Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
Ese hombre eres tú
Ayer
(Libro de Samuel 2, 12)
El
Señor envió al profeta Natán a ver a David. Cuando Natán se presentó ante él,
le dijo: En una ciudad había dos
hombres. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía gran cantidad de ovejas y
vacas, pero el pobre no tenía más que una ovejita que había comprado. Y él
mismo la crió, y la ovejita creció en compañía suya y de sus hijos; comía de su
misma comida, bebía en su mismo vaso y dormía en su pecho. ¡Aquel hombre la
quería como a una hija! Un día, un viajero llegó a visitar al hombre rico; pero
éste no quiso tomar ninguna de sus ovejas o vacas para preparar comida a su
visitante, sino que le quitó al hombre pobre su ovejita y la preparó para
dársela al que había llegado.
David se enfureció mucho contra aquel hombre,
y le dijo a Natán:
—¡Te juro por Dios que quien ha hecho tal
cosa merece la muerte! ¡Y debe pagar cuatro veces el valor de la ovejita,
porque actuó sin mostrar ninguna compasión!
Entonces Natán le dijo: —¡Tú
eres ese hombre!
…..Supongo que conocen la historia, una de las
aventuras eróticas de los reyes bíblicos
Natán agarró desprevenido a su majestad David, el santo
(?) antepasado de Jesús Nazareno.
El pobre rey no se dio cuenta en la
parábola de que la oveja simbolizaba a
Salomé, la mujer que había robado a su
fiel Urías, al que además había mandado
a la muerte. De ese robo infame por
línea directa -dice Mateo- nació
Salomón, otro “santo” Rey que hizo de las suyas (y de las ajenas).
Dicen los
sicólogos que tendemos los
humanos a enojarnos especialmente con los errores y defectos de otros, que más
se parecen a los nuestros. Cuando uno es desordenado se irrita especialmente cuando otro deja sus
cosas por cualquier sitio y cuando alguien
es presumido se le llevan los demonios si escucha a alguno que
está alardeando de sus hazañas.
“Dime lo que te enoja de los demás y
luego mírate al espejo”. Eso pasaba en
tiempos de David y ahora que,
según dicen, ha aumentado nuestra conciencia, puede que nos pase
algo así. Eso nos puede ayudar a el sentimiento de nuestra unidad con los prójimos, próximos y
con el resto de la humanidad.
Hoy
Podíamos intentar una experiencia, un tanto dura pero benéfica. Dedicarnos de vez en cuando a ponernos en
los zapatos del otro. O mejor, en el pellejo. De cualquier otro que no sea un modelo de santidad.
Por ejemplo:
Han agarrado a un compañero de
trabajo que estaba robando la caja chica
de la empresa. Los compañeros comentan irritados… imagínese que usted se aparta un poco y se
pone a pensar en que “ese hombre soy
yo”, o podría serlo. Que yo echo de menos a veces tener algún dinero para
mis caprichos, o necesidades… si hubiera
podido echar mano a la caja… pero al
tiempo siento la vergüenza de ese
compañero al que ahora mirarán con
desprecio a él, a su pobre esposa y a sus hijos que no tenían nada que ver con
el asunto.
Más difícil todavía: En este y otros países cercanos se están
descubriendo corrupciones en que
ya no se trata de cajas chicas sino de cajas fuertes y bancos. Corrupciones
que dejan en la miseria a comunidades enteras y condenan a muerte a
quienes por la situación no encentran medicinas para su
niño que se está muriendo. La
indignación nos domina, pero en un
paréntesis de esa indignación, nos calmamos y pensamos; “¿Y si hubiera sido yo el culpable?” Y llego a
imaginarme sentado yo
ante el tribunal leyéndome a mí la condena que le va
a caer a él. Ponerse en el pellejo del
otro.
Imagínense al profeta campesino Jesús el nazareno, después de haber sacado del templo a
latigazos a los mercaderes. Es de
noche y está sentado al fresco en la terraza de la casa de Lázaro y sus hermanas, mirando las
estrellas y pensando en aquella gente a los que se les han ido volando del
templo las palomas o los que han tenido que
tirarse al suelo, cuando él se marchó, a recoger las monedas judías y
romanas de su mesa de cambio… “Pobre
gente! – piensa - También ellos tienen que dar de comer a sus patojim (patojos
en plural hebreo)… ¿ Pero por qué
tienen que meterse a vender en el templo?... “
“Claro, eso es culpa de los endemoniados sacerdotes que se
llevan un tanto por ciento de las ventas… Pero ¿y si yo hubiera sido sacerdote… ? también estaría metido en el rollo?” (y se
reiría Jesús imaginándose vestido con las solemnes túnicas de los sacerdotes, con el efod y sus 12 ‘
piedras preciosas colgando del cuello ).
Y el buen muchacho, Jesús de Nazaret,
empezaría a sentir pena por los vendedores
del templo, los cambistas, los
sacerdotes y los levitas… y a pensar que todos eran hijos de Abrahán y mirando hacia atrás, hijos de Adán y Eva o como se llamasen (No había leído nada de Darwin), y mirando al
fondo, hijos del Padre celestial.
Y el Maestro habría terminado su oración
nocturna, solidario, pidiendo: “Padre,
perdónanos porque no sabemos lo que hacemos”.
Y bajó a cenar con Marta María y Lázaro la
cena que había preparado el hermano
aquella noche.
Es que a Jesús con esas idas y venidas,
predicaciones y silencios, desiertos y
cenas con toda clase de gente le estaba creciendo muy deprisa la
conciencia en su corazón.
Su ciencia era la de cualquier campesino
de su tierra, pero la conciencia, en sus
noches y madrugadas hablando con el Padre que está en todos los cielos, se iba volviendo luminosa
y universal. Se iba sintiendo unido con
los apóstoles y los sembradores y
pescadores y vendedores de higos…y hasta
fariseos, escribas sacerdotes y levitas.
Cuando decía padre nuestro, la
palabra nuestro no le unía solamente con
los discípulos, con su madre y las mujeres
que les acompañaban, sino con los publicanos, la guarnición romana, las chicas del prostíbulo y hasta Caifás,
los fariseos y los tiesos
sacerdotes.
La conciencia que le crecía a Jesús hacia
el infinito le iba haciendo sentirse uno
con toda la creación con las rocas, las flores, las aves y las personas. “Que todos sean uno padre como tú y yo somos uno". Llegaba a verse como en un espejo en cada
persona que se le cruzaba en la vida.
El "amarás
al prójimo como a ti mismo" se
le estaba convirtiendo, gracias a sus noches de contemplación y a sus días
entre leprosos y pobre gente… Se le convertía en Ama
a tus prójimos que son tú mismo.
Porque… ese
hombre eres tú.
Y eso sin haber leído nada de física
cuántica