Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
El Contagio
Ayer
El niño nace gritando pateando. Como si
dijera: “¡en menudo lío me han metido!
Se estaba mejor allá adentro”. Y, si no llora, le dan un par de azotitos para
que se vaya acostumbrando.
El niño y la niña, empiezan a crecer, se les abren los ojos y
oídos… y más fuentes de información. Se
va enterando poco a poco en qué mundo vive y con qué gente se juegan la vida.
Son aun pequeños y piensan que todo el
mundo es así. Se van enterando luego de
que hay mucha más gente de la
que existía dentro de su casa. Algún día
lo sacan a la calle, otro día descubre
que puede caminar y empieza con avidez a absorber sonidos, imágenes, tactos,
olfatos que le rodean… Va sintiendo caricias y golpes, perfumes y olores
fétidos, voces cariñosas y gritos, dulces en su lengua o vacío de hambre en su estómago.
Y un día, cuando va aprendiendo a poner
nombres a las cosas, también se le ocurre decir: “¿Por qué?”
El primer “por qué” sonó en torno suyo como sonó eso que
llaman los científicos el Big Bang. (Nos lo imaginamos porque no había
nadie para escucharlo) En ese
momento tampoco, posiblemente, había nadie para escuchar esa pequeña
explosión de la primera pregunta.
Seguramente la escuchó alguien pero lo más que le dijeron fue: “porque
lo digo yo y basta” o “porque sí”.
Entonces pudieron suceder dos cosas: Que
la niña o niño se quedase callado(a) y no volviera hacer más preguntas o que
empezase a nacer en él, ella un pequeño (a) rebelde que, como no le contestaban,
se inventase él mismo las respuestas y actuase en consecuencia.
En este camino nos encontramos con una
siguiente etapa. Puede ser que el personaje que va creciendo sea uno de los privilegiados
que van a la escuela y que allí tenga la suerte de poder preguntar ¿por qué? También
puede ser que en su crecimiento no encuentre ninguna escuela donde le escuchen
y le respondan.
Lo malo es que, al mismo tiempo que
empezaba a ir a la escuela, un día sus papás abrieron la puerta y sin pedir
permiso se colaron por ella una serie de trastos, chunches, volados y aparatos,
que rápidamente sin que nadie les preguntase, buscaron una toma de
corriente y empezaron a lo que se llama transmitir. Y, con atractivos
fondos musicales a explicarle a su
manera: “qué, por qué, cómo, cuándo, con
qué, dónde”… lo que tal vez nadie le
había contado.
El niño y la niña, que ya lo iban
dejando de ser, escucharon que ahora
eran YA ciudadanos y ciudadanas;
se iban enterando de todo lo que querían que se enterasen, ¿Quiénes? Los que
manejaban o hacían manejar aquellos chunches eléctricos o electrónicos.
¿Quieren que resumamos el recorrido
descrito?
Él y ella: ustedes, nosotros:
Nacimos gritando.
Empezamos a chupar, a ver y oír, comer,
sentir, oler…
A reír y llorar.
A preguntar, tal vez sin que nos
respondieran.
A aprender lo que no sabíamos para qué
servía.
A darnos cuenta de que unos tenían mucho
y otros poco o casi nada.
A
enterarnos de que unos mandaban y ellos debían obedecer.
O de que unos tenían que obedecer y
ellos tenían la noble misión de mandar.
Eso sucedía, por ejemplo, en un país de
cuyo nombre no me atrevo a acordarme. Eso, como les digo, sucedía ayer, cuando en ese país a sus habitantes todo lo
que acontecía en sus vidas les parecía norma. Siempre había sido así y siempre
tendría que ser así.
Pero…
HOY
Llamamos “hoy” a un tiempo en que los humanos empezaron a “darse
cuenta”, lo que se llama “tomar conciencia”, o mejor una “nueva conciencia”. Algunos
han llegado ya a esa conciencia. Otros hace tiempo: Seres con una inspiración
especial la alcanzaron hace muchos años.
Pero hay quienes aún siguen
inconscientes o con una conciencia primitiva.
Se dieron cuenta algunos inquietos de
que muchos seguían convencidos de que la fatalidad dejaba este mundo así: con
algunos multimillonarios y muchos muertos de hambre. Entre ellos
masas que no sabían dónde estaban; con imperios y países manejados. Y
que eso no tenía remedio. Comprendieron
que quienes aceptaban que el mundo fuera fatalmente así eran personas con una conciencia ingenua. Así era y no
había solución.
