¿Se
imaginan que las empleadas tuvieran derechos en 2017?
Guatemala
fue uno de los primeros países del continente que abolió legalmente
la esclavitud. 17 y 23 de abril de 1824. Pero ese papel ha quedado
muy lejos de la realidad en los siguientes casi cien años.
Principalmente en las fincas en el campo pero también en las casas
de las clases media y alta de las ciudades hasta el año 2016.
Guatemala se resiste todavía a ratificar un convenio de la ONU que
pueda darle derechos laborales –salarios dignos, horarios o
vacaciones– a por lo menos 200 mil mujeres y niñas que trabajan
como empleadas domésticas.
Creo
en barrios con madres
que
dieron iguales razones,
Y
al final se murieron
sin
tener vacaciones
Como
decía mi abuela: “Así fue la baraja
en
casa el pobre
hasta
el que es feto trabaja”
Calle
13 (La Perla)
El
sábado 11 de junio de 2011, una empleada doméstica guatemalteca
lloraba en Suiza.
Estaba
en la sede de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra.
Zuleima Oger Vásquez, representante de la Asociación de
Trabajadoras del Hogar a Domicilio y de Maquila (Atrahdom), recuerda
que lloró al ver que un organismo internacional adoptaba un convenio
que protegería sus derechos. Que ella y sus compañeras tendrían
una jornada laboral de 8 horas, que recibirían un salario digno
acorde su trabajo, incluyendo bono 14, aguinaldo, vacaciones e
indemnización. El convenio 189 de las Naciones Unidas.
Parecía
una realidad cercana. Pero ya pasaron cinco años y el Congreso de
Guatemala no ha ratificado ese instrumento. Todo sigue igual.
El
Convenio entró en vigencia en 2013, y a la fecha, de 193 países
miembros de la ONU, solo 23 lo han ratificado. En Centroamérica,
solo Costa Rica y Nicaragua. Con la ratificación se sentarían las
bases para asegurar la libertad de asociación, el derecho de
negociación colectiva; la eliminación de todas las formas de
trabajo forzoso; la abolición del trabajo infantil; y la eliminación
de la discriminación en materia de empleo y educación. Cada país
tendría que crear su propia normativa jurídica.
El
Informe de Desarrollo Humano de 2015 del Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo Humano (PNUD), dice millones de trabajadores del
servicio doméstico afrontan riesgos sin protecciones legales. Bajos
salarios, condiciones de trabajo precarias, falta de acceso a la
atención médica y violencia física o sexual. Y muchos se sienten
obligados a permanecer con sus empleadores porque no saben que tienen
derechos y necesitan el trabajo.
Sin
el convenio 189, “los empleadores utilizan amenazas y coacciones
para pagar salarios bajos o incluso ninguno”, reza el documento de
Naciones Unidas. Incluso pueden obligar a los trabajadores de este
sector a que tengan jornadas de trabajo de hasta 18 horas al día
–preparar loncheras a las 5 de la mañana, estar disponible todo el
día y la tarde para cualquier ‘favor’ y lavar los platos a las 9
de la noche son 16 horas de trabajo–, sin descanso, en condiciones
precarias, con pocos alimentos y sin acceso a atención médica.
Algunas
de las historias y testimonios que evidencian esa situación inician
desde la niñez de sus protagonistas, como por ejemplo Zuleima, la
guatemalteca que lloraba en Ginebra.
“¿Usted
qué piensa que va a hacer conmigo?”
Zuleima
recuerda que ella empezó a trabajar como empleada doméstica cuando
tenía 8 años y cursaba primero primaria, allá por el año 1968.
Por Q2, sí, dos, mensuales ciudó al hijo de su maestra desde que
tenía 40 días de nacido. Dejó de estudiar porque su familia
necesitaba de esos ingresos y porque cada vez tenía más carga de
trabajo doméstico.
– A
parte de cuidar al niño yo hacía la comida cuando la señora no
estaba. Ella me avisaba que no iba a estar y me decía qué le tenía
que echar a la comida”, dice Zuleima. Esa fue su primera
experiencia en algo que se repetiría una y otra vez, no solo en su
vida si no en las de sus compañeras: “Te dicen que te contratan
para limpieza, pero termina uno cocinando, planchando, lavando…”.
A
los doce años tuvo otra oferta de trabajo. Por Q12 mensuales sería
ayudante en la cocina de un local en Escuintla. Sin que su familia
tuviera muchos detalles de su paradero, Zuleima era una niña de 12
años que lavaba trastes y servía cerveza en un bar. Se fue de allí
cuando los clientes le empezaron a pedir que se sentara a beber con
ellos.
Siguió
trabajando como empleada doméstica hasta que, cuando tenía 15 años
,el esposo de su empleadora intentó abusar sexualmente de ella. “Ese
día le pregunté al señor ‘usted qué piensa hacer conmigo’, y
me respondió ‘lo mismo que hago con todas'”. Sus gritos la
salvaron, pero su patrona no le creyó y abandonó el lugar.
Su
historia no es extraña. Uno de los caso que Atrahdom recibió fue el
de Andrea Rodríguez, que no se llama Andrea y que al ser acosada por
su patrono decidió renunciar. Al mismo tiempo acudió al Ministerio
de Trabajo para pedir el cálculo del monto que debía recibir como
liquidación por su tiempo trabajando en esa casa. Cuando le comunicó
la cifra a su empleadora, ésta la citó en un mercado de la zona 6
con la noticia de que le pagaría. Al llegar Andrea fue detenida por
agentes de la Policía Nacional Civil ya que su exjefa la denunció
por extorsión al solicitar el pago de sus prestaciones laborales.
