Celebración 20º aniversario de su muerte
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS,
MADRID.
Queridos hnos.
monjes de Tibhirine (Christian, Christophe, Luc, Celestin, Paul, Michel y
Bruno):
Durante muchos años vuestro testimonio
como comunidad de monjes cristianos en un país musulmán fue silencioso:
compartir vuestra vida de oración, trabajo y acogida, atentos a vuestros
vecinos y a quienes se acercaban a la hospedería del monasterio. Pero también
compartíais el sufrimiento y la inquietud que generaba la violencia que azotaba
Argelia en aquellos años, junto a la gente sencilla del pueblo. Como otros
muchos religiosos y religiosas que optaron por permanecer aún sabiendo que el
precio podía ser el que, finalmente, pagasteis.
Tras vuestro secuestro y muerte, en
1996, y en los años siguientes, a muchas personas en el mundo fue llegando, de
una forma casi subliminal… (¿será esto el soplo del Espíritu que no hay quien
lo pare?) vuestro testimonio. Se ha esparcido silenciosamente a modo de
semillas dormidas bajo tierra, que en la explosión de la primavera se
convierten en plantas magníficas, con hojas y flores, distribuyendo el polen de
vuestra vida vivida con coherencia, discernimiento y opción comunitaria.
En 2011, la película “DE DIOSES Y
HOMBRES” recogía con dignidad, dureza y belleza lo que fueron los últimos tres
años de vuestras vidas. Y este acontecimiento os puso en medio del mundo para
quien quiera recoger el mensaje de no-violencia, cercanía interreligiosa en la
vida desde lo sencillo, desde la oración, desde la ayuda al otro, ya sea
cristiano, musulmán o quien se acerque necesitado.
En los tiempos que corren se necesita
urgentemente “escucharos” de nuevo. Será a través de lo que dejasteis escrito,
como el Testamento de Christian, abierto el 25 de mayo de 1996, en la fiesta de
Pentecostés; los libros y textos de muchos de vosotros y los testimonios de
quienes os conocieron en persona: también vuestros vecinos y amigos musulmanes;
las personas con las que compartíais diálogo interreligioso desde el respeto y
los sencillos detalles de la vida.
Y también, como le pasó al San Pablo,
los que de alguna forma quedamos “tocados” por vuestra vida, aún sin conoceros
personalmente, poniéndonos en marcha para ayudar a que la semilla de Tibhirine
siga siendo fecunda para la vida de la Iglesia y, muy especialmente, del mundo
en este convulso tiempo en donde tenemos que mirarnos en vuestro espejo, para
identificar al hermano más allá de la densa bruma de la violencia; con mirada
certera, sin caer en el desprecio globalizado. Una filigrana de la que sois
maestros y mucho tenemos que aprender.
He escrito en otras ocasiones sobre lo
recibido a través de vuestro testimonio y, como siempre, creo que debo callar y
nuevamente dar la palabra a Christian que, en su Testamento, dice todo lo que
hay que decir y en primera persona.
Me uno a su despedida: ¡Amén!... ¡In Shallah!
Mari Paz López Santos
Cuando un A-Dios se vislumbra...
Si me sucediera un día --y ese
día podría ser hoy--
ser víctima del terrorismo que
parece querer abarcar en este momento
a todos los extranjeros que viven
en Argelia,
yo quisiera que mi comunidad, mi
Iglesia, mi familia,
recuerden que mi vida estaba
ENTREGADA a Dios y a este país.
Que ellos acepten que el Único
Maestro de toda vida
no podría permanecer ajeno a esta
partida brutal.
Que recen por mí.
¿Cómo podría yo ser hallado digno
de tal ofrenda?
Que sepan asociar esta muerte a
tantas otras tan violentas
y abandonadas en la indiferencia
del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que
otra vida.
Tampoco tiene menos.
En todo caso, no tiene la
inocencia de la infancia.
He vivido bastante como para
saberme cómplice del mal
que parece, desgraciadamente,
prevalecer en el mundo,
inclusive del que podría
golpearme ciegamente.
Desearía, llegado el momento,
tener ese instante de lucidez
que me permita pedir el perdón de
Dios
y el de mis hermanos los hombres,
y perdonar, al mismo tiempo, de
todo corazón, a quien me hubiera herido.
Yo no podría desear una muerte
semejante.
Me parece importante proclamarlo.
En efecto, no veo cómo podría
alegrarme
que este pueblo al que yo amo sea
acusado, sin distinción, de mi asesinato.
Sería pagar muy caro lo que se
llamará, quizás, la "gracia del martirio"
debérsela a un argelino,
quienquiera que sea,
sobre todo si él dice actuar en
fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se
ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente.
Conozco también las caricaturas
del Islam fomentadas por un cierto islamismo.
Es demasiado fácil creerse con la
conciencia tranquila
identificando este camino
religioso con los integrismos de sus extremistas.
Argelia y el Islam, para mí son
otra cosa, es un cuerpo y un alma.
Lo he proclamado bastante, creo,
conociendo bien todo lo que de ellos he recibido,
encontrando muy a menudo en ellos
el hilo conductor del Evangelio
que aprendí sobre las rodillas de
mi madre, mi primerísima Iglesia,
precisamente en Argelia y, ya
desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente,
parecerá dar la razón
a los que me han tratado, a la
ligera, de ingenuo o de idealista:
"¡qué diga ahora lo que
piensa de esto!"
Pero estos tienen que saber que
por fin será liberada mi más punzante curiosidad.
Entonces podré, si Dios así lo
quiere,
hundir mi mirada en la del Padre
para contemplar con El a Sus
hijos del Islam
tal como El los ve, enteramente
iluminados por la gloria de Cristo,
frutos de Su Pasión, inundados
por el Don del Espíritu,
cuyo gozo secreto será siempre,
el de establecer la comunión
y restablecer la semejanza,
jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente
mía y totalmente de ellos,
doy gracias a Dios que parece
haberla querido enteramente
para este GOZO, contra y a pesar
de todo.
En este GRACIAS en el que está
todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida,
yo os incluyo, por supuesto,
amigos de ayer y de hoy,
y a vosotros, amigos de aquí,
junto a mi madre y mi padre, mis
hermanas y hermanos y los suyos,
¡el céntuplo concedido, como fue
prometido!
Y a ti también, amigo del último
instante, que no habrás sabido lo que hacías.
Sí, para ti también quiero este
GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo.
Y que nos sea concedido
reencontrarnos como ladrones felices
en el paraíso, si así lo quiere
Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.
¡AMEN!
IN SHALLAH!
Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994
Christian.+