Navidad:
una estrella entre millones de galaxias
"Pascua
significa paso"
Mucho
más impresionante que la cantidad de estrellas del cosmos es Jesús,
inerme, rezongando en los brazos de una mujer pobre.
Dice
el relato evangélico que llegaron al pesebre unos reyes, ¿unos
magos?, de Oriente siguiendo una estrella. ¿Astrólogos?
¿Sabios? Dice San Mateo que hicieron una genuflexión ante el niño
en pañales.
Le
pregunto a un matrimonio de astrónomos amigo cuántas son las
galaxias. Cien mil millones, me responden. En mi calculadora no
caben: 100.000.000.000. Talvez son 200.000.000.000, nadie sabe. Estas
son más o menos las galaxias calculadas. Pueden ser todavía muchas
más. ¡Quedo estupefacto! Una cifra así me aniquila.
La
astrónoma agrega: “Y en cada galaxia, unas 100.000.000.000 de
estrellas”. ¡Qué importancia puede tener entonces la estrella
que siguieron los reyes magos! Aparentemente nada, casi nada,
pero no nada. La estrella de Mateo, para las demás estrellas, pensé,
pudiera tener un valor infinito. El dato científico es
estremecedor. Pero el dato teológico es todavía más increíble.
Debiera serlo para los que creen lo mismo que creyeron los magos.
Pero también debiera producir estupor, aunque sea como pretensión
de grandeza, a quienes no tienen fe. Creyentes y no creyentes tendrán
que reconocer que nadie medianamente honesto puede declarar que posee
el sentido del universo. Este es un misterio. A todos se les da la
posibilidad de adentrarse en él, pero ninguno puede invocar un
título de dominio sobre el secreto de las galaxias y las estrellas.
Los
cristianos, con todo, creen tener algunos materiales con que
construir una hipótesis hermosa sobre la razón de ser del universo
porque esta hipótesis ha sido experimentada, y probada, como un
motivo de fraternidad cósmica. ¿Es necesario buscarle al cosmos un
“secreto”? Sí, lo es. Pero quien lo encuentre debe someterlo al
escrutinio de quienes piensan que el universo no tiene sentido
alguno. Motivos de frustración y de desesperanza no falta, ¡sobran!
Pero la experiencia de amor a los pobres e insignificantes comprueba
que la hipótesis cristiana no es descabellada, aunque sea
vulnerable, ya que cualquiera la desbarata. Los atropelladores no
pierden el tiempo en nimiedades.
Mucho
más impresionante que la cantidad de estrellas del cosmos es Jesús,
inerme, rezongando en los brazos de una mujer pobre.
¿Estarán
de acuerdo conmigo mis amigos astrónomos? No sé. Los agnósticos
con todo derecho pueden decir que no creen en esta desmesura. A los
cristianos, en cambio, la estrella de Belén los localiza en la
existencia cada Navidad y los orienta el resto del año.
Jesús,
para los cristianos, es la expresión humana del Creador del
universo, es Dios que se da a escala humana; y, al mismo tiempo,
es la medida en que un ser humano puede agradecer al Creador por la
existencia. ¿Es algo así visible? ¿Experimentable? ¿Comprobable?
Esta es la apuesta. Es la hipótesis que año a año los cristianos
se comprometen a demostrar cuando arman el pesebre. Jesús es para
ellos, a su medida, el secreto del universo; secreto de un cosmos que
ellos llaman “creación”, porque creen que Dios ama el universo y
que ellos, como simples seres humanos, pueden amarlo también.
Pascua
significa paso. En Navidad los cristianos celebran el paso de Dios
a la humanidad no solo a una escala adecuada a las posibilidades de
comprensión de su secreto, sino también como revelación de este
secreto a los pequeños. Los humildes lo descubren. Para los
todopoderosos, este es un don irrisorio. Para los insignificantes, lo
es todo. El secreto del universo es el amor por la totalidad de la
realidad que se revela a los desposeídos. La Iglesia cree que Jesús
en toda su humildad, en pañales en un canasto, desnudo en una cruz,
es la razón de ser del cielo y la tierra.