Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

23 de enero de 2016

Lo que va de ayer a hoy... LA COPA



Lo que va de ayer a hoy
Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy


                             la copa     
ayer
En  los antiguos tiempos de la historia,  cuando en los  viejos rollos de la Biblia  se  contaba la historia  de  los primeros reyes,  algunos de los personajes  que aparecieron a su sombra  fueron  los coperos:   servidores destacados  cuya  responsabilidad fundamental era la de servir  el  vino en la copa  de su majestad.  No solo servirlo, sino   algo más importante: probar  ese vino vertido en ella.

Se pueden imaginar ustedes  por  qué.  Una  de las maneras más   fáciles  para  deshacerse de los reyes - pues todos  debían de tener  el gusto por el vino -  era  envenenárselo.

La primera vez que se habla de ese oficio es en el génesis,   al narrar la historia de  José  (40,1):   El copero y el panadero del rey de Egipto ofendieron a su amo.   El faraón, enfurecido contra sus dos ministros, el copero mayor y el panadero mayor,   los hizo custodiar en casa del mayordomo, en la cárcel donde José estaba preso…


A partir de  ahí se sigue  contando  la historia del  protagonista y sus   sueños; pero lo que nos interesa  ahora  es la importancia de  la copa  donde   servían el vino al rey.  Si el vino estaba envenenado, el copero, arriesgado  catador,  era quien sufría las consecuencias.

Naturalmente  la copa del  monarca  era algo  sagrado     en  los tiempos en que   el poder  estaba  sacralizado.

No vamos a pararnos en la importancia de  estos personajes  en el imperio sirio, en el  griego y romano,  lo cual   destaca la importancia del vino en  esas regiones  como bebida y como símbolo; y  en consecuencia  el valor   de  las copas reales.
El vino era bebida normal  en las comidas, especialmente de fiesta y, como en alguna  ocasión hemos comentado,  Jesús, al revés del austero Juan Bautista  no se privaba de beberlo (Mt  11, 18):   
 Porque vino Juan que no comía ni bebía, y dicen: ``Tiene un demonio.  Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: ``Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.  

Él  no necesitaba  de copero  porque no bebía en los palacios sino en las  comidas  populares  con todo tipo de personas.
No bebía en copas lujosas  sino en  vasijas de barro o de metal.

En una de esas copas una noche solemne bebió  vino con  sus amigos.  A pesar  del vino la cena se iba poniendo  triste. Allí no había panadero ni copero  como en el palacio de los faraones,   pero mientras platicaban  partieron pan y compartieron   copas de vino. Fue un brindis de despedida. En un momento, al final  de la cena, les pasó la última copa diciendo que aquello era  su sangre.

Su sangre resbaló horas más tarde por unos leños alzados  en forma de cruz.
Pero aquella cena  no   se les volvió a olvidar   a  sus    amigos.   Cuando  lo sintieron resucitado, siguieron reuniéndose
  para comer y beber en su memoria.  Nunca faltaban  allí  unos   panes y una copa de vino.   Aquella  cena  se fue convirtiendo en  rito.    Ese  rito nos anima a  saltar al… 

 HOY

 Porque hoy, siglo tras siglo,  los seguidores de Joshua,  el nazareno,  han ido convirtiendo  la copa en objeto  de celebraciones  rituales.

    Es bueno que haya ritos         
- Qué es un rito? – dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas.

Pues sí;  como escribió Saint- Exupery,  necesitamos ritos, y para   esos ritos   necesitamos     objetos  con los que nos expresemos.

Uno de estos objetos ha  sido la copa, el cáliz  como decimos  actualmente,   o, como se dijo en la edad media,  el “santo grial”.

Porque el HOY  que tratamos ahora  comienza en la edad  media, una época  en que la historia estaba  florecida por una desbordante imaginación. La imaginación unas veces hace más bella   la religión  en manos de pintores y poetas; otras veces envuelve la religión en nubes y pesadillas  absurdas.

Hacia  la edad media, pasado el año mil,  entró la curiosidad  por saber qué habría sido de la copa, el cáliz   con que Jesús de Nazaret  compartió el vino con sus  doce amigos.
Un imaginativo historiador, Robert de Boron,   contó  que aquel José de Arimatea, miembro del sanedrín (el senado  en Israel),  casi la única persona  decente entre aquella jauría que  condenó a Jesús… Pues ese José,  que cedió su sepulcro para enterrarlo,    recogió las reliquias que pudo de  Joshua de Nazaret, entre otras     la copa de la última cena. No se sabe por qué,  se la llevó por el mar Mediterráneo hasta el océano y navegó  hasta la Britania,  lo que  hoy llaman United kingdom,  y nosotros,  simplificando, Inglaterra.  

