritu que la letra de los hechos: los ladrones del Burgo
San Sepolcro y el lobo de Gubbio (Fioretti, c. 21).
Una banda de ladrones se
escondía en los bosques y saqueaba a los transeúntes de los alrededores.
Movidos por el hambre fueron al eremitorio de los frailes a pedir comida. Son
atendidos, aunque no sin remordimientos, por los frailes: “No es justo que
demos limosna a esta casta de ladrones que tanto mal hacen en este mundo”.
Presentan la cuestión a Francisco. Este sugirió la siguiente estrategia: llevar
al bosque pan y vino y gritarles:
“Hermanos ladrones, venid
aquí; somos hermanos y les traemos pan y vino ―felices comen y beben―, luego
háblenles de Dios, pero no les pidan que abandonen la vida que llevan porque
sería pedir demasiado; pídanles solamente que cuando asalten no hagan daño a
las personas. Otra vez, Francisco aconseja: llévenles algo mejor, queso y
huevos. Más que felices los ladrones se regocijan, pero oyen la exhortación de
los frailes: “dejen esta vida de hambre y sufrimiento; dejen de robar;
conviértanse al trabajo que el buen Dios va a providenciar lo necesario para el
cuerpo y para el alma”. Los ladrones, conmovidos por tanta bondad, dejan
aquella vida y algunos hasta se hicieron frailes.
Aquí se renuncia al dedo en
ristre acusando y condenando en nombre de la aproximación cálida y de la
confianza en la energía escondida en ellos para ser otra cosa diferente a
ladrones. Se supera todo maniqueísmo que distribuye la bondad de un lado y la
maldad del otro. En verdad, en cada uno se esconde un posible ladrón y un
posible fraile. Con tierno afecto se puede rescatar el fraile escondido dentro
del ladrón. Y eso ocurrió.
Esta estrategia de renuncia a
la violencia aparece claramente en la leyenda del lobo de Gubbio que atacaba a
la población de la pequeña ciudad.
Se supera de nuevo la
esquematización: por un lado el “lobo grandísimo, terrible y feroz” y por el
otro, el pueblo, lleno de miedo y armado. Se enfrentan dos actores cuya única
relación es la violencia y la destrucción mutua. La estrategia de Francisco no
es buscar una tregua o un equilibro de fuerzas regidas por el miedo. No toma
partido por una parte ni por la otra, en un falso fariseísmo: “malo es el otro,
no yo, por eso debe ser destruido”. ¿Nadie se pregunta si dentro de cada uno no
puede esconderse un lobo malo y al mismo tiempo un buen ciudadano?
El camino de Francisco es esta
unión de los opuestos y aproximar a ambos para que puedan hacer un pacto de
paz. Va al lobo y le dice: “hermano lobo, eres un homicida pésimo y mereces la
horca, pero reconozco también que es por hambre que haces tanto mal. Vamos a
hacer un pacto: la población va a alimentarte y tú dejarás de amenazarlos”.
Luego se dirige a la población y les predica: “vuélvanse hacia Dios, dejen de
pecar. Aseguren alimento suficiente al lobo y así Dios les librará de los
castigos eternos y del lobo malo”.
Dice la leyenda que la pequeña
ciudad cambió de hábitos, decidió alimentar al lobo y este se paseaba entre
todos, como si fuese un manso ciudadano.
Ha habido intérpretes que
leyeron esa leyenda como una metáfora de la lucha de clases. Puede ser. El
hecho es que la paz conseguida no fue la victoria de uno de las partes, sino la
superación de los lados y de los partidos. Cada uno cedió, se verificó el
gana-gana e irrumpió la paz que no existe en sí, sino que es fruto de una
construcción colectiva entre los ciudadanos y el lobo.
Conclusión: Francisco no
estimuló las contradicciones ni removió la dimensión sombría donde se cuecen
los odios. Confió en la capacidad humanizadora de la bondad, del diálogo y de
la mutua confianza. No fue un ingenuo. Sabía que vivimos en la “regio
dissimilitudinis”, en el mundo de las desigualdades (Fioretti, c. 37). Pero no
se resignó a esta situación decadente. Intuía que más allá de la amargura,
existe en el fondo de cada criatura una bondad ignorada a ser rescatada. Y lo
fue.
Llegará el día en que los
seres humanos asumirán la inteligencia cordial y espiritual, cuya base
biológica identificaron los nuevos neurólogos, que completa la razón
intelectual que divide y atomiza. Entonces habremos inaugurado el reino de la
paz y de la concordia. El lobo seguirá siendo lobo pero no amenazará a
nadie.