Zuleima
también habla de discriminación y del trato que reciben. De lo
difícil que significa trabajar en el espacio privado de una familia
que la trata de muchacha, que no deja que coma en la misma mesa, que
no permita que coma de los mismos alimentos que preparó para ellos,
que si van a un restaurante la hace comer sola y alejada.
– Son
raros y contados los patrones que son conscientes. Uno porque tiene
necesidad está allí.
Angelina
Antonio, de Santa Eulalia, Huehuetenango, a 315 kilómetros y 10
horas de la Ciudad de Guatemala, tiene 25 años de trabajar en casas
de la capital. Dice que, durante este tiempo no ha tenido mayores
problemas en su trabajo; pero hay cosas que lamenta, como no tener
libertad para decidir sobre su propio tiempo y que solo una vez al
año puede viajar a su pueblo para visitar a su familia.
– Cuando
uno acaba de venir extraña mucho su casa. Cuando uno está en el
pueblo, las señoritas que quieren venir a trabajar aquí (a la
Ciudad de Guatemala); creen que es lo máximo. Pero cuando ya están
aquí se dan cuenta de que es distinto. El cambio de ambiente, de
personas, conocer otra cultura, otras costumbres, es muy difícil
aceptarlo.
No
está feliz de haber trabajado 25 años como empleada doméstica.
– Aunque
es es una forma de ganarse la vida, al mismo tiempo la pierde uno
dedicándola a una familia que no es la suya. Yo vine del pueblo y me
abuela siempre decía, tenés que respetar, no tenés que hablar. Tal
vez por eso traía como con un poquito de miedo, pero ya se me quitó.
El
caso de Angelina tuvo giros positivos, ya que pudo seguir estudiando
hasta graduarse de bachillerato, tomó cursos de enfermería, gestora
cultural, de derechos humanos y laborales, e incluso de medicina
natural. También dice que logró dialogar con sus empleadores hasta
llegar a acordar sus horarios, salario y prestaciones.
– El
trabajo en casa no es valorado, pero es uno de los más difíciles.
Uno se enferma de los nervios también y a veces hay que cuidar niños
también, hacer limpieza, hacer cocina y uno se estresa más, y el
resultado es que uno se enferma de los nervios y de gastritis.
Actuamente
Angelina cuida a una mujer anciana y vela porque nada falte en la
casa de su empleadora. Tres días a la semana debe permanecer en vela
por si surgiera una emergencia médica. Dice que se encariñó con su
patrona, pero que todavía sueña en volver a su pueblo a ayudar a la
gente con sus conocimientos. Ese sueño, espera, quizás pueda ser
realidad dentro de cinco años, a sus 67.
200
mil mujeres y niñas
El
diputado Amílcar Pop, que impulsa en el Congreso la ratificación
del Convenio 189, estima que en el país existen 200 mil mujeres que
trabajan como empleadas domésticas y que el 90 por ciento de ellas
no gana ni el salario mínimo. Con sueldos entre los Q500 y Q1000
trabajan sin horarios definidos, algunos hasta de 16 horas al día,
sin prestaciones ni seguro médico.
– El
trabajo doméstico, quizás después de la explotación agrícola en
el campo, es una de las formas de esclavitud más vergonzosas de
nuestro país. De allí la necesidad del reconocimiento y
ratificación de ese convenio.
También
explica que hay una apropiación de la persona al servicio familiar.
– Ven
a las mujeres indígenas como algo apropiable para ponerla al
servicio de una familia, donde no solo son patrones los padres sino
también los hijos. Se considera que tienen disponibilidad de
explotación.
Y
a pesar de esta realidad, es tanto el desconocimiento de sus derechos
que, por ejemplo, en la oficina del Procurador de Derechos Humanos
(PDH) no existe ningún caso relacionado a una denuncia por
discriminación y violación a los derechos de las trabajadoras
domésticas.
El
diputado Pop dice que este tipo de trabajo es también una forma de
inferiorizar a las mujeres de forma psicológica, emocional y
económica.
– La
mujer trabajadora doméstica va asumiendo una inferiorización que le
limita el ejercicio de sus derechos; entonces no va a denunciar. No
ejerce sus derechos, no los conoce y no los defiende. Si no conoce
sus derechos y cree que es imposible ejercerlos, entonces menos va a
pensar en la posibilidad de alcanzarlos.
La
ratificación del Convenio 189 significa un primer instrumento que
proveerá las condiciones mínimas para que se respeten los derechos
humanos y laborales de las trabajadoras domésticas. En el Congreso
solo hace falta una lectura para que se apruebe la iniciativa que
contempla la ratificación. Hasta el momento no hay voces públicas
que se opongan al tema, pero según el diputado Pop, algunos de sus
colegas dicen que no se podrá contratar empleadas con un horario y
salarios claros.
– Que
van a haber patronos que no van a poder contratar, es cierto, pero si
las condiciones económicas no les dan para garantizar la vida digna
de las personas, se pueden abstener.
Es
decir, como sucede en otros países industrializados y más
igualitarios, si una familia no puede pagar de manera digna a una
empleada doméstica, pues no la tiene.
Si
se ratifica el convenio, tendrán derecho a una jornada laboral que
contemple horas extras, un salario digno, seguro social, prestaciones
laborales, protección a la niñez trabajadora y a las trabajadoras
migrantes.
– Es
mentira que nosotras vayamos a provocar que muchas trabajadoras se
queden desempleadas. Nos están diciendo que una maestra, por
ejemplo, no tiene dinero para pagar una trabajadora doméstica, pero
puede contratarla solo para lavar, solo para planchar o cocinar,
etcétera. Si le va a pagar un salario de miseria y esclavitud, mejor
que no la contrate.