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18 de agosto de 2016

Lo que va de ayer a hoy: Ese hombre eres tu

Historias bíblicas  de ayer que se repiten hoy



Ese hombre eres tú

Ayer 




(Libro de Samuel 2, 12)

El Señor envió al profeta Natán a ver a David. Cuando Natán se presentó ante él, le dijo:  En una ciudad había dos hombres. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía gran cantidad de ovejas y vacas,  pero el pobre no tenía más que una ovejita que había comprado. Y él mismo la crió, y la ovejita creció en compañía suya y de sus hijos; comía de su misma comida, bebía en su mismo vaso y dormía en su pecho. ¡Aquel hombre la quería como a una hija! Un día, un viajero llegó a visitar al hombre rico; pero éste no quiso tomar ninguna de sus ovejas o vacas para preparar comida a su visitante, sino que le quitó al hombre pobre su ovejita y la preparó para dársela al que había llegado.


 David se enfureció mucho contra aquel hombre, y le dijo a Natán:

—¡Te juro por Dios que quien ha hecho tal cosa merece la muerte!  ¡Y debe pagar cuatro veces el valor de la ovejita, porque actuó sin mostrar ninguna compasión!

 Entonces Natán le dijo:  ¡Tú eres ese hombre!  
 …..Supongo que conocen la historia, una de las aventuras eróticas de los reyes bíblicos
  Natán agarró desprevenido a su majestad David, el santo (?) antepasado de Jesús Nazareno.


El pobre rey no se dio cuenta en la parábola de que la oveja  simbolizaba a Salomé, la mujer que  había robado a su fiel Urías, al que además había  mandado a la muerte. De ese robo infame  por línea directa -dice  Mateo- nació Salomón, otro “santo” Rey que hizo de las suyas (y de las ajenas).

Dicen los  sicólogos que tendemos los humanos a enojarnos especialmente con los errores y defectos de otros, que más se parecen a los nuestros.  Cuando uno es desordenado se irrita especialmente cuando otro deja sus cosas por cualquier sitio y cuando alguien es presumido se le llevan los demonios si escucha a alguno que  está  alardeando de sus hazañas.

 “Dime lo que te enoja de los demás y luego mírate al espejo”.  Eso pasaba en tiempos de David y  ahora  que,  según dicen, ha aumentado nuestra conciencia, puede que nos pase algo  así. Eso nos puede ayudar a  el sentimiento de nuestra unidad con los prójimos, próximos y con el resto de la humanidad.

Hoy
Podíamos intentar una experiencia, un tanto dura pero benéfica.   Dedicarnos de vez en cuando a ponernos en los zapatos del otro. O mejor, en el pellejo. De cualquier otro que no sea  un modelo de santidad.

Por ejemplo:

Han agarrado a un compañero de trabajo  que estaba robando la caja chica de la empresa. Los compañeros comentan irritados…  imagínese que usted se aparta un poco y se pone a pensar en que “ese hombre soy yo”, o podría serlo. Que yo echo de menos a veces tener algún dinero para mis caprichos, o necesidades… si  hubiera podido echar mano a la caja… pero al tiempo siento la vergüenza de ese compañero  al que ahora mirarán con desprecio a él, a su pobre esposa y a sus hijos que no tenían nada que ver con el asunto.

Más difícil todavía: En este y otros países cercanos se  están  descubriendo corrupciones en  que ya no se trata de cajas chicas sino de cajas fuertes y bancos.  Corrupciones  que  dejan en la miseria  a comunidades enteras y condenan a muerte a quienes  por  la situación no encentran medicinas para su niño que se está muriendo.  La indignación nos domina,  pero en un paréntesis de esa indignación, nos calmamos y pensamos;  “¿Y si hubiera sido yo  el culpable?”  Y llego  a  imaginarme sentado  yo  ante  el tribunal leyéndome a mí la condena que le va a  caer a él. Ponerse en el pellejo del otro.

Imagínense al  profeta campesino Jesús el nazareno, después de haber sacado del templo  a latigazos a los mercaderes. Es  de noche  y está  sentado al fresco  en la terraza de la casa de Lázaro y sus hermanas, mirando las estrellas y pensando en aquella gente a los que se les han ido volando del templo las palomas o los que han tenido que  tirarse al suelo, cuando él se marchó, a recoger las monedas judías y romanas de su mesa  de cambio… “Pobre gente! – piensa - También ellos tienen que dar de comer a sus patojim (patojos en plural hebreo)…   ¿ Pero por qué tienen que meterse  a vender  en el templo?... “

“Claro, eso es culpa de  los endemoniados sacerdotes que se llevan  un tanto por ciento  de las ventas… Pero ¿y  si yo hubiera sido sacerdote… ?  también estaría metido en el rollo?” (y se reiría Jesús  imaginándose vestido con las  solemnes túnicas  de los sacerdotes, con el efod y sus 12 ‘ piedras preciosas colgando del cuello ).

Y el buen muchacho, Jesús de Nazaret, empezaría a sentir pena por los vendedores  del templo, los cambistas,  los sacerdotes y los levitas… y a pensar que todos eran hijos de Abrahán  y mirando hacia atrás, hijos  de Adán y Eva   o como se llamasen  (No había leído nada de Darwin), y mirando al fondo, hijos del Padre celestial. 

Y el Maestro habría terminado su oración nocturna, solidario, pidiendo: “Padre, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos”.

Y bajó a cenar con Marta  María y Lázaro  la  cena que había preparado el hermano  aquella noche.

Es que a Jesús con esas idas y venidas, predicaciones y silencios, desiertos y  cenas con toda clase de gente le estaba creciendo muy deprisa la conciencia en su corazón.

Su ciencia era la de cualquier campesino de su tierra, pero la conciencia, en sus  noches y madrugadas hablando con el Padre que está  en todos los cielos, se iba volviendo luminosa y universal.  Se iba sintiendo unido con los apóstoles y  los sembradores y pescadores y vendedores  de higos…y hasta fariseos, escribas sacerdotes y levitas.
Cuando decía padre nuestro, la palabra  nuestro no le unía solamente con los discípulos, con su madre y las mujeres  que les acompañaban, sino con los publicanos,  la guarnición romana, las chicas del prostíbulo y hasta Caifás,  los fariseos y  los tiesos sacerdotes.

La conciencia que le crecía a Jesús hacia el infinito le iba haciendo sentirse  uno con toda la creación con las rocas, las flores, las aves y las personas. “Que todos sean uno padre como tú y yo somos uno".  Llegaba a verse como en un espejo  en cada  persona que se le cruzaba en la vida.

El "amarás al prójimo como a ti mismo" se le estaba convirtiendo, gracias a sus noches de contemplación y a sus días entre leprosos y pobre gente… Se le convertía en Ama a tus prójimos que son tú  mismo.
Porque… ese hombre eres tú.
 
Y eso sin haber leído nada de física cuántica