Hay
un hecho que debe preocupar a todos los ciudadanos del mundo: el
desplazamiento del poder de los estados-nación hacia el de unos
pocos conglomerados financieros que operan a nivel global, cuyo poder
es mayor que el de cualquiera de los Estados tomados individualmente.
Estos realmente detentan el poder real en todas sus ramas:
financiera, política, tecnológica, comercial, medios de
comunicación y militar.
Este
hecho ha sido estudiado y seguido por uno de nuestros mejores
economistas, profesor del posgrado de la PUC-SP con amplia
experiencia internacional: Ladislau Dowbor. Dos estudios de su
autoría resumen la vasta literatura sobre el tema: “La red de
poder corporativo mundial” del 04.01.2012 (http:/www.dowbor.org/wp) y el más reciente de septiembre de 2016:
“Gobierno corporativo: el poder caótico de los gigantes
financieros”.
Es
difícil condensar el cúmulo de informaciones que parece aterrador.
Dowbor sintetiza:
“El
poder mundial realmente existente está en gran parte en manos de
gigantes que nadie eligió, y sobre los cuales cada vez hay menos
control. Son billones de dólares en manos de grupos privados cuyo
campo de acción es el planeta, mientras que las capacidades de
regulación global van a gatas. Investigaciones recientes muestran
que 147 grupos controlan el 40% del sistema corporativo mundial,
siendo el 75% de ellos, bancos. Cada uno de los 29 gigantes
financieros genera un promedio de 1,8 billones de dólares, más que
el PIB de Brasil, octava potencia económica mundial. El poder ahora
se ha desplazado radicalmente” (cf. Gobierno corporativo, op. cit).
Además
de la literatura específica, Dowbor refiere los datos de dos grandes
instituciones que sistemáticamente a lo largo de los años se ocupan
de los mecanismos de los gigantes corporativos: el Instituto Federal
Suizo de Investigación Tecnológica (rivaliza con el famoso MIT de
EE.UU.) y el Credit Suisse, el banco que dirige las grandes fortunas
del mundo y, por lo tanto, sabe de estas cosas.
Los
datos presentados por estas fuentes son sorprendentes: el 1% más
rico controla más de la mitad de la riqueza del mundo. 62 familias
tienen un patrimonio igual al de la mitad más pobre de la población
de la Tierra. 16 grupos controlan casi todo el comercio de materias
primas (cereales, minerales, energía, tierra y agua). Debido a que
toda la comida obedece las leyes del mercado, sus precios suben y
bajan a merced de la especulación, quitando a vastas poblaciones
pobres el derecho a tener acceso a una alimentación suficiente y
saludable.
Los
29 gigantes planetarios, de los cuales el 75% son bancos, empezando
por el Bank of America y terminando con el Deutsche Bank, son
considerados “sistémicamente importantes”, pues su eventual
quiebra (no olvidemos que el más grande, los Lehamn Brothers de
América del Norte, se declaró en quiebra) llevaría a todo el
sistema al abismo o muy cerca, con consecuencias nefastas para toda
la humanidad. Lo más grave es que no hay regulación para su
funcionamiento, ni puede haberla, porque las regulaciones son siempre
nacionales y ellos actúan planetariamente. No hay todavía una
gobernanza mundial que cuide no sólo de las finanzas sino del
destino social y ecológico de la vida y del propio sistema-Tierra.
Nuestros
conceptos se evaporan cuando, nos recuerda Dowbor, se lee en la
portada de The Economist que la facturación de la empresa Black Rock
es de 14 billones de dólares, mientras que el PIB de los EE.UU. es
de 15 billones de dólares y el del pobre Brasil escasamente llega a
1,6 billones de dólares. Estos gigantes planetarios manejan
alrededor de 50 billones de dólares, el equivalente a la deuda
pública total del planeta.
Lo
importante es conocer su propósito y su lógica: buscan simplemente
ganancias ilimitadas Una compañía de alimentos compra una mina sin
ningún tipo de experiencia en el ramo, sólo porque da beneficios.
No hay ningún sentido humanitario, como por ejemplo, tomar una
pequeña porción de las ganancias para un fondo contra el hambre o
para disminuir la mortalidad infantil. Para ellos, eso es tarea del
estado y no para los accionistas que sólo quieren ganancias y más
ganancias.
Por
estas razones entendemos la iracundia sagrada del Papa Francisco
contra un sistema que sólo quiere acumular a costa de la pobreza de
las grandes mayorías y de la degradación de la naturaleza. Una
economía, dice, “que está centrada en el dios dinero y no en la
persona: este es el terrorismo fundamental contra toda la humanidad”
(en el avión de regreso de Polonia en septiembre). En su encíclica
ecológica lo llama un sistema anti-vida y con tendencia suicida (nº
55).
Ese
sistema es homicida, biocida, ecocida y geocida. ¿Cómo puede
prosperar tal inhumanidad en la faz de la Tierra y todavía decir que
no hay alternativa (TINA = There Is No Alternative)? La vida es
sagrada. Y cuando es sistemáticamente agredida, llegará el día en
que puede tomar represalias destruyendo a quien la quiere destruir.
Este sistema está buscando su propio fin trágico. Ojalá la especie
humana sobreviva.