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3 de marzo de 2016

Lo que va de ayer a hoy LA PERIFERIA

Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy


LA PERIFERIA 




ayer
 
Desde el amanecer de la humanidad  se ha hecho sentir la presencia del poder,

Existen  dos poderes: poder – para  poder- sobre



  No es lo  mismo el poder para…    donde el ser  animal o el  humano demostraba  que  era capaz de levantar un peso o trepar a un árbol,   fabricar un arco,  encender fuego…

 No es lo mismo  eso  que el poder-sobre   : el enfrentamiento de  dos poderes humanos, uno sobre  el otro    “a ver quién puede más”. El que más podía se adueñaba de la tierra, de las fuentes,  de las cuevas o las chozas    y  dejaba  fuera de órbita a  quien le molestaba.
Siglo tras siglo la humanidad se iba estructurando así, apoyándose  en el poder, el saber, el tener que se resumía  en poder - sobre el que podía menos,  el que  sabía menos, el  que tenía  menos  (porque el que más podía se lo quitaba por la fuerza o engañándolo).
  El mayor progreso  del ser humano se realizó en su  cerebro…  los hombres y mujeres  comenzaron a pensar más, a saber más. Algunos de ellos llegaron  a tener más conciencia.  
Empezaron a hablar de sociedad, de pueblo…  Pero no eran capaces de liberarse de algo que tenían metido dentro en sus huesos, en su vientre,  en su cerebro: YO puedo más que ese otro, YO puedo por encima de esos otros, YO puedo contra  aquellos otros. Cada uno lo decía a su modo.  

En las orillas del mar Mediterráneo  un pueblo que llamaban los griegos hizo  correr su lenguaje por los pueblos cercanos.   Hablaban de peri-fero:  llevar alrededor.

En una ciudad amurallada los que quedaban  fuera  estaban en la “periferia”. ¡Pobres de quienes en una guerra les tocaba estar  allá   afuera!.  Eran las víctimas  desprotegidas  que sufrían el ataque.  Pero llegó un momento en la  historia  en que no hicieron falta murallas de piedra.

Cayeron esas murallas  pero se levantaron otras. Porque se desarrolló la fuerza del poder- sobre en forma de tener-sobre. El poder y el tener dominaron el centro.  Por eso no hacen falta murallas de piedra para mantener a la gente en la periferia.
Y ya estamos   así  en  el…
Hoy.
Los que pueden mantienen una periferia apoyados por  papel- leyes  papel- moneda,  que pronto queda  ensangrentado.
Pues, muchas veces,  la posesión de los que “tienen” es producto de años de acaparamiento: guerras de conquista, leyes inventadas por quienes tienen,  (que no cuentan, para escribir esas leyes, con la opinión de los que no tienen ). 
 Todos los seres humanos  que nos movemos por el mundo andamos dando vueltas entre  barreras que, marcan  tres  terrenos donde vamos viviendo o vamos muriendo y que podemos llamar  centro, semiperiferia y periferia.
Intento  comunicar, copiando y simplificando, unas ideas de  Adrián Vidales  que nos dejen por lo menos una inquietud  sobre nuestra situación en este mundo del que todos somos responsables:
 Todos vivimos en una sociedad y en un Estado, relacionado con los otros.                                
Los Estados del “centro” están especializados en la producción de bienes fabricados mediante altos niveles de tecnología y mecanización, y que, debido precisamente a esto, tienen un mayor precio en los mercados internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las zonas económicas consideradas “centrales”.
En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los países “periféricos”. Están caracterizados por tener un sistema de producción menos sofisticado y mecanizado que los países del “centro” y por lo tanto, su producción, basada fundamentalmente en la exportación de materias primas y productos agrícolas, está menos valorada en los mercados internacionales. Buena parte de los Estados de Asia, África y América Latina estarían incluidos en este grupo.
Al tener un menor precio los productos “periféricos” en los mercados mundiales con respecto a los producidos por el “centro”, cuando éstos son intercambiados, la mayor parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los Estados periféricos termina en manos de los grandes productores de los estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los estados periféricos están  gobernados en su mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes multinacionales de los países ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena parte de sus poblaciones, hace que la relación de explotación antes mencionada se estabilice y perpetúe. 
La pregunta lógica que todos nos haríamos en este punto sería: ¿y cómo es posible que estos pueblos explotados no reclamen sus derechos y derriben a sus explotadores? Según Wallerstein, hay tres mecanismos fundamentales que permiten al sistema-mundo gozar de una relativa estabilidad política:
1.- La concentración de la fuerza militar en las áreas céntricas.
 
