Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy
Del primer fuego a la hoguera final
El universo no existía,
por lo menos éste que hoy conocemos, hasta que vino la gran llamarada o explosión y empezaron el tiempo y el espacio a expandirse.
Y empezase a ir tomando forma la materia en sus
estados: sólido, líquido, gaseoso, plasma y lo que todavía los físicos siguen descubriendo.
(Parece que fue ayer pero fue hace más de 20 siglos) cuando algunos de esos seres ya muy evolucionados se reunieron en torno a una mesa a compartir
lo que se llamaba comida y bebida, al tiempo que compartían lo que se llamaban
palabras y emociones. A todo eso junto lo llamaban partir el pan.
Todo hubiera
terminado ahí, sin pena ni gloria si no hubiera sucedido que, horas
más tarde, a quien había partido el pan y encendido la emoción, otros fueron a
buscarlo y le quitaron la vida con clavos
y martillo y… Todo hubiera acabado si
los demás que se dispersaron, no
hubieran vuelto a juntarse después para
proclamar por el mundo entero que el ser asesinado estaba vivo. Su mensaje siguió corriendo por el mundo con
la fuerza de otra gran explosión: el mensaje volvía a hablar de que el mundo
seguía siendo uno, que, con la fuerza de
la primera explosión, seguía manteniendo
unida a la humanidad. Y volvieron a juntarse esas “chispas” de la nueva
explosión en alrededor de
muchas mesas para seguir compartiendo comida y bebida e intercambiando
palabra y emoción.
Pero hoy…
Hoy
Poco a poco el partir el pan se fue llamando “misa”.
La primitiva mesa se fue convirtiendo en altar y la antigua unidad se
fue convirtiendo en separaciones, enfrentamientos, guerras, copas de sangre
derramada, pan robado a los pobres…
Los que iban a esa misa iban por obligación, sin emoción, el recuerdo de aquel que había pasado a otra vida tras morir clavado, se fue convirtiendo en
estatuas de madera o metal y el fuego de la explosión de vida se iba apagando
en el hielo de la separación.
A pesar de todo, muchos de los que seguían hoy
esperando el fuego nuevo
empezaron a vislumbrar el
Mañana
Fue uno de esos místicos, locos de la esperanza, el que
empezó a soñar en voz alta.
Se llamaba Teilhard de Chardin y había empezado a
estudiar con otros sabios el antes de ayer,
al mismo tiempo que meditaba en el ayer y, sintiéndose solo con sus pensamientos, en
el hoy convulsionado de la historia,
empezó en su soledad a vislumbrar el mañana que para él estaba empezando.
Fue entonces cuando sintiendo en su espíritu la fuerza
de la antigua explosión con lo que todo empezó… recordado la fuerza expansiva de aquella fracción del pan,
sintiendo el dolor de aquellas apagadas misas que él no podía celebrar, escribió
en la soledad del desierto de
Gobi, mirando al mañana la:
Misa sobre el mundo
Ya que, Señor, aquí en este
desierto
no tengo vino y
pan para ofrecerte, ni otro altar
que las piedras sobre la
extensa tierra, yo te ofrezco el trabajo y
dolor de todo el mundo.
Mi patena y mi
cáliz soy yo mismo,
abierto a la
gran fuerza que amanece, que se alza
sobre el mundo
No estoy solo,
Señor.
Junto a mí
siento
a todos los que
quiero
y a los que no
conozco:
la masa
innumerable de la gente...
ese gran oleaje
de los seres humanos
que rompe en
tus orillas.
Recibe, Padre,
ahora como ofrenda
ese trigo
molido
que no logra
ser pan,
porque está
disgregado
en miles de
migajas de egoísmo.
Recibe, Padre,
ahora
como ofrenda la sangre
que aún es
sangre reseca
en negras
cicatrices de violencias y golpes.
Sabes, Padre,
muy bien
que desde el
fondo
de la harina y
la sangre
sube el grito
de todos,
de creyentes y
ateos:
el grito que se
eleva
por encima del
mundo.
«Haz de todos
nosotros
uno solo, y en
paz. »
surgía de la
entraña
de nuestra
madre Tierra.
Tú me diste la
gracia de entender,
Poco a poco,
que estaba
equivocado:
el fuego era al
principio antes de todo.
Al principio
era el fuego.
Era el poder
ardiente del primer pensamiento
y la palabra
capaz de
someter, dominar la materia.
Al principio no
eran las tinieblas ni el frío
¡Al principio
era el fuego!
somos sombra y
vacío.
Tú en cambio
eres el fondo de donde nace y crece
todo nuestro
universo.
Tu palabra de
fuego
bajó sobre
nosotros. Tus manos,
tus manos que
no tocan
y todo lo
acarician y modelan.
el esfuerzo de
toda nuestra tierra,
el esfuerzo y
trabajo
que pongo en la
patena de barro que yo soy.
pronuncia la
palabra que todo lo hace firme.
Repite sobre
todo lo que hoy va a germinar
y a crecer
madurando...
Repite tu
palabra:
Y sobre toda
muerte,
quien va hoy a
roer,
a secar y a
cortar,
ordena tu
palabra:
¡esta es mi
sangre!
¡Ya está!
El fuego ha
penetrado una vez más la tierra. No cayó como un
rayo sobre las altas
cimas porque el dueño para entrar en
su casa no ha de romper las puertas.
