Lo que va de ayer a
hoy
Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
la copa
ayer
Se pueden imaginar ustedes
por qué. Una de
las maneras más fáciles
para deshacerse de los reyes - pues
todos debían de tener el gusto por el vino - era
envenenárselo.
La primera vez que se habla de ese oficio es en el génesis, al
narrar la historia de José (40,1): El copero y el panadero
del rey de Egipto ofendieron a su amo. El faraón,
enfurecido contra sus dos ministros, el copero mayor y el panadero mayor,
los hizo custodiar en casa del mayordomo, en la cárcel donde
José estaba preso…
A partir de ahí
se sigue contando la historia del protagonista y sus sueños; pero lo que nos interesa ahora
es la importancia de la copa donde
servían el vino al rey. Si el
vino estaba envenenado, el copero, arriesgado
catador, era quien sufría las consecuencias.
Naturalmente la
copa del monarca era algo
sagrado en los
tiempos en que el poder estaba sacralizado.
No vamos a pararnos en la importancia de estos personajes en el imperio sirio, en el griego y romano, lo cual destaca la importancia del vino en esas regiones
como bebida y como símbolo; y en
consecuencia el valor de las
copas reales.
El vino era bebida normal en las comidas, especialmente de fiesta y,
como en alguna ocasión hemos comentado, Jesús, al revés del austero Juan
Bautista no se privaba de beberlo
(Mt 11, 18):
“Porque vino Juan que no
comía ni bebía, y dicen: ``Tiene un demonio. Vino
el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: ``Mirad, un hombre glotón y
bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.
Él no necesitaba de copero
porque no bebía en los palacios sino en las comidas populares
con todo tipo de personas.
No bebía en copas lujosas
sino en vasijas de barro o de
metal.
En una de esas copas una noche solemne bebió vino con
sus amigos. A pesar del vino la cena se iba poniendo triste. Allí no había panadero ni copero como en el palacio de los faraones, pero mientras platicaban partieron pan y compartieron copas
de vino. Fue un brindis de despedida. En un momento, al final de la cena, les pasó la última copa diciendo
que aquello era su sangre.
Su sangre resbaló horas más tarde por unos leños
alzados en forma de cruz.
Pero aquella cena
no se les volvió a olvidar a
sus amigos. Cuando
lo sintieron resucitado, siguieron reuniéndose
para comer y beber en su memoria. Nunca faltaban allí unos panes y una copa de vino. Aquella
cena se fue convirtiendo en rito. Ese
rito nos anima a saltar al…
HOY
Porque hoy, siglo tras siglo, los seguidores de Joshua, el nazareno,
han ido convirtiendo la copa en
objeto de celebraciones rituales.
- Qué es un rito? – dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es
lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras
horas.
Pues sí; como escribió
Saint- Exupery, necesitamos ritos, y
para esos ritos necesitamos
objetos con los que nos
expresemos.
Uno de estos objetos ha
sido la copa, el cáliz como
decimos actualmente, o, como
se dijo en la edad media, el “santo
grial”.
Porque el HOY que
tratamos ahora comienza en la edad media, una época en que la historia estaba florecida por una desbordante imaginación. La
imaginación unas veces hace más bella
la religión en manos de pintores
y poetas; otras veces envuelve la religión en nubes y pesadillas absurdas.
Hacia la edad media,
pasado el año mil, entró la
curiosidad por saber qué habría sido de
la copa, el cáliz con que Jesús de
Nazaret compartió el vino con sus doce amigos.
Un imaginativo historiador, Robert de Boron, contó
que aquel José de Arimatea, miembro del sanedrín (el senado en Israel),
casi la única persona decente entre
aquella jauría que condenó a Jesús… Pues
ese José, que cedió su sepulcro para
enterrarlo, recogió las reliquias que
pudo de Joshua de Nazaret, entre otras la
copa de la última cena. No se sabe por qué,
se la llevó por el mar Mediterráneo hasta el océano y navegó hasta la Britania, lo que
hoy llaman United kingdom, y
nosotros, simplificando,
Inglaterra.
