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24 de mayo de 2016

Lo que va de ayer a hoy: EL MICRÓFONO Y LA MONTAÑA

Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy


El Micrófono y la Montaña





AYER

Unos – Mateo - dicen que subió al monte; otros - Lucas -  habló en una llanura.
De todos modos debía de tener buena voz para que  se le escuchase con el viento y el oleaje del  lago, con el rumor de los oyentes que harían   sus y exclamaciones, risas, comentarios… y los grititos de los pequeños que jugaban entre la multitud  sentada sobre la hierba.  Según parece  eran grandes multitudes.  Parecían venir  de Siria (los sirios eran gentiles), de la propia Galilea; de Decápolis, que estaba al otro lado y al sur del Mar de Galilea, de Jerusalén y Judea (completamente al sur); y “del otro lado del Jordán”.

Sí, buena voz debía de tener, al aire libre  y diciendo cosas para las que necesitaría subir y bajar el tono y  el volumen  según  el sentido de lo que decía.
Al terminar se sentiría más a gusto  callando un poco, respirando hondo o haciendo comentarios en voz calmada  con  el grupito de los doce.  Casi siempre  que echaba un discurso, después se lo tenía que traducir a los compañeros,  un  poco cabezotas.

Siento gran admiración por los profetas  u oradores  de  aquellos tiempos  que a pulmón limpio  en areópagos,  en basílicas  con resonancia… a… a … , en  pleno campo  entre  el soplo del viento, y el   ladrido de  perros o de los gallos cercanos,  conseguían que  los asistentes  se enterasen más o menos de lo que decían.

También me admira la memoria de los oyentes que, sin una vulgar grabadora, ni  agenda y lapicero… podían luego en  sus casas reconstruir en lo posible lo más impactante del discurso.
Y todavía algunos “listos”  critican las historias y discursos antiguos  porque  no tienen una transcripción exacta de las palabras del orador.   Pero bien o mal así nos han llegado  las voces de los sabios.
Hoy  la cosa es diferente.

HoY
El primer invento fueron el púlpito y el tornavoz,  que  ayudaban a que la voz de trueno, o el susurro  del  que hablaba llegase  hasta la puerta de la catedral o del aula de la universidad.(esta que ahí ven,  es la de Salamanca,  donde  dictaban sus clases Fray Luis de León y otros doctos profesores  en el siglo XVI.

Los alumnos ya podían colocar sobre  los  rudos pupitres sus  tinteros y plumas auténticas de ave,

Para  el aire libre de  la plaza o la calle,  servía la  sencilla bocina  que reforzaba la voz  del mitinero o del vendedor

Hasta  que, acercándose al hoy más hoy,  fue aparecido  y perfeccionándose, con la aparición de  la electricidad, un instrumento  que aún no sé muy bien  si fue un  avance o un retroceso.  Primero tenía forma de regadera… luego fue tomando la de  zanahoria o manzana,  o pepino;  después,  supongo que sería obra de  los japoneses, artistas de los pequeño, se convirtió  en   una especie de píldora que se  sujeta con unas pinzas cerca de la corbata.
Pero  el micrófono – no hablo ahora del de la radio o televisión  -  cambió las relaciones  del orador,  predicador,  político, publicista  con los que se encontraban cara a cara con él.
Ese aparatito de diversos tamaños  es una potente arma arrojadiza.


 No es que sea preciso lanzárselo al público como un bumerang,  pero  el micrófono sirve para arrojar palabras  que lleguen a los presentes más  lejos y más fuerte.  Como todo instrumento arrojadizo   hay que saberlo manejar y  atender qué es lo que vamos a lanzar y con qué fuerza para que no haga daño,  más que a los que debe doler un poco.

Si yo les contara…
Les  hablaría de personas que en una reunión  o asamblea  no saben qué decir, pero si  les ponen en la mano un micrófono,  se  animan y se lían a hablar, a hablar... Para algunos el micrófono  es como un cucurucho de helado que no se gasta, aunque lo laman mucho.

Cuando se lo acercan  a la boca  lo miran  con cariño, lo miran mientras hablan… y no se dan cuenta de la cara de aburrimiento que tienen los oyentes, cuando van pasando los minutos y no se calla.
También puedo contarles de  otros que están a punto de comerse el “micro”.  Se  lo   acercan a la boca como para tragarlo y gritan  para hacer temblar las paredes y el corazón de  sus víctimas.

También existen  los que  tienen miedo a extraño artilugio,  no se atreven a acercarse mucho, hablan con una voz tímida de modo que las palabras  que salen de su boca se  caen  al suelo  antes de llegar a la membrana del aparato. (Si  ponen atención  las escucharán rebotar contra el suelo: plas, plas, plas.

El  miedo  también  se refleja en algunos lectores. El micrófono es como una cáscara de banano  que han pisado y resbalan sobre él, leyendo a tal velocidad  que  terminan la lectura  pero  nadie se enteró de lo que han leído.

En muchas comunidades  existe la  enfermedad  de la “microfobsesión”. Consiste en  tener tal pasión enfermiza por ese  aparato que  se quedan en crisis  cuando no lo tienen.   Una reunión sin micrófono  es inválida, aunque se junten diez en un pequeño salón.  No me acordé de contarles que el  susodicho micrófono, también necesita  junto a él  amplificador y  bocinas o altavoces y, ya lo dice el refrán: “caballo grande, ande o no ande”. 
 
No sé si ustedes  habrán visto y sufrido como yo,  esas  pequeñas  salas de reunión o capillas  campesinas, de madera  que tienen junto al altar  dos ó cuatro  bocinas de tamaño descomunal  y el amplificador a tope.  Es grande la diferencia entre lo que se oye (demasiado) y lo que se entiende (poco).

Tal vez  muchos tendrían que convencerse de  que el micrófono  no es  para  gritar, sino para hablar más bajo,  para hablar más al corazón que al oído.

Puede que el micrófono sea un signo del poder.

Quien tiene agarrado el micrófono es el que puede dominar  la situación y el cerebro de los que  solo van a esa reunión, mitin, misa,  o lo que sea,  para escuchar y decir ¡viva!  o ¡amén!  sin pensar mucho.

En el uso del micrófono  hay casos excepcionales: cuando en una  asamblea  además de  el   del  presidente, otros ayudantes pasan por los pasillos del salón  ofreciendo el  micrófono, y la palabra a quien quiera  expresarse. Con  el peligro, claro,  de intervenciones desagradables  o pesadas  para  el orador principal o para todo el público.

El diálogo  en cualquier sociedad grande o  pequeña, puede  ser difícil,  porque está latente entre los seres humanos la competitividad,  la lucha por el poder, el •yo sé” o “yo puedo más que tú”, pero el poder consiste en vencer, no en convencer.

Nos hemos quedado en el micrófono; pero hoy  el diálogo entre los humanos  tiene muchos otros caminos:
Las pequeñas comunidades, cuando no son masa manipulable, ni secta manipuladora.
Las redes sociales,  cuando no son redes para enredar sino plazas abiertas  para buscar juntos…
Las  asambleas democráticas donde de un modo u otro  tienen la palabra los asistentes,  participantes.
Podríamos volver a recordar  como consigna para todo intercambio de palabras,   el verso  que   sirva como consigna  para todo el que pueda hablar con o sin micrófono