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8 de enero de 2017

Una estrella entre millones de galaxias

Navidad: una estrella entre millones de galaxias

"Pascua significa paso"
Mucho más impresionante que la cantidad de estrellas del cosmos es Jesús, inerme, rezongando en los brazos de una mujer pobre.

Dice el relato evangélico que llegaron al pesebre unos reyes, ¿unos magos?, de Oriente siguiendo una estrella. ¿Astrólogos? ¿Sabios? Dice San Mateo que hicieron una genuflexión ante el niño en pañales.

Le pregunto a un matrimonio de astrónomos amigo cuántas son las galaxias. Cien mil millones, me responden. En mi calculadora no caben: 100.000.000.000. Talvez son 200.000.000.000, nadie sabe. Estas son más o menos las galaxias calculadas. Pueden ser todavía muchas más. ¡Quedo estupefacto! Una cifra así me aniquila.

La astrónoma agrega: “Y en cada galaxia, unas 100.000.000.000 de estrellas”. ¡Qué importancia puede tener entonces la estrella que siguieron los reyes magos! Aparentemente nada, casi nada, pero no nada. La estrella de Mateo, para las demás estrellas, pensé, pudiera tener un valor infinito. El dato científico es estremecedor. Pero el dato teológico es todavía más increíble. Debiera serlo para los que creen lo mismo que creyeron los magos. Pero también debiera producir estupor, aunque sea como pretensión de grandeza, a quienes no tienen fe. Creyentes y no creyentes tendrán que reconocer que nadie medianamente honesto puede declarar que posee el sentido del universo. Este es un misterio. A todos se les da la posibilidad de adentrarse en él, pero ninguno puede invocar un título de dominio sobre el secreto de las galaxias y las estrellas.


Los cristianos, con todo, creen tener algunos materiales con que construir una hipótesis hermosa sobre la razón de ser del universo porque esta hipótesis ha sido experimentada, y probada, como un motivo de fraternidad cósmica. ¿Es necesario buscarle al cosmos un “secreto”? Sí, lo es. Pero quien lo encuentre debe someterlo al escrutinio de quienes piensan que el universo no tiene sentido alguno. Motivos de frustración y de desesperanza no falta, ¡sobran! Pero la experiencia de amor a los pobres e insignificantes comprueba que la hipótesis cristiana no es descabellada, aunque sea vulnerable, ya que cualquiera la desbarata. Los atropelladores no pierden el tiempo en nimiedades.

Mucho más impresionante que la cantidad de estrellas del cosmos es Jesús, inerme, rezongando en los brazos de una mujer pobre.

¿Estarán de acuerdo conmigo mis amigos astrónomos? No sé. Los agnósticos con todo derecho pueden decir que no creen en esta desmesura. A los cristianos, en cambio, la estrella de Belén los localiza en la existencia cada Navidad y los orienta el resto del año.

Jesús, para los cristianos, es la expresión humana del Creador del universo, es Dios que se da a escala humana; y, al mismo tiempo, es la medida en que un ser humano puede agradecer al Creador por la existencia. ¿Es algo así visible? ¿Experimentable? ¿Comprobable? Esta es la apuesta. Es la hipótesis que año a año los cristianos se comprometen a demostrar cuando arman el pesebre. Jesús es para ellos, a su medida, el secreto del universo; secreto de un cosmos que ellos llaman “creación”, porque creen que Dios ama el universo y que ellos, como simples seres humanos, pueden amarlo también.


Pascua significa paso. En Navidad los cristianos celebran el paso de Dios a la humanidad no solo a una escala adecuada a las posibilidades de comprensión de su secreto, sino también como revelación de este secreto a los pequeños. Los humildes lo descubren. Para los todopoderosos, este es un don irrisorio. Para los insignificantes, lo es todo. El secreto del universo es el amor por la totalidad de la realidad que se revela a los desposeídos. La Iglesia cree que Jesús en toda su humildad, en pañales en un canasto, desnudo en una cruz, es la razón de ser del cielo y la tierra.