La llamada Cumbre del Clima que se ha celebrado en París
no es como las anteriores. Hasta ahora, los chicos revoltosos de Greenpeace,
los Verdes o los movimientos de extrema izquierda que querían caldear el
ambiente a costa del enfriamiento del Planeta, eran los que lanzaban llamadas
de atención sobre las emisiones nocivas por su repercusión en el hábitat de
nuestro planeta Tierra.
Pero eso ya no es así. Ahora, la opinión mayoritaria de
los expertos así como la realidad del daño a la Tierra que se está produciendo
en forma de evidencias, son una llamada de atención muy seria para revertir la
situación o abocarnos a una realidad que ya es inquietante a no mucho tardar en
forma de efectos devastadores de los que ahora tan solo conocemos la
avanzadilla: cambios climáticos exagerados
que causan pandemias, o cada vez más ciudades como Pekín con una
polución que sobrecoge.
Estamos en el clímax del clima, y no solo porque llegamos
en esta Cumbre a punto culminante o de máxima tensión, sino porque desde el
ángulo opuesto, clímax también significa en el diccionario la etapa final de
una sucesión ecológica en la que se llega al estadio biológico óptimo y estable
de una comunidad vegetal: y este clímax sería el objetivo añorado por todas las
personas que aman la vida y quieren un Planeta con un ecosistema saludable. Son
muchas cumbre climáticas fallidas, con promesas incumplidas contra una
humanidad atónita que ve cómo el problema no es solo para el Tercer Mundo, víctima
y ahora ya como verdugo, por la magnitud de industrias contaminantes que se han
levantado allí en los últimos tiempos.
Esta vez, 200 países que han dado su visto bueno al
primer acuerdo mundial contra el calentamiento global frente a los 37 que
firmaron en Kyoto. Pero no es suficiente lo acordado,
a pesar de la alegría del Papa Francisco por los avances.
Son muchos lustros de fracasos e incumplimientos desde la publicación del
decisivo Informe Brundtland, cuando introdujo en 1987 la noción de “desarrollo
sostenible” que habría de popularizarse tanto. Resumo mi decepción en algunos
puntos que dejan en manos de los de siempre nuestro futuro a pesar de la toma
de conciencia colectiva de los peligros del cambio climático:
1. El reconocimiento de que el cambio climático es una
cuestión de “derechos humanos” se ha quedado fuera del texto legal relegado al
preámbulo, lo que hace que pierda fuerza declarativa.
2. Este gran acuerdo entrará en vigor en 2020 y cada
Estado tiene hasta mayo de 2017 para ratificarlo. Pero tampoco será efectivo si
no lo firman al menos 55 países, y que entre ellos sumen el 55% de las
emisiones globales.
3. No se ha logrado que la temperatura del planeta no
sobrepase los 1,5 grados de aumento a final de siglo, fijándose en 2 grados.
4. Los compromisos de reducción de emisiones de efecto
invernadero son voluntarios, y no obligatorios. No habrá sanciones si se
incumplen los compromisos firmados por los asistentes.
5. Tampoco se fijan metas concretas en el medio plazo,
fiándolo todo a un voluntarismo impropio de la gravedad del efecto invernadero.
6. Se comprometen los países desarrollados a movilizar
100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para que los países más
pobres puedan adaptarse a las consecuencias del cambio climático, una cantidad
revisable al alza.
Está muy bien, pero al final se ha quedado fuera del
articulado y encima es algo que se puede cambiar -a peor- en futuras cumbres.
Igual que se han quedado fuera del acuerdo las emisiones derivadas del
transporte aéreo y marítimo (un 10% del total).
Y por último, pero no menos preocupante, se propone como
solución es la construcción de cientos de centrales nucleares porque producen
poco CO2, pero conllevan otros peligros no menos letales como los residuos
radioactivos. Y nadie con poder parece tomarse en serio la posibilidad de un
desarrollo no ligado exclusivamente al crecimiento sino adecuado a la Huella
Ecológica sostenible para no esquilmar el Planeta. Como afirma Ignacio Ramonet,
cambiar de modelo energético sin modificar el modelo económico significa correr
el riesgo de que sólo se desplacen los problemas ecológicos.
No es suficiente lo acordado en París, pero es verdad que
se puede hacer algo más que violentarse o resignarse. Cabe asumir nuestra
propia responsabilidad ecológica, ser cada uno solución del problema,
individualmente, como una gota en el océano pero todos a la vez. En cada uno de
nosotros está parte de la solución y del problema; en nuestro derroche, en la
falta de reciclaje, en tanto consumismo superfluo. Que los cristianos somos los
primeros muchas veces en liderar las malas prácticas.