Angel
García-Zamorano
Dos
ó tres meses antes de esta fecha, nuestra sociedad neocapitalista y
consumista, ya está presentando “ofertas navideñas” y
exhibiendo luces, figuras y adornos que hacen alusión a este tiempo,
con la intención de deslumbrarnos y desviar nuestra atención de lo
principal. No digo que “hacen alusión a Navidad”, porque nada de
eso tiene que ver con la Navidad cristiana. De ahí la necesidad
imperiosa de recuperar su espíritu y dejar de lado todo lo que la
desfigura y deforma, como fiestas profanas, gastos inútiles,
caprichos efímeros y perecederos, propio de un ambiente mundano,
para cambiarlo por una celebración más evangélica. ¿Cómo hacerlo
posible? Para conseguir este propósito es necesario situar Navidad
en su contexto bíblico e histórico.
1.-
Espera y esperanza. Las promesas.
Navidad
nos evoca la humanización de Dios. Algo que, comprendido, aunque
sólo sea superficialmente, nos ayudaría a recuperar su verdadero
espíritu y celebrarla de forma que nos sintamos animados para
alcanzar las promesas que pueden hacernos verdaderamente felices, sin
dejar en nosotros, cuando llega enero, ese vacío de las cosas
temporales que no satisfacen. Dios que se humaniza, no es cuestión
de un hecho puntual, de sorpresa casual, de algo que aparece como un
meteorito caído inesperadamente del cielo.
El
profeta Isaías (11,1-9), es el que va delineando con más claridad
la figura del Mesías esperado por el pueblo judío y la misión que
viene a realizar. No lo habían esperado siempre. Isaías es el
primero que anuncia un rey parecido a David, pero superior a él. El
texto citado le presenta como un brote que sale de la raíz, después
de cortado el árbol. Así da a entender que los presentes reyes,
pecadores y poco creyentes, van a desaparecer. El Enmanuel, más que
un descendiente de David, será un nuevo David, se le llamará hijo
de Jesé, como David.
Así
aparece en la genealogía con que comienza Mateo su Evangelio (cf.
Mat 1,1). Pero hay una diferencia fundamental. David es engendrado de
forma natural por Jesé, pero al hablar de Jesús, el Evangelio dice
que nació virginalmente de María (cf. Mt 1,16.23). Se corta la
genealogía según la carne, para aparecer la descendencia según el
espíritu.
El
Mesías será el hombre del Espíritu, como los profetas y más que
ellos:
“Sobre
él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sensatez e
inteli-gencia, espíritu de valor y de prudencia, espíritu de
conocimiento y respeto del Señor. No juzgará por apariencias ni
sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos
y dictará sentencias justas a favor del pobre” (Is 11,2-4a).
En
este texto aparecen tres bienes fundamentales que caracterizan a la
persona y obra del Mesías, los cuales es necesario tener en cuenta
para comprender lo que significa la presencia de Dios entre nosotros
y recuperar su sentido original y el verdadero espíritu de Navidad.
a) Justicia
El
Mesías vendrá para implantar la justicia (mispat). En la Sagrada
Escritura, esta palabra significa que los poderosos respeten el
derecho de los pobres y débiles, de los marginados y excluidos. Por
su situación so-cial, tendrán la preferencia del Mesías y hacia
ellos se inclina la justicia que Dios ofrece a todos, para que se
reintegren en un pueblo y en una sociedad de iguales. Ésta ha de ser
también la norma suprema de la conducta humana, de la voluntad de
Dios para nosotros, su ley, el “camino del Señor”: velar por los
pobres e integrar a los excluidos (cf. Haag, Justicia, Diccionario de
la Biblia).
Por
eso, dice Isaías:
El
Mesías “no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de
oídas; juzgará con justicia a los desvalidos y dictará sentencias
justas a favor del pobre” (Is 11,3-4a). Y continúa indicando cómo
el Mesías hará justicia a los pobres: “Su palabra derribará al
opresor, el soplo de sus labios matará al culpable. Tendrá como
cinturón la justicia y la verdad será el ceñidor de sus caderas”
(Is 11,4b-5).
La
opción por el pobre ha de realizarse impidiendo aquello que le
mantiene en situación de opresión e inferioridad.
b)
Paz
Como
fruto de la justicia, brotará la paz: “La paz es fruto de la
justicia” (Is 32,17, cf. 9,6). La paz bíblica (shalóm), no es
ausencia de guerra, lo cual puede lograrse también por regímenes
dictatoriales y represivos, o por un equilibrio de fuerzas, sino el
bienestar y prosperidad material y espiritual, tanto del individuo
como de la comunidad. Se consigue por la unidad entre todos y el
aporte de cada uno.
