Hacia
un diálogo interreligioso juvenil para la transformación social
Edwin
Roberto Mendoza Hipp
2.3)
Cultura y diálogo interreligioso
El
simple hecho de entablar un diálogo con otra persona es ya de por sí
un acto que devela la cultura a la que se pertenece. Sin embargo,
esta cuestión se torna aún más compleja cuando se le añade el
elemento religioso, debido a que en ella confluyen también una serie
de factores sociales, económicos y psicológicos. Es por ello que
hablar de diálogo interreligioso es hacer referencia a una realidad
que interpela directamente a la cultura de cada creyente y de cada
comunidad religiosa.
En
este sentido, la teóloga dominicana Geraldina Céspedes refuerza
esta idea declarando que las culturas han sido el seno desde donde
se han gestado las religiones, convirtiéndose estas últimas en
expresiones y símbolos vivos de cada cultura. Así mismo, ha hecho
eco en repetidas ocasiones e la concepción de Paul Tillich y
Clifford Geertz acerca de la estrecha vinculación que existe entre
religión y cultura. Céspedes resume ambos planteamientos de manera
muy clara, afirmando que para Tillich ―la religión es la
substancia de la cultura y la cultura es la expresión de la
religión, [mientras que] para Geertz las religiones son sistemas
simbólicos muy relacionados con lacultura. Tomando en cuenta las
implicaciones religiosas y teológicas de estas dos afirmaciones,
Céspedes se ha unido al reciente grupo de autores que apuestan
también por una teología intercultural .
Dentro
de esta lógica que concibe a la religión y a la cultura como
elementos inseparables, la teóloga dominicana sostiene que todo
diálogo intercultural debe pasar también por un diálogo
interreligioso, y lo mismo podría plantearse también a la inversa,
ya que todo diálogo interreligioso que quiera ser realmente
auténtico, debe atravesar inexorablemente por un diálogo
intercultural. Esto significa que el diálogo interreligioso es a su
vez un diálogo ―transrreligional, es decir, que va más allá del
credo y de la religión para encarnarse en el corazón de cada
civilización y enriquecerse de la sabiduría y de los valores
espirituales de cada cultura.
2.4)
El poder transformador del diálogo interreligioso
Por
otra parte, hay que reconocer que el diálogo interreligioso no
solamente se basa en el
aprendizaje
mutuo y la comprensión recíproca entre creyentes. Para el teólogo
y filósofo español Francisco Javier de la Torre, el diálogo va
mucho más allá de esa dimensión cognitiva, pues constituye una
realidad integral entre theoria y praxis. En palabras del autor, el
diálogo ―no es sólo percepción e interpretación de lo que
somos sino creación, integración y ampliación de los límites de
nuestro yo y del mundo desde el otro que nos trasciende‖130. Así
pues, el diálogo interreligioso no se convierte en un fin en sí
mismo, sino en un medio a través del cual las religiones aprenden
unas de otras para asumir conjuntamente la responsabilidad de
contribuir a la transformación de la sociedad, lo cual –como dice
De la Torre– ―conduce inevitablemente al mundo de la ética y de
la política. Estas latitudes por donde se mueve el diálogo,
constituyen inminentemente una imbricación de la misma realidad.
Y
si esto es así, entonces el diálogo interreligioso ya no debería
ser por tanto, una labor opcional, sino más bien una tarea
obligatoria e impostergable en el quehacer de cada religión, puesto
que cumple con la función de coadyuvar en la misión de las
religiones de ser instrumentos de transformación integral.
Generalmente,
las expresiones y manifestaciones del diálogo entre creyentes tienen
el objetivo de lograr un cambio positivo entre sus interlocutores.
Por esa razón, el teólogo Alan Race coincide en que todo diálogo
interreligioso es un camino de comprensión y entendimiento mutuo que
lleva a la transformación de la persona. No obstante, este proceso
de crecimiento espiritual del creyente no solamente debe entenderse
únicamente desde la dimensión individual, sino también desde una
visión colectiva que busca la transformación de su comunidad y de
toda la sociedad.
Sin
embargo, hablar de transformación puede dar lugar a muchas
interpretaciones. Por tal
motivo,
es importante aclarar sobre qué tipo de transformación se refiere
este estudio con relación al diálogo interreligioso. Para responder
a esta interrogante, basta simplemente con mirar a la fragmentada
realidad para darse cuenta que la transformación más urgente reside
entre aquellos grupos sociales donde la dignidad y los derechos más
básicos son cruelmente violentados, ya sea por una guerra o por una
política económica injusta que obliga a vivir a miles de personas
en la miseria. Y es precisamente dentro esta resquebrajada realidad
donde las religiones han ido tomando una conciencia cada vez más
clara no sólo del enorme potencial, sino también de la
responsabilidad compartida que ellas poseen para construir un mejor
mundo a través de la transmisión de sus riquezas espirituales y de
la práctica sus valores.
En
medio de este contexto histórico macado por el sufrimiento humano y
por las crisis sociales, hoy más que nunca, los creyentes deben
estar conscientes que la tarea interreligiosa más acuciante de esta
era, no consiste solamente en organizar diálogos oficiales y
protocolarios, sino en encarnarse en los problemas más urgentes de
la sociedad, para asumir juntos la responsabilidad de conducir a la
humanidad hacia el ideal de bienestar y justicia. Aunque tampoco se
niega la importancia y el valor que tiene el diálogo entre
representantes oficiales, hay que reconocer que si el diálogo
interreligioso quiere ser verdaderamente una propuesta real para
luchar en contra de los males de este mundo, entonces este debe
evolucionar prioritariamente hacia el ámbito popular y local, más
que a un diálogo de cúpulas y gerifaltes. Esto significa que el
ejercicio del diálogo interconfesional debe tener los pies bien
puestos en la tierra, para poder cimentar el camino hacia una
humanidad más pacífica, justa y solidaria.