Penetró en el
silencio y nos parece
que no ha cambiado nada.
Pero con tu
palabra el mundo se hizo carne,
se convirtió en
carne de tu carne...
Hace ya mucho
tiempo
de que este
universo,
lo mismo que la
carne,
nos atrae por
sus pliegues
y sus profundos
ojos.
Se nos va entre
las manos
y se nos
descompone.
Queremos
abrazarlo,
pero siempre
supera
nuestro abrazo
angustiado.
el mundo se me
muestra
con tu cuerpo y
tu rostro.
Ahora las
criaturas
no aparecen
dispersas.
Las veo
concentradas en tu propia existencia,
en tu centro,
Jesús.
No sabía
explicarme, perdido en tu misterio,
qué es para mí
más grande:
si el haber
encontrado tu palabra divina
y, con esa
palabra, poseer la materia
o tomar la
materia en mis manos
para llegar por
ella hasta ti, oh Dios.
Y al mismo
tiempo somos
cada uno otro
mundo
extraño y
diferente.
Ahora, que
amanece otro día
vas a hacerte
presente
en todos los
sucesos
que con el sol
se elevan.
el sentir que
he nacido
y encontrarme
arrastrado por el loco torrente
como hacia un
precipicio.
Alargaré mi
mano
hacia el pan
que me ofreces,
hacia el pan
que me quema
y me lanza al
trabajo,
y al riesgo, y
a las nuevas ideas,
a los nuevos
encuentros y a las duras renuncias.
Acepto que me
tomes
y me vayas
llevando, Jesús, tú
y el poder de
tu cuerpo
hacia esas
soledades a las que nunca solo
yo me
hubiera atrevido.
Si tu reino
tan solo fuese
cosa de este mundo...,
para llegar a
verte
bastaría
dejarme llevar por las potencias,
las fuerzas
disgregantes
de la vida y la
muerte.
Pero,
como la tierra
se mueve hacia otra orilla,
hacia la unión
de todo
en tu ser
preexistente,
no nos basta a
los hombres y mujeres del mundo
vivir para sí
mismo cada uno.
se nos pide
morir al individuo
y beber de tu
cáliz
la copa del
dolor
Tú me tiendes
tu cáliz:
¡bebed todos de
él!
Y así, junto al
pan del progreso
que traiga el
nuevo día,
beberé en este
mundo, como una copa amarga,
la vejez y la
muerte.
Pero a quien
haya amado a este Jesús oculto
en las fuerzas
profundas que maduran la tierra,
la tierra va a
abrazarlo, ya muerto, entre sus brazos
y, abrazado a
la tierra,
despertará algún día en el seno de Dios.
Por eso, Dios,
que otros
anuncien, si prefieren,
el esplendor
intacto de tu más puro espíritu.
Pero yo solo
puedo
hablar de la
materia
donde tu ser se
encarna.
Y en ese cuerpo
tuyo,
todo nuestro
universo
que por mi fe y
tu fuerza
encuentro
convertido
en el fuego
viviente
En ese cuerpo
tuyo que es todo el universo
yo me entrego
confiado
para vivir mi
vida,
para morir mi
muerte
en tu fuego,
Jesús.
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Misa
sobre el mundo. (Párrafos de un comentario de Xavier Picaza en Periodista Digital)
Entre
las obras de fondo más religioso de Teilhard de Chardin, destaca un pequeño
escrito donde el pan y vino de la ofrenda y de la comunión eucarística, que se
expanden hasta abarcar el mundo entero, de tal forma que podemos hablar de una
inmersión y transformación crística y trinitaria del conjunto de la realidad.
Éste es el tema de la misa cósmica, que Teilhard celebró en las estepas del
Gobi donde se hallaba de misión científica, por la fiesta de la Transfiguración
del Señor, en el verano de 1923. Retomando la línea de los antiguos teólogos
alejandrinos de los siglos IV y V, que habían interpretado la encarnación como
presencia del Hijo de Dios en el conjunto de la humanidad y del mundo, Teilhard
de Chardin ha desarrollado de forma emocionada el carácter cósmico de la
eucaristía, interpretada como transformación de un mundo que se eleva a Dios,
vinculado en Cristo, por la fuerza de su Espíritu.
«En
la nueva humanidad que se está engendrando hoy, el Verbo ha prolongado el acto
sin fin de su nacimiento, y en virtud de su inmersión en el seno del mundo, las
grandes aguas de la materia, se han cargado de vida sin estremecimiento. En
apariencia nada se ha estremecido en esta inefable formación y, sin embargo, al
contacto de la Palabra sustancial, el universo, hostia inmensa, se ha
convertido misteriosa y realmente en carne. Desde ahora toda la materia se ha
encarnado, Dios mío en tu encarnación... Ahora, Señor, por medio de la
consagración del mundo, el resplandor y el perfume que flotan en el universo,
adquieren para mí un cuerpo y rostro en ti. Lo que entreveía mi pensamiento
indeciso... tú me lo haces ver de un modo magnífico: no sólo que las criaturas
sean solidarias entre sí, de manera que ninguna pueda existir sin todas las
demás..., sino que estén de tal forma suspendidas en un mismo Centro real, que
una verdadera vida, sufrida en común, les proporcione en definitiva, su
consistencia y su unión.