Como
consecuencia de la justicia, se harán presentes
“la
tranquilidad y seguridad para siempre… mi pueblo vivirá en paz,
sus casas serán seguras y tranquilas” (ib); “no construirán
para otro habite, ni plantarán para que otro coma, pues mi pueblo
vivirá tanto como los árboles, y mis elegidos disfrutarán del
trabajo de sus manos” (Is 65,22).
La
justicia hará posible la paz y felicidad para todos, no solo para un
grupo de privilegiados, entre los que existirá comunicación y
enriquecimiento mutuos porque pondrán en común las cualidades y
talentos que cada uno tiene.
c)
Armonía con la naturaleza
La
renovación mesiánica, también tendrá repercusiones en la
naturaleza:
“El
lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito,
el ternero comerá al lado del león. La vaca y el oso pastarán en
compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también
comerá pasto, igual que el buey” (Is 11,6-7; cf. Is 65,25).
Esto
se entiende mejor si tenemos en cuenta que la naturaleza es “nuestra
casa común…, una hermana, una madre bella que nos acoge entre sus
brazos” (LS 1), de la que nadie puede prescindir para vivir y de la
que todos tenemos necesidad. De la manera cómo nos relacionemos con
la naturaleza, dependerá cómo nos tratamos entre nosotros mismos.
Dada
la importancia fundamental de la naturaleza para el ser humano y la
estrecha relación que existe entre ambos, no podía quedar al margen
de la presencia y obra del Mesías, para que todo lo que ofrece y
nuestras aspira-ciones sean posibles. La armonía con que Dios creó
el universo como don para toda la humanidad, rota por el pecado, se
va a recuperar; el dominio despótico e irresponsable del hombre
sobre las criaturas, va a desa-parecer. Esto es lo que expresa con
belleza literaria el profeta Isaías al des-cribir la convivencia de
los animales con el hombre, como consecuencia de la presencia del
Mesías.
El
Salmo 72, que figura entre los Salmos Mesiánicos, enumera las
bendiciones que el pueblo pide a Dios para su rey, el Mesías:
"Que
gobierne a tu pueblo con justicia y a tus humildes con equidad
(v.2)... Que las montañas traigan la paz al pueblo (v. 2)... Que él
des-cienda como lluvia sobre el césped, como aguacero que riega la
tierra" (v. 6)".
El
Mesías viene para hacer realidad las aspiraciones del pueblo que se
concretizan en las indicadas por Isaías: Justicia, paz y armonía
con la naturaleza.
Estos
tres bienes expresan como el “desiderátum” de los hombres a lo
largo de la historia de salvación. Por consiguiente, siguen
permaneciendo actuales como objetivos a conseguir, si queremos que la
presencia de Dios humanado tenga sentido y deseamos recuperar el
espíritu de Navidad. Por eso, están presentes cuando se realizan
las promesas con el nacimiento del Mesías.
2.
Realización de las promesas: Dios humanizado.
Conocemos
la historia de la noche de Navidad, aunque superficialmente, pero sin
conectarla con lo prometido ni pensar en el contenido de este
acontecimiento. Por eso, nos hemos quedado con una fábula, un cuento
que, por su composición literaria e intereses mundanos, invita a
fiesta. No hemos caído en la cuenta de que es el tiempo en que los
tres bienes fundamentales que profetizó Isaías y en esperanza, Dios
quiere que sean realidades. Para conseguirlos, nos ofrece el mejor
medio, la presencia humanizada de su Hijo entre nosotros. La
narración que hacen los Evangelios de su nacimiento, nos lo
recuerdan de nuevo.
a)
Justicia
Cuando
el ángel del Señor anuncia a María el nacimiento del “Hijo del
Altísimo” (Lc 1,32), inmediatamente se pone en camino para
comunicar la Buena Noticia a su prima Isabel. En este encuentro,
María proclama el canto del Magnificat, en el que aparece la gran
revolución histórica que el Hijo de Dios viene a realizar
instaurando la justicia sobre la tierra:
“Despliega
la fuerza de su brazo, dispersa a los de corazón soberbio, derriba
del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a
los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc 1,51-53).
