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25 de noviembre de 2016

Lo que va de ayer a hoy: PORQUE NO ERES NI FRÍO NI CALIENTE...

Lo que va de ayer a hoy...

Historias bíblicas de ayer que se repiten hoy



Porque no eres ni frío ni caliente…

Ayer

Casi siempre en estas reflexiones comenzamos con un Ayer situado en la prehistoria o en épocas muy antiguas. Tenemos en el subconsciente esa expresión de los abuelos: “¡Qué tiempos aquellos!”. Claro que los tiempos aquellos de la nostalgia no suelen ser prehistóricos sido de hace 60, 50 años… La época en que la añoranza acariciaba la memoria con aires de felicidad, y se olvidaban de los malos, tristes o injustos momentos de “aquellos tiempos”.

Los tiempos aquellos a veces no están muy distantes. Son las épocas en que los nostálgicos se encontraban en una situación más ventajosa… sí, ventajosa ¿para quién?

Para ellos, para sus familiares o los de su ambiente social. Aquellos eran buenos tiempos…

Cuando en la historia del mundo, o en la pequeña historia de un pueblo ha sucedido un cambio fuerte siempre hay gente que se siente defraudada: “Pues antes… “en mis tiempos no pasaban esas cosas”.

Por eso los profetas, o los grupos proféticos suelen acabar mal. Es que “mis tiempos” para algunos suelen ser ahora, cuando están instalados en sus privilegios, sin mirar alrededor a quienes sufren con esos tiempos.

Todas las revoluciones grandes o pequeñas han sido una molestia para muchos que estaban instalados en lo anterior.

Eso empezó a suceder cuando a aquel viejito se le ocurrió abrir las ventanas de la llamada Iglesia y una serie de líderes con imaginación creadora empezaron a recordar lo que había sido esa iglesia en sus tiempos originales, a ver lo que estaba siendo entonces y a imaginar lo que podría ser.


Es curioso que quienes abrieron puertas y ventanas eran viejos; aquel Juan de 80 años y un grupo de obispos que tampoco eran jovencitos. Cuando el susodicho concilio empezó a soltar iniciativas, cambios, “novedades”… salieron enseguida voces discordantes a veces de gente más joven, que sentía cómo se les movía el piso que antes sentían más seguro.

Esto mismo no sólo ha sucedido en ambientes religiosos. Nos hemos ido encontrando con líderes sociales entrados en años con valor también para salir de esos años y proponer caminos incómodos para los instalados.

En una sociedad en que unos gozan de ventajas y otros se sienten en posición demasiado desventajosa, cualquier cambio que modifique esa situación molestará a unos y agradará a otros. Todos procurarán encontrar pretextos o motivos para justificar esa situación o esos intentos de cambio.

Esos motivos pueden ser reflexiones, actitudes personales o leyes, estructuras sociales.
Antiguamente(nos asomamos al ayer) era una ley sencilla y sin disimulos: LA LEY DEL MÁS FUERTE

Pero dentro de la humanidad empezaron a surgir los que se preguntaban: “las cosas hasta ahora son así, pero ¿no pueden ser de otro modo?”

Unos lo fueron gritando por los pueblos e intentaron que la gente cambiase su débil conciencia o inconsciencia por un pensamiento y corazón nuevos. Fueron los profetas.
Otros pensaron que ante la ley del más fuerte solo servía la fuerza de otros más fuertes. Fueron los revolucionarios.

A los profetas…: los fueron matando, y a sus seguidores los fueron sobornando con privilegios para que la mayor parte- no todos - fuera convirtiendo su mensaje en poesía pasiva, y que todo siguiera igual.

Los revolucionarios…: unos sucumbieron en el empeño. Otros cuando llegaron al poder, gran parte- no todos - se acomodó en sus privilegios y en los de algunos de sus seguidores y la sociedad se mantuvo con sus diferencias de poderosos y marginados de modo que todo siguiera igual.

Pero este mundo que gira y gira en torno al sol, no sigue igual.

Vuelven a surgir profetas que aumentan su conciencia de que la humanidad es una sola y un espíritu la mueve en el camino hacia esa unidad sin barreras y en paz.

Siguen surgiendo más revolucionarios que por la fuerza de la educación, de una nueva conciencia que una a los débiles, a los que, echados al borde del camino, se den cuenta de que ellos son más… y derriben barreras en el camino hacia la unidad.

Pero en este mundo con más de 7,000 millones de seres humanos.

Sucede algo desalentador.

En medio los que siguen a los profetas y revolucionarios y de los que se mantienen defendiendo las barreras para que nada cambie, hay una que llamaríamos masa amorfa de hombres y mujeres.


Son las ovejas del rebaño, los que dicen amén a quien les engaña mejor, los consumidores que consumen todo los que les ofrecen para consumir.

