Con esto se cerraron muchas ventanas del espíritu que
permiten también un conocimiento sin que pase necesariamente por los cánones
racionales. Ya Pascal notó ese reduccionismo hablando en sus Pensamientos de la
logique du coeur (“el corazón tiene razones que esconocer la razón”) y del esprit de finesse, que se
distingue del esprit de géométrie, es decir, de la razón calculadora e
instrumental analítica.
Pero lo más marginado y hasta difamado fue el corazón,
órgano de la sensibilidad y del universo de las emociones, bajo el pretexto de
que atropellaría “las ideas claras y distintas” (Descartes) del mirar
científico. Así surgió un saber sin corazón, pero funcional al proyecto de la
modernidad, que era y sigue siendo el de hacer del saber un poder, un poder
como forma de dominación de la naturaleza, de los pueblos y de las culturas.
Esa fue la metafísica (la comprensión de la realidad) subyacente a todo el
colonialismo, al esclavismo y eventualmente a la destrucción de los diferentes,
como las ricas culturas de los pueblos originarios de América Latina
(recordemos a Bartolomé de las Casas con su Historia de la destrucción de las
Indias).
Curiosamente toda la epistemología moderna que incorpora
la mecánica cuántica, la nueva antropología, la filosofía fenomenológica y la
psicología analítica han mostrado que todo conocimiento viene impregnado de las
emociones del sujeto, y que sujeto y objeto están indisolublemente vinculados,
a veces por intereses ocultos (J. Habermas).
A partir de tales constataciones y con la experiencia
despiadada de las guerras modernas se pensó en rescatar el corazón. Al fin y al
cabo, en él reside el amor, la simpatía, la compasión, el sentido del respeto,
la base de la dignidad humana y de los derechos inalienables. Michel Mafessoli
en Francia, David Goleman en Estados Unidos, Adela Cortina en España, Muniz
Sodré en Brasil y tantos otros por todo el mundo, se han empeñado en rescatar
la inteligencia emocional o la razón sensible o cordial.
Personalmente
estimo que frente a la crisis generalizada de nuestro estilo de vida y de
nuestra relación con la Tierra, sin la razón cordial no nos moveremos para
salvaguardar la vitalidad de la Madre Tierra y garantizar el futuro de nuestra
civilización.
Esto que nos parece nuevo y una conquista –los derechos
del corazón–, era el eje de la grandiosa cultura maya en América Central,
particularmente en Guatemala. Como no pasaron por la circuncisión de la razón
moderna, guardan fielmente sus tradiciones, que vienen a través de las abuelas
y los abuelos a lo largo de generaciones. Su principal texto escrito, el Popol
Vuh, y los libros de Chilam Balam de Chumayel testimonian esa sabiduría.
Participé muchas veces en celebraciones mayas con sus
sacerdotes y sacerdotisas. Se hace siempre alrededor del fuego. Comienzan
invocando al corazón de los vientos, de las montañas, de las aguas, de los
árboles y de los antepasados. Hacen sus invocaciones en medio de un incienso
nativo perfumado que produce mucho humo.
Oyéndolos hablar de las energías de la naturaleza y del
universo, me parecía que su cosmovisión era muy afín, guardadas las diferencias
de lenguaje, a la de la física cuántica. Todo para ellos es energía y
movimiento, entre la formación y la desintegración (nosotros diríamos: la
dialéctica del caos-cosmos) que dan dinamismo al Universo. Eran eximios
matemáticos y habían inventado el número cero. Sus cálculos del curso de las
estrellas se aproximan en muchas cosas a lo que nosotros con los modernos
telescopios hemos alcanzado.
Bellamente dicen que todo lo que existe nació del
encuentro amoroso de dos corazones, el corazón del Cielo y el corazón de la
Tierra. Esta, la Tierra, es Pacha Mama, un ser vivo que siente, intuye, vibra e
inspira a los seres humanos. Estos son los “hijos ilustres, los indagadores y
buscadores de la existencia”, afirmaciones que nos recuerdan a Martin
Heidegger.
La esencia del ser humano es el corazón que debe ser
cuidado para ser afable, comprensivo y amoroso. Toda la educación que se
prolonga a lo largo de la vida consiste en cultivar la dimensión del corazón.
Los Hermanos de la Salle tienen en la capital Guatemala un inmenso colegio
–Prodessa– donde jóvenes mayas viven en internado, bilingüe, donde se recupera
y se sistematiza la cosmovisión maya al mismo tiempo que asimilan y combinan
saberes ancestrales con los modernos, ligados especialmente a la agricultura y
a relaciones respetuosas con la naturaleza.
Me complace terminar con un texto que una mujer maya
sabia me pasó al final de un encuentro sólo con indígenas mayas: “Cuando tienes
que escoger entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien
escoge el camino del corazón nunca se equivocará” (Popol Vuh).