El Papa asegura que "una
vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado"
Francisco dice que Monseñor
Romero fue calumniado también por los obispos "Después de haber dado su
vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas calumnias"
Cuántas veces a personas que
ya han dado su vida o han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura
que existe en el mundo: la lengua
Beatificación de Romero
El papa Francisco afirmó hoy
que el martirio del arzobispo de San Salvador, Oscar Romero, recientemente
beatificado, continuó después de su asesinato por las calumnias de "sus
hermanos del sacerdocio y del episcopado". Francisco se dirigió así al
grupo de salvadoreños, compuestos por unas 500 personas, que hoy fueron
recibidos por el pontífice para agradecer el reconocimiento como beato de
Monseñor Óscar Arnulfo Romero.
"Quisiera añadir algo
también que quizás pasamos de largo. El martirio de monseñor Romero (...) fue
también posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fui testigo
de eso- una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó
incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado", añadió el
papa al discurso previsto.
Y agregó: "No hablo de
oídas, he escuchado esas cosas, o sea que es lindo verlo también así, un hombre
que sigue siendo mártir, bueno ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero
que después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas
esas incomprensiones y calumnias".
"Cuántas veces a personas
que ya han dado su vida o han muerto se les sigue lapidando con la piedra más
dura que existe en el mundo: la lengua", exclamó.
El arzobispo de San Salvador
Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 mientras daba misa por un sicario, fue
beatificado el pasado 23 de mayo en una ceremonia en San Salvador, después de
que su causa de beatificación se acelerara con la llegada del pontífice
argentino.
El postulador de la causa para
la beatificación del arzobispo de San Salvador, Vicenzo Paglia, había
denunciado las dificultades y los "fuertes prejuicios" que se
presentaron durante el proceso y cómo durante años creció "una
montaña" de cartas contra Romero.
Durante su discurso, el papa
también citó a Rutilio Grande, también asesinado en 1979 y cuyo proceso de
beatificación ha comenzado, y dijo que estos mártires "son un tesoro y una
fundada esperanza para la Iglesia y para la sociedad salvadoreña" y cómo
"el impacto de su entrega se percibe todavía en nuestros días.
Explicó que el Salvador
"tiene aún por delante una serie de difíciles tareas y citó
"favorecer la promoción y el desarrollo de una nación en busca de la
verdadera justicia, la auténtica paz y la reconciliación de los
corazones".
Francisco hizo suyos los
deseos del beato Monseñor Romero, quien "con fundada esperanza ansiaba ver
la llegada del feliz momento en el que desapareciera de El Salvador la terrible
tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos a causa del odio, la
violencia y la injusticia".
Y pidió que el Señor, "convierta
todos los corazones y la bella patria que les ha dado, y que lleva el nombre
del Divino Salvador, se convierta en un país donde todos se sientan redimidos y
hermanos, sin diferencias, porque todos somos una sola cosa en Cristo nuestro
Señor", al citar la homilía en Aguilares de 19 junio de 1977 de Romero.
De la delegación que hoy fue
recibida por el papa formaban parte el presidente de la Conferencia Episcopal
salvadoreña, Luis Escobar Alas, y los obispos salvadoreños Elías Bolaño y
Gregorio Rosa Chávez, así como el ministro de Relaciones Exteriores, Hugo
Martínez y el secretario de Gobernabilidad, Hato Hasbún. (RD/Agencias)
Texto íntegro del discurso del Papa
Queridos hermanos
en el Episcopado, autoridades, sacerdotes, religiosos, religiosas,
seminaristas, hermanos y hermanas.
Con mucha alegría
recibo hoy su visita y, al darles la más cordial bienvenida, deseo
manifestarles también mi afecto por todos los hijos de la querida nación
salvadoreña. Agradezco a Mons. José Luis Escobar, Presidente de la Conferencia
Episcopal, sus amables palabras. A todos ustedes, muchas gracias por su
presencia calurosa y entusiasta.
Los trae a Roma la
alegría por el reconocimiento como beato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero,
Pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos que, viviendo el
dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera
violenta, mientras celebraba la Eucaristía, Sacrificio del amor supremo,
sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba.