Estas
palabras las dice porque “fue la promesa que ofreció a nuestros
antepasados” (Lc 1,55). Jesús, Dios humanado, va a hacer presente
la justicia prometida en Isaías. Se manifestó en la actitud
preferencial que tuvo durante su vida con los pobres, desclasados y
marginados; en la invitación a vivir con transparencia y sinceridad,
a tener actitudes de acercamiento, inclusión, diálogo y
misericordia con todos.
b)
Paz
La
presencia histórica de Jesús, la proclaman:
“la
multitud de ángeles que aparecieron y alababan a Dios diciendo:
‘Gloria a Dios en lo más alto del cielo, y en la tierra, gracia y
paz a los hombres” (Lc 2,14).
Esta
paz, es consecuencia de que va a hacer justicia a los pobres
elevándolos, teniendo preferencia por ellos, y a los ricos les va a
rebajar de su orgullo y glorias mundanas. El mismo nombre de
“Enmanuel, que significa: Dios-con-nosotros” (Mt 1,23), nos
remite a la profecía de Isaías que revela que el Mesías trae la
paz como fruto de la justicia. Dios es un Padre-Madre bueno que
quiere la felicidad de todos sus hijos, no solo de un grupo
preferido. Por eso, “siendo rico, se hizo pobre por nosotros para
enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8,9). Desde esa realidad quiere
hacer un solo pueblo, una sola comunidad.
c)
Armonía con la naturaleza
En
el nacimiento de Jesús, podemos observar la más íntima armonía
del cielo con la tierra, de la naturaleza con las personas. El campo
se llenó de luz,
“el
ángel del Señor se presentó (a unos pastores) y los rodeó de
clari-dad la gloria del Señor” (Lc 2,9).
El
cielo y la tierra se unen en un bello y claro signo para anunciar la
presencia de Dios entre nosotros y comunicarnos su mensaje:
“Cuando
los ángeles volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a
otros: ‘Vamos, pues, hacia Belén a ver lo que ha sucedido y nos ha
comunicado el Señor” (Lc 2,15).
Esta
armonía entre las personas y la naturaleza en la noche de Navidad,
nos invita a considerar su estrecha y significativa relación, a
cuidar la naturaleza como medio de comunicación con Dios y elemento
indispensable para nuestra supervivencia. La naturaleza es un recurso
común del que nadie puede apropiarse sin perjudicar a los demás e
impedir la finalidad que Dios le dio para que, como buena madre,
sirva a todos.
3.
Recuperar el espíritu de Navidad:
Continuar
haciendo realidad las promesas
Hemos
visto cómo fue profetizada la presencia humana de Dios por Isaías y
su realización en la noche inolvidable de Belén. Recuperar el
espíritu original de Navidad, significa hacer memoria en estos días
de los tres bienes fundamentales de justicia, paz y armonía con la
naturaleza. Este recuerdo ha de motivarnos a abrir nuestros oídos
sordos y mover nuestro corazón insensible para colaborar en los
planes de Dios en favor de toda la humanidad, de la cual formamos
parte. Aquí está el secreto y el sentido de Navidad:
La
sociedad, en su insaciable sed de dinero a costa de valores
fundamentales que nos hagan verdaderamente felices, ha logrado
mundanizar la Buena Noticia del nacimiento de Jesús, opacarla, para
que su presencia no moleste, poder continuar profanando su mensaje y
destruyendo la naturaleza. De esta forma, el engaño es más sutil
porque todo se hace en nombre de la religión para pasar más
desapercibido. La astucia mundana usa como cebo para sus planes el
recuerdo del hecho histórico único de la humanización de Dios,
desconociendo su mensaje y evadiendo el compromiso que conlleva.
Espejismos que engañan y ofrecen lo que nunca llega. Se intenta
suplir este hecho por un ambicioso y peligroso consumismo y
superficialidad que en vez de hacernos felices nos degrada. Se ha
realizado un cambio de paradigma del hecho original a una realidad
mundana. La lógica humanizadora y salvadora de Dios, se ha cambiado
por la lógica de la evasión superficial y engañosa.
El
libro del Deuteronomio nos da la clave para recuperar el sentido y
espíritu de Navidad. Cuenta que, cuando los niños israelitas
pregunten a sus padres el por qué de la celebración Pascual, fiesta
central del pueblo judío, por “los preceptos, los mandamientos y
las normas” religiosas que se observan en estas fiestas, les
contestarán recordándoles la historia de su liberación:
“Nosotros
éramos esclavos del Faraón en Egipto, y el Señor nos sacó de
Egipto con mano fuerte… A nosotros nos sacó de allí para traernos
y darnos la tierra que había prometido a nuestros padres. Y nos
mandó cumplir todos estos mandatos, respetando al Señor, nuestro
Dios, para nuestro bien perpetuo, para que sigamos viviendo como hoy.