Son esa masa que se amasa, se amansa y queda en manos de quienes quieren que nada cambie. Para resumírselo les ofrezco dos textos: uno de ayer. Del final de ese libro que tal vez tienen ustedes en su casa. Otro de hoy, de hace unos poco días, escrito por una mujer (porque hoy muchas mujeres saben escribir, no como ayer). Un texto que comenta un suceso muy reciente y les puede hacer a ustedes penar y preguntarse: ¿yo estoy con los profetas, o estoy con los que mantienen un mundo sin cambios o… simplemente soy masa amorfa.

Aquí van los textos

De ayer

A la Iglesia de Laodicea (Apocalipsis 3, 14…)

Al ángel de la Iglesia de Laodicea escríbele: 
Así dice el Amén, el testigo fidedigno y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Dices que eres rico, que tienes abundancia y no te falta nada; y no te das cuenta de que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro refinado para enriquecerte, vestidos blancos para cubrirte y no enseñar desnudas tus vergüenzas, y medicina para ungirte los ojos y poder ver. A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor lo haré sentarse en mi trono junto a mí, igual que yo vencí y me senté junto a mi Padre en su trono. El que tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

De hoy

EN ESTE MOMENTO, ANHELANTE Y PENSATIVO

MARÍA TERESA SÁNCHEZ CARMONA, teresa_sc@hotmail.com
SEVILLA. (Eclesalia)

El problema no es Trump: irracionales potencialmente destructivos los hubo y los habrá siempre. El problema son los miles de personas que creen en los valores que él representa. Los que privilegian el capitalismo, la xenofobia, la desconfianza y sus propios intereses en detrimento del bien común. Los que apelan al Brexit, el blindaje de fronteras y el separatismo. Los que se entregan a cualquier tipo de radicalismo. Los que piensan que el drama de los refugiados no va con ellos. Los que violan (en Colombia o en Pamplona) porque saben que su crimen quedará impune. Los que agreden a otros en cualquiera de las mil formas posibles (pensamos en asesinatos, pero la violencia empieza por gritar lleno de furia al que va en el coche de al lado).

El problema no es "la cabeza visible" de esa que queremos llamar "la primera potencia del mundo" (y seguimos en este juego donde sólo prima lo económico). El problema son todas las otras cabezas: las que carecen de educación y criterio propio, las que no ven/no quieren ver cómo se repite la historia, las que lanzan la piedra en cualquier foro de internet para luego esconder la cabeza...

No sé cómo hemos llegado a esta situación. Habrá quien acalle su conciencia diciendo que vivimos/sufrimos el legado que nos dejaron nuestros padres y las generaciones anteriores. No interesa. Los que estamos ahora tenemos la ineludible misión de vivir y educar en conciencia. Vivir y educar en conciencia. A nuestros hijos. A los hijos de nuestros amigos. Al vecino. Al animal incívico que nos cruzamos por la calle.

Porque no es una cuestión de credo político: de rechazar a un candidato en virtud de otro que encarna, o no, un dechado de virtudes. El problema es avalar una serie de comportamientos que no caben en el marco de la civilización (sea en Irak, EEUU o Corea), y dejar que corran y acarreen consecuencias. Es la mediocridad de todos los días, el miedo paleolítico al otro, la precariedad material, pero también de valores y de amor, la imperdonable indiferencia ante la desdicha de los demás (que, no cabe la menor duda, acaba por ser la nuestra). Tenemos lo que tenemos: lo que ha ocurrido en las urnas es apenas el reflejo de este "pan nuestro de cada día". Es un espejo y una bofetada a nosotros mismos. Porque ya basta de "quejarse y tragar", o acabaremos dando este mismo alimento a quienes vengan después de nosotros. Sencillamente porque no se puede dar a otros lo que no se tiene. ¿Nos acusaran las próximas generaciones de no haber hecho nada por mejorar lo recibido?

No, no hablamos de Trump ni de los Estados Unidos de Norteamérica: hablamos de la Humanidad. Y, repito, hoy más que nunca tenemos la ineludible misión de vivir y educar en conciencia. Resuenen con más fuerza que nunca los versos que escribiera el poeta Walt Whitman en su obra "Hojas de hierba":

En este momento anhelante y pensativo, sentado a solas.
Me parece que en otras tierras hay otros hombres,
en otras tierras, anhelantes y pensativos,
me parece que puedo mirar a lo lejos y divisarlos
en Alemania, Italia, Francia, España
y más lejos aún, en China, o en Rusia, o en India
hablando otros dialectos;
y me parece que 
si me fuera posible conocer a estos hombres
con ellos me uniría, como hago con los hombres de mi propia tierra,
¡oh! yo sé que seríamos hermanos y amantes,
yo sé que llegaría a ser feliz con ellos.