Desde los inicios
de la vida de la Iglesia, los cristianos, persuadidos por las palabras de
Cristo, que nos recuerda que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo» (Jn 12,24), hemos tenido siempre la convicción de que la
sangre de los mártires es semilla de cristianos, como dice Tertuliano. Sangre
de un gran número de cristianos mártires que también hoy, de manera dramática,
sigue siendo derramada en el campo del mundo, con la esperanza cierta que
fructificará en una cosecha abundante de santidad, de justicia, reconciliación
y amor de Dios. Pero recordemos que mártir no se nace. Es una gracia que el
Señor concede, y que concierne en cierto modo a todos los bautizados. El
Arzobispo Romero recordaba: «Debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe,
incluso si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no significa sólo
ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el
deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en
ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco» (Audiencia General,
7 enero 2015).
El mártir, en
efecto, no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que
engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir
es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la
comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro
peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. En la
historia reciente de ese querido país, al testimonio de Mons. Romero, se ha
sumado el de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande, que, no
temiendo perder su vida, la han ganado, y han sido constituidos intercesores de
su pueblo ante el Viviente, que vive por los siglos de los siglos, y tiene en
sus manos las llaves de la muerte y del abismo (cf. Ap 1,18). Todos estos
hermanos son un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y para la
sociedad salvadoreña. El impacto de su entrega se percibe todavía en nuestros días.
Por la gracia del Espíritu Santo, fueron configurados con Cristo, como tantos
testigos de la fe de todos los tiempos.
Queridos amigos
salvadoreños, a pocas semanas del inicio el Jubileo extraordinario de la
Misericordia, el ejemplo de Mons. Romero constituye para su querida nación un
estímulo y una obra renovada de la proclamación del Evangelio de Jesucristo,
anunciándolo de modo que lo conozcan todas las personas, para que el amor
misericordioso del Divino Salvador invada el corazón y la historia de su buena
gente. El santo pueblo de Dios que peregrina en el Salvador tiene aún por
delante una serie de difíciles tareas, sigue necesitando, como el resto del
mundo, del anuncio evangelizador que le permita testimoniar, en la comunión de
la única Iglesia de Cristo, la auténtica vida cristiana, que le ayude a
favorecer la promoción y el desarrollo de una nación en busca de la verdadera
justicia, la auténtica paz y la reconciliación de los corazones.
En esta ocasión,
con tanto afecto por cada uno de ustedes aquí presentes y por todos los
salvadoreños, hago míos los sentimientos del beato Monseñor Romero, que con
fundada esperanza ansiaba ver la llegada del feliz momento en el que
desapareciera de El Salvador la terrible tragedia del sufrimiento de tantos de nuestros
hermanos a causa del odio, la violencia y la injusticia. Que el Señor, con una
lluvia de misericordia y bondad, con un torrente de gracias, convierta todos
los corazones y la bella patria que les ha dado, y que lleva el nombre del
Divino Salvador, se convierta en un país donde todos se sientan redimidos y
hermanos, sin diferencias, porque todos somos una sola cosa en Cristo nuestro
Señor (cf. Mons. Óscar Romero, homilía en Aguilares, 19 junio 1977).
Quisiera añadir
algo también que quizás pasamos de largo... el martirio de monseñor Romero no
fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio, testimonio de
sufrimiento anterior: persecución anterior hasta su muerte. Pero también
posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fue testigo de eso-
una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirió se continuó
incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado.
No hablo de oídas,
he escuchado esas cosas, ósea que es lindo verlo también así, un hombre que
sigue siendo mártir, bueno ahora ya creo que casi ninguno se atreva, pero que
después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas
incomprensiones y calumnias. Eso da fuerza, solo Dios sabe, solo Dios sabe las
historias de las personas y cuántas veces a personas que ya han dado su vida o
han muerto se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el
mundo: la lengua.
Por intercesión de
Nuestra Señora de la Paz, cuya fiesta hemos celebrado hace pocos días, invoco
la bendición de Dios sobre ustedes y todos los amadísimos hijos e hijas de esa
bendita tierra.
Muchas gracias.