Quedamos justificados ante el Señor, nuestro Dios, si ponemos por
obra todos los preceptos que nos ha mandado”. (Dt 6,20-25).
El
pueblo de Israel fue olvidando el hecho original que le dio
identidad. Los profetas se encargaron de recordárselo y cómo tienen
que celebrarlo, anunciando el nacimiento del Mesías para hacerlo
posible. En este contexto, aparece el texto citado de Isaías 11,1-9.
Según
esto, para recuperar el espíritu de Navidad, en primer lugar,
tenemos que conocer y contar la historia original de la presencia del
Hijo de Dios en la tierra en condiciones de pobreza extrema e
indefenso, su promesa y cómo se realizó. El Papa Francisco lo
resume en su última Exhortación, “La alegría del Evangelio”,
con estas palabras:
“La
encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve
con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el
misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del
ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de
José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la
fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los
Magos; en fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su
pueblo exiliado, perseguido y humillado; en la religiosa espera de
Zacarías y en la alegría que acompaña el nacimiento de Juan el
Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el templo, en
la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de
Jesús adolescente” (AL 65). Todo esto se realizó, como decimos en
el Credo, “por nosotros y nuestra salvación”.
Esta
sencilla historia, nos dará la pauta de lo que tenemos que hacer y
cómo para recuperar el verdadero sentido de Navidad. La presencia de
Enmanuel, Dios-con-nosotros, nos afecta a todos por ser nuestro
Redentor, Salvador y Liberador, “nuestro Consejero, Camino y Guía”
(Is 9,5). Su presencia implica un estilo nuevo de vida para quienes
recuerdan el acontecimiento de su nacimiento y se dicen sus
seguidores.
Segundo,
considerar cómo los tres bienes fundamentales que implica la
presencia de Jesús, anunciados por los Profetas y testimoniados por
su presencia histórica, están presentes o ausentes en nosotros y en
nuestra sociedad. En consecuencia, el recuerdo de su nacimiento es
una llamada de atención para no desviarnos de su proyecto y
continuarlo.
a)
Justicia
Una
mirada a nuestra realidad, aunque sólo sea superficial, nos cubre la
cara de vergüenza al ver la in-equidad social, las grandes
injusticias que día a día se cometen a nuestro alrededor y la
indiferencia e insensibilidad ante ellas. Vivimos “anestesiados”,
en expresión del Papa Francisco, y esto nos hace inhumanos.
Sigue
ocurriendo lo que decía el Apóstol San Pablo, “mientras unos se
hartan y se embriagan, otros pasan hambre” (1Cor 11,21). Añadamos
cómo día a día se repiten “situaciones de injusticia
intolerables” (Papa Francisco) que afectan especialmente a las
mujeres y los niños, a los indígenas, a los trabajadores del campo
y trabajadoras domésticas, a quienes se explota inicuamente. Estas
injusticias comienzan en el hogar, entre los padres y entre éstos y
los hijos, de mil formas y maneras. Los asesinatos, la corrupción,
las extorsiones, la explotación de menores, etc., son otras tantas
manifestaciones de que la justicia que el profeta Isaías anunció
con la venida del Mesías, que proclamó María en su visita a su
prima Isabel y Jesús nos enseñó con su testimonio, están muy
lejos de hacerse realidad. La justicia mesiánica, afecta a todas las
dimensiones del ser humano, no sólo las relaciones del Estado con
los ciudadanos, particularmente los pobres, sino también las
relaciones comunitarias y de las personas entre sí.
Por
eso, la presencia de Dios humanado nos invita a abandonarnos
confiadamente a la voluntad de Dios que se hace nuestro compañero de
camino, a ser solidarios y colaborar para que el pobre, los que
sufren y todos los que se encuentran en situación de marginación y
exclusión, por cualquier razón o motivo, recuperen su dignidad y
tengan el lugar que les corresponde en la sociedad y en la Iglesia; a
replantearnos cómo vivimos nuestras relaciones con los que tenemos
alrededor. Decía el Papa Francisco que,
“no
existen relaciones mutuas allí donde algunos mandan y otros se
someten, por miedo o conveniencia. Hay relaciones mutuas donde se
cultiva el diálogo, la escucha respetuosa, la honestidad recíproca,
el encuentro y el conocimiento, la búsqueda compartida de la verdad,
el deseo de fraterna colaboración por el bien de la Iglesia, que es
‘casa de comunión’” (28.10.16)
Hacer
esto realidad implica que en Navidad, antes que pensar en fiestas,
regalos y gastos inútiles, tenemos que recordar a Jesús, que
“se
despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo
semejante a los hombres” (Fil 2,7).