Se dieron cuenta también de que otros
se imaginaban, por encima de la
humanidad una, voluntad sagrada. Eran
personas con conciencia mítica, que pensaba
que el mundo era obra de Dios y había que aceparlo como era. Solo rezar pidiendo a ese ser supremo que a ellos los librase de la miseria.
Pero en ese HOY
que se va dando empieza también a
existir lo que llamaron conciencia crítica: pensaron que la gente, como se dice, no podía comulgar “con
ruedas de molino”. No podía
tragarse que la naturaleza, o
Dios, aceptasen que entre los seres humanos hubiera muy ricos
y muy pobres, gente que nadase en la riqueza mientras otros, hasta niños
tiernitos, murieran de desnutrición o de
falta de auxilios médicos.
Así con dificultad se van hundiendo en el pasado las antiguas
conciencias ingenua o mítica. Con mucha
dificultad, porque todavía quienes tienen en su mano la llave de la ciencia, de
las televisiones, las escuelas, las imprentas y los templos quieren seguir manteniendo en la cabeza de la
gente la conciencia ingenua y la mítica.
Y cuando los más conscientes
intentan ayudar a que nazca a la
conciencia crítica los privilegiados les
acusan de envenenar al país con
doctrinas subversivas. Ese HOY empezó a surgir en personas que hace mucho
sintieron esa inspiración…
(Lucas Cap. 23): … Comenzaron a acusarle diciendo: Hemos encontrado a éste
alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo
que él es Cristo Rey.
….. Pilato dijo a
los sumos sacerdotes y a la gente: Ningún delito encuentro en este hombre.
Pero ellos
insistían diciendo: Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde
Galilea, donde comenzó, hasta aquí.
Tal vez no fuera verdad que les animaba
a no pagar tributo, pero sí que les daba
conciencia de su dignidad, de que se
ponía de parte de los pobres y el mismo
les mostraba con su vida el servicio
a los de abajo.
Tuvieron razón al condenarlo.
Como se le condenaría hoy porque va naciendo en la humanidad algo que ya
anunciaban sus palabras: Que todos sean uno.
Mañana
La conciencia del mañana que ya va hoy
apareciendo, está en los hombres y mujeres cuando se dan cuenta de que cada uno
de nosotros no es un yo independiente de los demás. Se van dando cuenta de que apoyada en la conciencia crítica florece la Conciencia transpersonal de la que todos participamos, superando el yo individual, que está unida al amor universal en el que todo nos
sentimos, aunque nos falta mucho todavía para ser conscientes de
ello. Esta conciencia nos llevaría a
pensar en llevar una vida en común e ir
caminando hacia la economía de una realidad compartida.
No se puede llegar de golpe a esa vida
de camino comunitario porque no hemos llegado a la conciencia unificada y
porque tenemos en nuestra sociedad un
gran enemigo:
El
contagio
El gran pedagogo Paulo Freire habla de la introyección de la mentalidad
dominante en el dominado. En otras palabras: quien está instalado en el poder,
en la riqueza tiene una influencia en la mente de lo que llamamos “el pueblo”, la gente.
Mujeres y hombres de ambientes populares
quedan deslumbrados por la vida el lujo,
los avances que ven en quienes
tienen el poder y los conocimientos.
Ellos les contagian la idea de que el progreso avanza por la competencia…
por el “a ver quién puede más”. Los que
ven la televisión se deslumbran ante la vida de los personajes en las
telenovelas, en las fiestas y actividades de la clase alta. (“¿Y yo por qué
no?”). Se contagian de individualismo, de la
competencia por subir en la pirámide social, en vez de intentar cambiar
esa pirámide por un círculo de igualdad y colaboración.
Ese contagio hace difícil el sentido de
– en vez de competencia – progresar
en colaboración - Yo no
progreso si no lo hago con los demás, porque TODOS SOMOS UNO. Eso nos
abriría la puerta de una nueva humanidad.
¿Es imposible llegar a ese nivel de conciencia, pasando ya
de la conciencia crítica a la conciencia
transpersonal. Lo decía Jesús: conviértanse. (cambien
de conciencia) que está entre ustedes el Reino de Dios.