Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
¿a dónde miran ustedes?
Ayer... Hoy
El hombre… y la mujer…. Bueno…, la persona es un ser en
relación, según dicen los filósofos. .
Somos seres en una relación a
veces conflictiva - “a ver quién puede más” – otras veces de sumisión – “lo que usted mande” - otras de miedo o de amor en sus infinitas formas.
Por la fuerza del miedo
necesitaron los humanos unirse y defenderse contra los elementos de la naturaleza o contra otros semejantes llevados del instinto de propiedad o de
dominio.
Pero la evolución del ser humano implicó
también que se fuera transformando no sólo su inteligencia sino la
conciencia. El ir pasando de considerar al otro, no como nuestro competidor, sino
como nuestro compañero, nuestro
colaborador, nuestro complemento es tan
lento que aún nos falta mucho para llegar a una normalidad que todavía nos
parece anormal.
Se educa para ser competitivos no para
ser complementarios. Ese es el problema.
Esto sucede no sólo de persona a persona sino de grupo a grupo.
Cuando nos juntamos varios movidos por una necesidad
o un proyecto común, primero
entre nosotros cuesta llega a esa unidad
y surgen con frecuencia pequeños o mayores
enfrentamientos que terminan hasta
en tragedia. ¿Hará falta buscar ejemplos? Tal vez el más brutal sea el de la pareja mujer, hombre que, después de jurarse amor eterno, a veces
termina en duro enfrenamiento o en asesinato.
Todos conocemos casos de grupos humanos donde se mezclan amistades
y enemistades. Por eso aunque otras veces dividimos en dos
partes este trabajo: AYER…
HOY… esta vez no me atrevo y empieza el artículo
con los dos titulares juntos porque no tenemos
una línea divisoria en el tiempo
En el hoy donde estamos se encuentran
juntos, y a veces en conflicto, el instinto individualista, el yo a la defensiva, el ego (según viene
del latín), con la salida de esa
cueva en que vivimos cada uno, sin
atrevernos a abrazar al tú, al ustedes, vosotros, al you (que nos viene
del inglés.)
Con la evolución de la conciencia se han dado pasos gigantes,
para salir de la cueva del yo, aunque el
hombre y la mujer no acaban de romper ese encierro. A veces salen, a veces se repliegan hacia
dentro o se asoman la puerta de su cueva, su
ego, armados de un garrote, de
una pistola o simplemente de una lengua
de víbora que envenena el ambiente.
Pero ahora quiero insistir más en
esa realidad humana que ha ido avanzando en la historia con la inelegancia
o la consciencia. Me refiero a los “colectivos humanos”, los que llamamos con
variedad de nombres: tribus, pueblos, naciones, asambleas, sociedades,
comunidades, sectas, asociaciones
benéficas, congregaciones, clubes,
equipos de trabajo, ejércitos, pandillas,
centros culturales o recreativos… (Aquí
se suele decir: “y un largo etcétera”). Gente que se junta para algo.
Ese “para algo” puede resumirse
en dos orientaciones: Juntarse
para resolver necesidades personales
(hacia dentro) o para actuar
cambiando algo exterior al grupo (hacia fuera),
Hacia dentro: una cooperativa de
consumo, un centro recreativo, una
asociación de lectores o de coleccionistas de sellos o de montañismo… tienen un interés común más sencillo. No le
faltarán problemas, pero se refieren a sus relaciones grupales de amistad, poder, colaboración…
Lo más complicado es un grupo o asociación cuyos miembros se juntan para una acción hacia fuera de sus muros, de sus
relaciones internas: Pensando en casos
extremamente variados, serían: una banda
de atracadores, una sociedad de caridad, una asociación de médicos o cualquier
ONG, un ejército regular o irregular
, una parroquia, una orden
religiosa, una emisora de radio o TV, una
secta empeñada en salvar al mundo por las buenas o a la fuerza.
Separemos las malas hierbas de este
conjunto de colectivos para
quedarnos con los grupos humanos
que se juntan, para hacer algo bueno:
ONGs, asociaciones religiosas que de algún modo se sientan misioneras,
asociaciones benéficas o educativas…
Para estudiar estos colectivos será preciso
contar con una ley que “científicamente” podríamos llamar la LEY
UMBILICAL. La ley dice: <Toda
asociación humana de acción
benéfica consta de un ombligo
determinado. Ese ombligo está formado por los intereses particulares de
los miembros de la asociación, que son
independientes de la misión para la que
se fundó >. A veces los miembros de esa agrupación necesitan descansar,
hacer memoria de sus tradiciones, mejorar sus condiciones de vida, salir
a pasear y reforzar sus lazos de
amistad. Hace falta todo eso. Pero si esos momentos e intereses les hacen olvidar el objetivo por el que se juntaron, puede que se convierta ese colectivo
en un grupo de compañeros que se
sienten más o menos bien juntos, pero quien los conoce se pregunta: ¿Y estos
para qué se ha asociado?
Si cualquier ONG centra su interés en conseguir medios
económicos para realizar sus proyectos… pero ese esfuerzo mercantil va dejando arrinconados sus objetivos propios y lo que ahí domina es el negocio, algunos
miembros tal vez dejen la
asociación porque no ven para qué se apuntaron a esa
iniciativa.
Ya hubo
alguien que escribió un artículo:
¿Usted no tiene todavía su ONG?, donde
analiza con ironía los manejos que
emplean algunas de estas asociaciones para sacar jugo de esa fundación “benéfica” y enriquecer su “ombligo económico”. Posiblemente quienes las fundaron lo hicieron con toda generosidad
y buenas intenciones, pero hubo gente que
después encontró en ellas un medio de
subir en la escala social y económica.
Eso sucede también con algunas
asociaciones religiosas. El fundador fue un hombre de Dios y dedicó su vida a
un mensaje de servicio para el pueblo,
pero luego aparecen los que se infiltran
en el grupo religioso y ven en él
un modo de vida sin mayores intereses altruistas.
Sin llegar a esos extremos, también algunas parroquias, con muy buena
voluntad, centran su atención en actividades piadosas, amontonan rezos,
liturgias, procesiones, horas santas…
Cada una de ellas está bien, pero los participantes se olvidan
de poner vida. No recuerdan que aquel campesino Nazareno los envió
para anunciar la buena noticia de
un mundo nuevo que él llamaba el reino de Dios. Una comunidad donde se atendiera a los pobres y marginados,
se defendiera el derecho ya justicia y la gente cambiase y mejorase el corazón,
más que los ritos y ceremonias.
De
ese modo algunas asociaciones religiosas ponen como centro de sus vidas
el sentirse juntos como hermanos, lo que está muy bien, pero se olvidan de
que sobre todo se juntaron, siguiendo al
Maestro (y a sus fundadores) para salir
a la periferia del mundo y anunciar el
evangelio a los pobres, para proclamar
libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner
en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor (Lucas
4, 18).
Estas reflexiones nos pueden servir a
todos los que nos hemos juntado en cualquier organización fundada con alguna
misión “hacia fuera”
para hacer el bien en esta tierra.
Pues
a ver ahora… como dice el título de estas líneas: ¿a dónde miran
ustedes?, ¿al horizonte para el que se fundó su asociación? ¿O el ombligo que tiene todo grupo humano
puede hacerles olvidar su misión?
Es cuestión de despertar nuestra conciencia.