Y
junto con el recuerdo de su persona, reflexionar en su mensaje: ser
humanos y solidarios con quienes la sociedad ha excluido y sustraído
lo que les corresponde, y con las personas con quienes vivimos. Para
hacer esto realidad, primero, debemos comenzar quitando o dejando lo
que impide nuestras buenas relaciones con los otros, (cf. 1Cor
9,24-27). Y, segundo, como no podemos llegar a todos los que viven en
condiciones infrahumanas, mirar a ver en quién y cómo podemos
hacerlo realidad.
Mientras
nos falte un poco de humanismo y sensibilidad ante los que se
encuentran tirados al borde del camino o con quienes convivimos, no
tenemos derecho a celebrar una fecha que nos habla de solidaridad, de
acercamiento al diferente, de inclusión, de ser misericordiosos
porque Dios nos miró con misericordia (cf. MV 15):
“En
otro tiempo también nosotros seguíamos los impulsos de los bajos
deseos, obedecíamos los caprichos y pensamientos de nuestras malas
inclinaciones, y naturalmente estábamos destinados al castigo como
los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos
tuvo, estando muertos por nuestros pecados, con Cristo Jesús, nos
resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos
venideros la extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que
nos trató por medio de Cristo Jesús” (Ef 2,3-7).
b) Paz
Si
falta la justicia, está por demás repetir que no podemos tener paz:
“La paz es fruto de la justicia” (Is 32,17). Supuestamente, la
legislación debería ser el instrumento para conseguirla. Pero las
leyes no son para que prevalezca un estado de derecho con el que
podamos vivir en paz y respeto mutuo, sino un juego para que los más
“hábiles” las tergiversen en favor de personas sin escrúpulos y
delincuentes, a cambio de honorarios escandalosos e injustos. Da la
impresión de que el papel de los abogados, particularmente del ramo
jurídico y penal, es ocultar la verdad y hacer que prevalezca la
mentira. La paz no es imposición o dominio, físico, psicológico,
intelectual o de autoridad, de los más fuertes sobre los más
débiles, de los investidos de autoridad sobre los que no la tienen,
sino bienestar y felicidad para todos en el sentido más amplio de la
palabra, equilibrio y estabilidad. Por eso dice el Papa Francisco
que:
“sería
una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una
organización social que silencia o tranquilice a los más pobres, de
manera que aquellos que gozan de mayores beneficios puedan sostener
su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como
pueden” (EG 218).
La
noche en que Dios se hizo presente en la tierra,
“una
multitud de seres celestiales aparecieron en torno al ángel, y
cantaban: ‘Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra
paz a los hombres amados por él’” (Lc 2,13-14).
Esa
paz, actualmente, es un espejismo. Es una palabra vacía y sin
contenido, acuosa y resbaladiza, que no dice nada, en una sociedad
donde se confunde tener autoridad con tener razón, donde la pobreza
atenaza al 85% de las personas y el 55% de los niños están
desnutridos, además de lo indicado anteriormente. Es cierto que hay
cierta estabilidad, más aparente que real, pero no es fruto de la
justicia sino del miedo, represión e indiferencia que nos
caracterizan.
Navidad
es una buena ocasión para contraponer los planes de Dios y su pobre
realización humana, con las palabras de Jesús:
“Dichosos
los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt
5,9).
c)
Armonía con la creación.
Por
último, recuperar el espíritu de Navidad significa colaborar en el
cuidado y armonía de la creación, como aparece en las profecías
mesiánicas y ocurrió en la noche de Navidad. Hemos llegado al
límite en que lo que gastamos y consumimos sobrepasa lo que la
naturaleza puede reponer. Esto quiere decir que inevitablemente
estamos cavando nuestra propia fosa. Si no reaccionamos va a llegar
un momento, más antes que después, en que la naturaleza va a cerrar
sus puertas a los humanos no porque quiera guardarse sus tesoros sino
porque se han agotado. Es necesario un cambio efectivo de mentalidad
para tomar decisiones urgentes, tanto a nivel personal como social,
para disuadir el estilo de vida que nos caracteriza y fomentar otro
nuevo, más sobrio y racional, que beneficie a las nuevas y futuras
generaciones. Decía Benedicto XVI: “La naturaleza, especialmente
en nuestra época, está tan integrada en la dinámica social y
cultural, que prácticamente ya no constituye una variable
independiente” (CV 51).