Allí la reliquia dejó de llamase copa o cáliz y fue
el Santo Grial, la vasija sagrada. La imaginación se desbordó más todavía y salieron de la sombra el rey Arturo y los
caballeros de la tabla (la mesa) redonda buscando el Santo Grial. Leyendas, novelas de caballerías, y más tarde
películas brotaron del fondo de aquella santa copa.
También fueron apareciendo más sagrados vasos. Todos eran “el auténtico Santo Grial” en opinión de quienes no estaban de acuerdo con que se les escapase
la reliquia a las islas del norte.
Muchos son los lugares investigados
en la búsqueda del Santo
Grial. Podemos
mencionar algunos de los más conocidos: el Monte Saint Michel,
Montsegur, Nueschawanstein en Alemania, el Castel del Monte en Italia, el
Palacio de Takt-I-Suleiman en Irán, Gisors en Francia, la capilla Rosslyn en
Escocia, o la abadía de Glastorbury en Inglaterra, entre otros. En
España defienden los devotos que el auténtico cáliz de la última cena está en
Valencia. Miren, este es.
No les cuento el
recorrido de ese cáliz desde que San Pedro se lo llevó a Roma y después alguien negoció para llevarlo a la
península ibérica, de monasterio en monasterio,
hasta que se quedó en Valencia. Con él
celebraron misa en su visita a
España Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo
cual para muchos es una prueba de que ¡ese
es el auténtico!.
Lo malo es que en la
catedral de León, a unos cuantos kilómetros de Valencia también existe otro auténtico cáliz de la última
cena. No sé si algún historiador, para
poner a todos de acuerdo, pensará en proponer
que Jesús celebró varias “últimas
cenas” (con lo que seguirían discutiendo
desde cada catedral cuál de esas cenas
era la más última de todas)… Se me están
ocurriendo varias ironías y este
asunto no es cosa de
broma.
Pienso que lo mejor será olvidarse de las actuales
discusiones y volver al fondo de la cuestión.
El fondo tiene que estar en aquella cena
clandestina, de un puñado de galileos
pescadores y pecadores, que andaban
reunidos con el carpintero Joshua
platicando sobre lo que sucedía esos días en Jerusalén: la situación de
riesgo que corrían, su futuro… Mientras hablaban se dejaron lavar los pies por el nazareno.
(Por cierto
que, supongo , a nadie se le habrá ocurrido descubrir en algún rincón
del mundo el santo guacal, la
palangana donde Jesús expresó su amor y
servicio a aquellos muchachos con pies enlodados de seguirlo por los caminos).
Pero volviendo al fondo de la cuestión, me pregunto, les pregunto, qué interés tiene descubrir esa antigua copa, posiblemente hecha de barro o de metal corriente.
¿No es más importante pensar en tantas copas, cálices,
griales o como lo llamen, que durante siglos han servido para celebrar el
rito de brindar recordando la palabras
de Jesús, la noche antes de que lo mataran?
¿No es más importante
encontrar y venerar cálices como
aquel que rodó por el suelo, cuando a Oscar Romero le atinó
la bala al corazón en el ofertorio de la
misa?
Unos son cálices de plata o de oro, con piedras preciosas a
la base. Otros de barro, de madera, de
cristal. A veces hasta son vasos
de plástico, para susto de liturgistas escrupulosos y
para ánimo de comunidades campesinas, refugiadas en la montaña, cuando
las perseguían los helicópteros militares.
Es
bueno que haya ritos
Y que sean ceremonias sin solemnidad de piedra.
Que se levante el cáliz con actitud de ofrenda bondadosa.
Que se pase la copa
con modales de hermanos
compartiendo.
Que se beba del santo grial con gesto de cariño y compañerismo.
Y que los griales, copas y cálices de las leyendas
se guarden o se lean
como bellos cuentos,
como simpáticas
fábulas que nos hagan sonreír
mientras seguimos el camino,
sin pararnos en el ayer ni
atascarnos en el hoy
sino buscando un
mañana
donde partamos el
pan para todos
y bebamos de la misma copa
con el temblor de que nos pregunte Joshua