La
candidatura de una mujer indígena y el racismo en México
Por: Alicia Castellanos Guerrero, y Gilberto López Rivas
Después
de siglos, se sigue pensando que los indígenas pueden ser
controlados políticamente, y que de los pueblos sólo puede haber
sometimiento y obediencia a las ideas y órdenes que provengan de
los no indígenas.
La
gran noticia de que el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) buscarán una
candidatura independiente de una mujer indígena para las elecciones
presidenciales del 2018, antes que ser reconocida por su valor
histórico, ha despertado un racismo velado y abierto entre sectores
sociales diversos y algunas voces de la izquierda institucionalizada,
lo que no debiera sorprender en una sociedad como la mexicana.
En
caricaturas, artículos y opiniones en las redes sociales, se
personifica en el Subcomandante Marcos-Galeano, toda idea o decisión
que surja del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y en este
caso, del V Congreso Nacional Indígena, negando la participación de
cientos de hombres y mujeres que con esfuerzos y penurias llegaron de
sus comunidades próximas y lejanas a deliberar en la Universidad de
la Tierra, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. No se toman en
cuenta los debates previos de los y las zapatistas y de los y las
delegadas, así como de los pueblos representados en el Congreso
Nacional Indígena. A estos sujetos políticos le son negadas la
capacidad de decisión, de hacer política y de pensar un proyecto
incluyente; para estas mentalidades que operan con una lógica de
menosprecio, el subcomandante Marcos-Galeano es el “autor” y
“actor” de toda iniciativa que surge de estas organizaciones.
Desde
el inicio de la rebelión de los mayas zapatistas, los indígenas han
sido clasificados como cobayas manipuladas por el mestizo visible del
grupo insurgente. Esa fue la perspectiva sostenida por Mario Vargas
Llosa y la derecha ilustrada, y, lamentablemente, incluso, por
quienes, en el diálogo de San Andrés, y a lo largo de estos 20 años
de reuniones con los rebeldes, preveían que éstas serían un
“fracaso” si el Sub Marcos no asistiera.
Este
pensamiento no registra que actualmente la vocería del grupo
zapatista radica en el Sub Comandante Insurgente Moisés y que existe
una Comandancia General integrada totalmente por indígenas y
jerárquicamente superior a los dos Subcomandantes. Se pretende
ignorar, asimismo, el proceso de consulta en asambleas de todo paso
político importante dado por el EZLN, del extraordinario proceso de
votación para iniciar la guerra en 1994, y para aceptar o no, los
acuerdos de San Andrés. En otras palabras, habituados a los
monótonos discursos de mítines en los que el papel de los
ciudadanos se reduce al de ser escuchas, no se alcanza a imaginar que
es posible una democracia directa y asambleísta de los pueblos
indígenas.
Después
de siglos, se sigue pensando que los indígenas pueden ser
controlados políticamente, y que de los pueblos sólo puede haber
sometimiento y obediencia a las ideas y órdenes que provengan de
los no indígenas. Así, por ejemplo, al inicio del levantamiento, en
la propia academia se llegó a afirmar que los indígenas no eran
capaces de sostener perspectivas nacionales, por lo que habría que
descartar que la rebelión de 1994 tuviera una matriz indígena.
Otra
forma de visibilizar estas perspectivas prejuiciadas es considerar
que los indígenas no deben ni pueden irrumpir en los espacios
considerados exclusivos de una clase política organizada en la
partidocracia y la mestizocracia dominantes. Al hacerlo, se tornan
“enviados de Salinas”, “peligros para el cambio real”,
“aliados de la derecha”, “causantes del fracaso de AMLO”,
“divisionistas del voto de izquierda”, “cómplices del fraude”,
entre otras descalificaciones. El irrespeto a los acuerdos tomados
colectivamente por dos formas organizativas que agrupan a numerosos
pueblos indígenas, muestra ese temor a perder una supuesta
representatividad única de la izquierda y de la oposición al
gobierno. Según esta visión, la “unidad de las izquierdas” sólo
se puede lograr sumándose acrítica y subalternamente a un partido
político, y excluye la posibilidad de una unidad en torno a
proyectos de nuevos sujetos políticos.
Mientras
tanto, paralelamente, las opiniones que saludan la iniciativa de
candidatura de una mujer indígena se hicieron públicas: Neil Harvey
destacó que este proyecto tiene “el mérito de poner en el centro
de atención la defensa de la tierra, bosques, agua, y todo lo que es
amenazado por los megaproyectos de desarrollo y el despojo de los
bienes comunales.” (La Jornada, 17 de octubre de 2016).
Luis
Hernández Navarro piensa que la iniciativa es: “una nueva forma de
acción, que tiene como eje central la participación directa en la
coyuntura electoral, como una forma de resistencia, organización y
lucha. De colocar a los indígenas y a su problemática en el centro
de la agenda política nacional. De hacer visibles las agresiones
contra los pueblos originarios. De construir el poder de los de
abajo” (La Jornada, 19 de octubre de 2016).
En
una carta suscrita entre otros, por Pablo González Casanova y
publicada en la sección de Correo Ilustrado de La Jornada, se
considera que la propuesta “deriva de un pensamiento colectivo; de
una práctica histórica de los pueblos que han utilizado distintas
estrategias de lucha para asegurar su continuidad y autonomía; de
construcción de alternativas que den un sentido distinto al sistema
de representación hegemónico, hoy deslegitimado y en grave crisis;
surge de quienes mandan obedeciendo, cimientan poder desde abajo, y
desean erigir una nueva nación por y para todos y todas; abre un
camino de paz en el contexto de violencias de Estado, impunidad,
desvío de poder y recolonización de los territorios que está
sufriendo nuestro patria. Esta posible candidatura cuestiona,
asimismo, el monopolio de la política y de la representación de la
sociedad y la nación, supuesta prerrogativa de la partidocracia;
descubre la preocupación de fuerzas políticas que menosprecian las
luchas seculares de los pueblos indígenas, y no indígenas, y hacen
pública su preocupación por la eventual pérdida de la exclusividad
de espacios de la acción política.”
La
propuesta de la candidatura de una mujer indígena abrió un debate
que no puede ser reducido a los intereses de un grupo, o de un
determinado sector social; esta discusión debe hacerse
responsablemente a partir de lo que conviene a la nación, los
trabajadores, los explotados y oprimidos, al mundo de los de abajo y
sus luchas emancipadoras y anticapitalistas. Una discusión que debe
llevarse al cabo con respeto a la pluralidad y en la perspectiva de
construir una nación donde quepamos todos.
Artículo
publicado en Rebelión