2.- La difusión entre la población de los Estados del centro de la convicción de que su propio bienestar depende de la supervivencia del sistema como tal y,
3.- Finalmente, la división de los explotados en un gran estrato inferior y un estrato intermedio más pequeño. Este estrato intermedio es lo que se conoce como semiperiferia, cuya función principal es, pues, dividir a los explotados para que no hagan frente común contra los privilegiados del centro del sistema mundo. Para ello se le da un papel en la división del trabajo que hace que las economías de estos Estados estén basadas en sistemas de producción que mezclan componentes de las otras dos zonas económicas y que les permiten desempeñar, al mismo tiempo, un papel de explotado (por el centro) y explotador (de la periferia). Ejemplos de Estados semiperiféricos serían Brasil o Argentina. …  los países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial exportando al centro bienes procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la industria del automóvil) y, al mismo tiempo, vendiendo a las áreas periféricas productos semejantes a los del centro (pero con un menor nivel de capital intensivo). Nuestro mundo actual funciona como una economía-mundo globalizada en la que los Estados ya no tienen el control absoluto de lo que ocurre dentro de sus territorios, y que se ha estructurado en el terreno económico conforme a las reglas del capitalismo y en el terreno político-diplomático en un sistema interestatal en el que el principal mecanismo de cambio es la guerra y en el que se han dado sucesivamente hegemonías de vida finita. Además, dentro de este sistema-mundo los Estados se ven divididos en unas zonas económicas que se relacionan entre ellas conforme a un modelo de explotación.
 
Este es, en última instancia, el diagnóstico pertinente de esas barrigas hinchadas y esas caras atravesadas por mil sufrimientos.
   Esta división mundial  entre los Estados por su poder  también es  la división en la estructura de cualquier sociedad, en ciudades, pueblos, barrios… donde existe  algún centro y algunas periferias  que tienen entremedias, como colchón  que suavice las  diferencias,  genta  en la semiperiferia, que hace el juego al centro para mantener sometidos a los marginados de la periferia.
Dentro de este colchón encontramos  el silencio.  Por ejemplo   el  silencio de quienes dicen creer en un Dios de justicia y misericordia, aunque no reaccionan contra la injusticia y la inmisericordia  del centro.   
Aquí no tenemos más remedio que escuchar a  quien  es  eco de    ese Dios misericordioso y   lanzar a los cuatro vientos  su  grito.    El cardenal Bergoglio  habló  en  las reuniones anteriores al cónclave que después le encomendó su  misión  en la iglesia  mundial. Escuchemos  su palabra:   "la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria". Y añadía que "cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma”.
Me atrevería a  hacer una sencilla traducción para quienes  no andan  a vueltas con la filosofía.  “Autorreferencial”  quiere decir: “mirarse al ombligo”. Eso es lo que   puede pasar a los      llamados seguidores de Jesús,  que con esa mirada no tienen posibilidad  para  mirar  de frente y abrirse  a  la periferia.
 Las palabras del cardenal Bergoglio  han seguido resonando desde que empezó  a firmar como      
Saltando otros documentos, al abordar la propuesta del año de la misericordia ha vuelto  a  poner ante el mundo la necesidad de abrir los ojos ante las injusticias de la expulsión hacia las periferias. Escuchemos  en  su proclamación oficial (Misericordiae vultus):
 En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. (… )  No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio…
Esta reflexión del Papa    puede  hacer que demos  vueltas a esta palabra: “periferia” y nos preguntemos por nuestra actitud, especialmente si nos damos cuenta  de que nosotros mismos  estamos  situados  en esa peligrosa “semiperiferia”  donde no queremos dejarnos invadir por los que están    en los barrancos de la  periferia e, inconscientemente, estamos haciendo el juego a quienes se mantienen  tras  las seguras murallas de papel-leyes, papel-dinero  y (sin papel) potentes armamentos. Al mismo tiempo los del centro  cuentan para mantener su seguridad con nosotros, los que “no somos ni pobres ni ricos”  sino  vulgares “semiperiféricos”. Pero no nos damos cuenta.