 Allí  la reliquia dejó de llamase copa o cáliz y fue el Santo Grial, la vasija sagrada.  La imaginación se desbordó más todavía  y salieron de la sombra el rey Arturo y los caballeros de la tabla (la mesa) redonda buscando el Santo Grial. Leyendas,  novelas de caballerías, y más tarde películas brotaron del fondo de aquella santa copa.  

También fueron apareciendo más sagrados vasos. Todos eran   “el auténtico Santo Grial”  en opinión de quienes  no estaban de acuerdo con que se les escapase la reliquia a   las islas del norte.                                                  
Muchos son los lugares investigados en la búsqueda del Santo
Grial. Podemos mencionar algunos de los   más conocidos: el Monte Saint Michel, Montsegur, Nueschawanstein en Alemania, el Castel del Monte en Italia, el Palacio de Takt-I-Suleiman en Irán, Gisors en Francia, la capilla Rosslyn en Escocia, o la abadía de Glastorbury en Inglaterra, entre otros.  En España defienden los devotos  que  el auténtico cáliz de la última cena está en Valencia.  Miren, este es.

No les cuento  el recorrido de  ese cáliz  desde que San Pedro se lo llevó a Roma y  después alguien negoció para llevarlo a la península ibérica,  de monasterio en monasterio, hasta que se quedó en Valencia.  Con él celebraron misa  en su visita a España  Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo cual para muchos es una prueba de que ¡ese  es  el auténtico!.  

Lo malo es que en la  catedral de León, a unos cuantos kilómetros de  Valencia también  existe otro auténtico cáliz de la última cena.  No sé si algún historiador, para poner a todos de acuerdo,  pensará   en proponer  que Jesús  celebró varias “últimas cenas”  (con lo que seguirían discutiendo  desde cada catedral cuál de esas cenas era la más última  de todas)…  Se me están  ocurriendo varias ironías y este  asunto no es   cosa  de broma.


Pienso que lo mejor será olvidarse de las actuales discusiones y volver al fondo de la cuestión.
El fondo tiene  que estar en aquella cena clandestina, de un  puñado de galileos pescadores y pecadores,  que andaban reunidos  con el carpintero  Joshua   platicando sobre lo que sucedía esos días en Jerusalén: la situación de riesgo que corrían, su futuro…   Mientras hablaban  se dejaron   lavar los pies por el nazareno.

(Por cierto  que, supongo , a nadie se le habrá ocurrido descubrir en algún rincón del mundo  el santo guacal, la palangana  donde Jesús expresó su amor y servicio a  aquellos muchachos  con pies enlodados de seguirlo  por los caminos).

Pero volviendo al fondo de la cuestión, me pregunto, les pregunto, qué interés tiene descubrir esa antigua copa, posiblemente hecha   de barro o de metal corriente.

¿No es más importante pensar en tantas copas, cálices, griales o como lo llamen, que durante siglos han servido para celebrar    el rito de brindar  recordando la palabras de Jesús, la noche antes de que lo mataran?

¿No es más importante  encontrar  y venerar cálices como aquel  que rodó  por el suelo, cuando a Oscar Romero le atinó la bala al corazón en el ofertorio de la  misa?

¿Cuántos  santos griales existen hoy en catedrales y    parroquias,  en capillas de ladrillo o madera, en las mochilas de misioneros que suben por  los montes para celebrar en lo alto  o en lo hondo  de bosques,  brindando con la copa en alto: “tomen, beban que esta es mi sangre”?

Unos son cálices de plata o de oro, con piedras preciosas a la base. Otros de barro, de madera, de  cristal. A veces hasta  son vasos de plástico,  para susto de liturgistas  escrupulosos y  para ánimo de comunidades  campesinas, refugiadas en la montaña,   cuando las perseguían  los helicópteros militares.                           

Es bueno que haya ritos

Pero  no es  tan  bueno   que  sean ritos lujosos,  con ricas  y extrañas vestiduras y de materiales costosos.  Basta que sean  bellos,  sencillos,  familiares.
Y que sean ceremonias sin solemnidad de piedra.  

Que se levante el cáliz con actitud de  ofrenda bondadosa.
 Que se pase la copa con  modales  de hermanos  compartiendo. 
Que se beba del santo grial con gesto de cariño y compañerismo.
Y que los griales, copas y cálices de  las leyendas
se guarden o se lean como bellos cuentos, 
como simpáticas  fábulas que nos hagan sonreír
mientras seguimos el camino,
sin pararnos en el   ayer ni  atascarnos en el  hoy 
sino buscando  un mañana
donde partamos el   pan  para todos  
y bebamos de la misma copa
con el temblor de que nos pregunte Joshua

como preguntó  a  sus amigos:
¿podrán beber de la copa que yo voy a beber?