Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
El Micrófono y la Montaña
AYER
Unos – Mateo - dicen que subió al monte;
otros - Lucas - habló en una llanura.
De todos modos debía de tener buena voz
para que se le escuchase con el viento y
el oleaje del lago, con el rumor de los
oyentes que harían sus y exclamaciones,
risas, comentarios… y los grititos de los pequeños que jugaban entre la
multitud sentada sobre la hierba. Según parece
eran grandes multitudes. Parecían
venir de Siria (los sirios eran
gentiles), de la propia Galilea; de Decápolis, que estaba al otro lado y al sur
del Mar de Galilea, de Jerusalén y Judea (completamente al sur); y “del otro
lado del Jordán”.
Sí, buena voz debía de tener, al aire
libre y diciendo cosas para las que
necesitaría subir y bajar el tono y el
volumen según el sentido de lo que decía.
Al terminar se sentiría más a gusto callando un poco, respirando hondo o haciendo
comentarios en voz calmada con el grupito de los doce. Casi siempre
que echaba un discurso, después se lo tenía que traducir a los
compañeros, un poco cabezotas.
Siento gran admiración por los
profetas u oradores de
aquellos tiempos que a pulmón
limpio en areópagos, en basílicas
con resonancia… a… a … , en pleno
campo entre el soplo del viento, y el ladrido de
perros o de los gallos cercanos,
conseguían que los
asistentes se enterasen más o menos de
lo que decían.
También me admira la memoria de los
oyentes que, sin una vulgar grabadora, ni
agenda y lapicero… podían luego en
sus casas reconstruir en lo posible lo más impactante del discurso.
Y todavía algunos “listos” critican las historias y discursos
antiguos porque no tienen una transcripción exacta de las
palabras del orador. Pero bien o mal
así nos han llegado las voces de los
sabios.
Hoy
la cosa es diferente.
HoY
El primer invento fueron el púlpito y el
tornavoz, que ayudaban a que la voz de trueno, o el
susurro del que hablaba llegase hasta la puerta de la catedral o del aula de
la universidad.(esta que ahí ven, es la
de Salamanca, donde dictaban sus clases Fray Luis de León y otros
doctos profesores en el siglo XVI.
Para
el aire libre de la plaza o la
calle, servía la sencilla bocina que reforzaba la voz del mitinero o del vendedor
Hasta que, acercándose al hoy más hoy, fue aparecido y perfeccionándose, con la aparición de la electricidad, un instrumento que aún no sé muy bien si fue un avance o un retroceso. Primero tenía forma de regadera… luego fue tomando la de zanahoria o manzana, o pepino; después, supongo que sería obra de los japoneses, artistas de los pequeño, se convirtió en una especie de píldora que se sujeta con unas pinzas cerca de la corbata.
Pero
el micrófono – no hablo ahora del de la radio o televisión -
cambió las relaciones del orador, predicador,
político, publicista con los que
se encontraban cara a cara con él.
Ese aparatito de diversos tamaños es una potente arma arrojadiza.
No es que sea preciso lanzárselo al público como un bumerang, pero el micrófono sirve para arrojar palabras que lleguen a los presentes más lejos y más fuerte. Como todo instrumento arrojadizo hay que saberlo manejar y atender qué es lo que vamos a lanzar y con qué fuerza para que no haga daño, más que a los que debe doler un poco.
Si yo les contara…
Les
hablaría de personas que en una reunión
o asamblea no saben qué decir,
pero si les ponen en la mano un
micrófono, se animan y se lían a hablar, a hablar... Para
algunos el micrófono es como un
cucurucho de helado que no se gasta, aunque lo laman mucho.
Cuando se lo acercan a la boca
lo miran con cariño, lo miran
mientras hablan… y no se dan cuenta de la cara de aburrimiento que tienen los
oyentes, cuando van pasando los minutos y no se calla.
También puedo contarles de otros que están a punto de comerse el
“micro”. Se lo
acercan a la boca como para tragarlo y gritan para hacer temblar las paredes y el corazón
de sus víctimas.
También existen los que
tienen miedo a extraño artilugio,
no se atreven a acercarse mucho, hablan con una voz tímida de modo que
las palabras que salen de su boca
se caen
al suelo antes de llegar a la
membrana del aparato. (Si ponen
atención las escucharán rebotar contra
el suelo: plas, plas, plas.
El
miedo también se refleja en algunos lectores. El micrófono es
como una cáscara de banano que han
pisado y resbalan sobre él, leyendo a tal velocidad que
terminan la lectura pero nadie se enteró de lo que han leído.
En muchas comunidades existe la
enfermedad de la
“microfobsesión”. Consiste en tener tal
pasión enfermiza por ese aparato que se quedan en crisis cuando no lo tienen. Una reunión sin micrófono es inválida, aunque se junten diez en un pequeño
salón. No me acordé de contarles que
el susodicho micrófono, también
necesita junto a él amplificador y bocinas o altavoces y, ya lo dice el refrán:
“caballo grande, ande o no ande”.
No sé si ustedes habrán visto y sufrido como yo, esas
pequeñas salas de reunión o
capillas campesinas, de madera que tienen junto al altar dos ó cuatro
bocinas de tamaño descomunal y el
amplificador a tope. Es grande la
diferencia entre lo que se oye (demasiado) y lo que se entiende (poco).
Tal vez
muchos tendrían que convencerse de
que el micrófono no es para
gritar, sino para hablar más bajo,
para hablar más al corazón que al oído.
Quien tiene agarrado el micrófono es el
que puede dominar la situación y el
cerebro de los que solo van a esa
reunión, mitin, misa, o lo que sea, para escuchar y decir ¡viva! o ¡amén!
sin pensar mucho.
En el uso del micrófono hay casos excepcionales: cuando en una asamblea
además de el del
presidente, otros ayudantes pasan por los pasillos del salón ofreciendo el
micrófono, y la palabra a quien quiera
expresarse. Con el peligro,
claro, de intervenciones
desagradables o pesadas para
el orador principal o para todo el público.
El diálogo en cualquier sociedad grande o pequeña, puede ser difícil,
porque está latente entre los seres humanos la competitividad, la lucha por el poder, el •yo sé” o “yo puedo
más que tú”, pero el poder consiste en vencer, no en convencer.
Nos hemos quedado en el micrófono; pero
hoy el diálogo entre los humanos tiene muchos otros caminos:
Las pequeñas comunidades, cuando no son
masa manipulable, ni secta manipuladora.
Las redes sociales, cuando no son redes para enredar sino plazas
abiertas para buscar juntos…
Las
asambleas democráticas donde de un modo u otro tienen la palabra los asistentes, participantes.