En
este tiempo, más que en el resto del año, maltratamos a la
naturaleza con la tala de árboles que necesitamos para respirar y
que brote el agua, la contaminamos y destruimos, unas veces por
avaricia y otras por capricho, por no ser un poco más sensibles con
los demás. No recordamos que la naturaleza es “nuestra madre” y
nos atrevemos a desconocerla y hacerla positivamente daño.
Jesús
fue anunciado como el que traería armonía entre la naturaleza y las
personas. En su nacimiento, se unieron el cielo y la tierra para dar
a conocer su presencia y como señal de que el hombre tiene que vivir
siempre en armonía con la creación.
No
hay duda de que recuperar el espíritu de Navidad y vivirla con un
mínimo de sentido cristiano y humano, es una invitación a cuidar
nuestra “casa común”, buscando la unidad del ser humano con la
naturaleza que nos permita escuchar a Dios y acercarnos a los demás.
Nos iría mejor y haríamos posible la felicidad que tanto nos
deseamos estos días y que actualmente significa muy poco o nada,
porque estas fechas más que traer felicidad, nos dejan amargura,
vacío y problemas personales, familiares, sociales y ecológicos.
Conclusión
Con
Jesús comienza el tiempo del “espíritu”, como afirman los
profetas. Sin un poco de espíritu evangélico va a ser difícil que
Navidad signifique algo y que podamos recuperar su espíritu y
sentido original. Esto significa atrevernos a celebrar estos días al
margen de lo que la sociedad nos propone y los halagos que ofrece. No
es fácil hacerlo, pero tampoco imposible. No permitamos que una
sociedad a-religiosa, indiferente a los pobres, al dolor y
sufrimiento de los demás, secuestre Navidad.
Está
muy extendida la tradición de reunirse las familias para cenar
juntos el día 24 de diciembre, encender una candela como señal de
la presencia de Dios entre nosotros, esperar las 12 de la noche para
darse un abrazo e incluso pasar una imagen del Niño Jesús y darle
un beso. ¡Qué bonito! Si todo quedara aquí y se continuara
compartiendo en familia el relato del nacimiento de Jesús y lo que
esto significa, sería señal de que deseamos recuperar Navidad. Pero
resulta que, en la mayor parte de los casos, a estas buenas
tradiciones siguen costumbres profanas con las cuales se amanece. De
esta forma volvemos a caer en lo que tanto criticó Jesús:
“Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí;
el culto que me dan es inútil, ya que la doctrina que enseñan son
preceptos humanos. Ustedes descuidan el mandato de Dios y mantienen
la tradición de los hombres” (Mc 7, 7-7).
Con
Jesús, Dios humanado, comienza la época del Espíritu. Merece la
pena que los cristianos lo tengamos en cuenta, salgamos de nuestros
cálculos humanos y nos aventuremos a caminar por los senderos del
Evangelio para recuperar el espíritu de Navidad.
Navidad…
Palabra
mágica,
evocadora
de promesas y utopías
Que
anidan en el corazón humano.
Tiempo
de recordar
al
Mesías, a Enmanuel, a Jesús.
Tres
nombres para expresar
una
misma verdad:
la
humanización de Dios.
Dios
se hace hombre
para
que vivamos en justicia,
en
paz y en armonía con la creación.
Justicia
es sinónimo de santidad;
paz,
sentirnos bien con Dios,
con
nosotros mismos y con los demás;
armonía
con la naturaleza,
identificarnos
con la totalidad.
¡“Feliz
Navidad” a todos aquellos
que
aspiran y luchan
para
que estos bienes
florezcan
en nuestra sociedad!
Mientras
amanece este día,
marginados,
pobres y excluidos,
el
dolor de los que sufren,
y
el grito de la naturaleza
sean
nuestra compañía.
Compartir
y aliviar carencias y sufrimientos,
bondad,
ternura y acogida,
son
signo de esperanza,
Espíritu
de Navidad y Profecía.
¡Felices
los que en este tiempo se ilusionan,
por
hacer posible y actual, como Jesús,
que
la Profecía se haga realidad!
¡Feliz
Navidad!
Noviembre
1, 2016