ECLESALIA, 28/12/15.- Otra vez Navidad, pero hoy ha
perdido el sentido profundo que alguna vez tuvo. Se ha quedado vacía por dentro
y ha sido suplantada por el Papa Noel y la Coca cola.
La Navidad, sin embargo, nos descubre algo muy
importante, la unión de lo humano y lo divino. Jesús no necesitó un templo para
nacer, nace en un establo, sin sacerdotes, sólo con sus padres, en un parto
como tantos otros y la compañía de unos miserables pastores, verdaderos ángeles
para aquella pobre familia.

Y por eso la religión cada día interesa menos a mucha
gente. Y como las religiones se habían considerado las únicas dueñas del
espíritu y de su manifestación la espiritualidad, el pueblo en general
considerado profano y el cristiano en particular se ha quedado ignorante de la
dimensión más profunda de su ser, dimensión tan suya como su cuerpo, como es su
espíritu.
Y así nos estamos quedando mutilados en nuestro ser. Con
un vacío enorme que necesitamos llenar de alguna forma, a veces errónea, como
cuando los jóvenes lo buscan en el ruido, la velocidad, el sexo y el alcohol
desmedidos o en las drogas.
Y los adultos en el dinero y las cosas, de ahí el
consumismo, el materialismo y la corrupción. O en el poder y de ahí la
decadencia de la clase política que lo busca para servirse a sí misma o caer en
el terrorismo o en el belicismo.
Otros siguen buscando su espiritualidad, pero sin nadie
que los oriente, y sin embargo está tan cerca, por ejemplo, creando buen
ambiente en la familia, en la amistad, en el trabajo, en sanos esparcimientos,
gozando de la naturaleza y el arte, en la fiesta, en la alegría y el placer, en
la política sincera, la educación o el estudio con ganas, la justicia, la
honradez y la solidaridad.
La espiritualidad de Jesús no es la espiritualidad del
sacrificio, la perfección, el pecado y la culpa, es la espiritualidad de la
felicidad y la alegría para la gente. La predicaba con hechos, asistiendo a
bodas, comidas festivas y banquetes que le servían como símbolo de ese otro
mundo diferente que enseñaba, repartiendo vida, dando su lugar a las mujeres y
demás excluidos y liberando a los oprimidos por la causa que fuera. No acudía a
rezar al templo, pues para él todo era sagrado, el lago, los cerros y sobre
todo la gente. Para Jesús tan sagrado era comer como rezar. Es la alegría del evangelio
del papa Francisco.
MIGUEL ESQUIROL VIVES, esquirolrios@gmail.com
COCHABAMBA (BOLIVIA).