Doña
Marisa respondió al odio donando sus órganos.
Doña
Marisa Leticia, esposa del expresidente Lula, murió en un contexto
político perturbado. En palabras del propio Lula, “ella murió
triste” y también traumatizada.
Se
dice que todas las instituciones funcionan, pero no se califica su
funcionamiento. Funcionan mal. En otras palabras, no funcionan. Si
tomamos como referencia la más alta corte de la nación, el Supremo
Tribunal Federal (STF), ahí queda claro que las instituciones están
corrompidas, incluyendo la Policía Federal (PF) y el Ministerio
Público (MP). Especialmente el STF está atravesado por intereses
políticos y uno de sus ministros, de forma descarada, rompe
directamente la ética de todo magistrado, criticando al hablar,
atacando fuera de los autos y tomando claramente posición por un
partido; nada sucede en nuestro vale todo jurídico, cuando debería
sentir el rigor de la ley y sufrir la destitución. Esta situación
es una señal inequívoca de que estamos en una decadencia política,
ética e institucional. Brasil va de mal en peor pues todos los días
los asuntos sociales y políticos se deterioran. Y eso que había
senadores y diputados de pocas luces que propalaban que con el
derrumbe del PT Brasil entraría en una nueva primavera de progreso.
Lo
más grave a nuestro parecer es que se ha que instaurado un real
estado de sitio judicial. La operación Lava-Jato mostró jueces
justicieros que usan el derecho como instrumento de persecución, en
el caso del PT y directamente del ex-presidente Lula. La Policía
Federal, muy al estilo de la SS nazi, entró dentro de la casa de la
familia Lula, revisaron cada rincón, voltearon el colchón,
esculcaron el tocador de doña Marisa, revolvieron la nevera,
cargaron lo que pudieron y llevaron coercitivamente, esta es la
expresión correcta, al ex presidente Lula para interrogarle en una
delegación del aeropuerto.
Tal
acto de violencia física y simbólica traumatizó a la ex-primera
dama. Mayor fue el trauma cuando fue imputada como criminal en la
operación Lava Jato junto con su marido. Eso la llenó de miedo y
alteró su estado de salud.
Como
si no bastase lo que escribió valerosamente la periodista Hildegard
Ángel en su blog de internet: «los ocho años de bombardeo intenso,
tiroteo de burlas, ofensas de todo tipo, ridiculizaciones,
referencias mordaces, críticas crueles, muchas calumnias. Y sin el
consuelo de las contrapartidas». Hago mías estas palabras de
Hildegard Ángel, pues representan lo que puedo testimoniar en más
de 30 años de amistad entrañable con doña Marisa y Lula: «Fue
compañera, fue amiga y leal al marido todo el tiempo. Fue amable y
cordial con todos los que se acercaron a ella. No hay un solo relato
de episodio de arrogancia o desprecio hecho por ella a alguien como
primera-dama del país. El ama de casa que cuida el jardín, planta
la huerta, se preocupa de la dieta del marido y protege a la familia,
formó con Lula un verdadero matrimonio».
La
critican porque como primera dama no asumió funciones públicas.
Pero pocos saben que fue ella quien restituyó la forma original del
palacio de Planalto, rescatando los muebles y tapetes que habían
sido donados a ministros y a otros departamentos. Tenía un elevado
sentido estético. Fue fundamental en la reforma de la Catedral, que
acompañó paso a paso.
Finalmente,
fue ella quien introdujo en la Residencia Oficial de la Granja del
Torto las fiestas de la cultura popular, la celebración de sus
santos de devoción, que lo son de la mayoría del pueblo brasilero,
san Antonio y san Juan. Allí organizó el carnaval al estilo del
pueblo, con las banderitas y la cucaña. Escándalo para la burguesía
despegada de nuestras raíces y avergonzada de nuestras tradiciones.
Sufrió
un AVC que fue fatal. La visité en la UTI, le dije al oído (dicen
que incluso en coma el oído todavía funciona) palabras de confianza
y de entrega a Dios Padre y Madre en quien ella creía con fe
profunda. Dios la estaba esperando para entrar en su seno materno y
paterno para ser eternamente feliz. Abracé al ex-presidente que no
escondía las lágrimas. Cuando se constató la muerte cerebral, el
corazón todavía latía. Él dijo unas palabras muy ciertas: “Su
corazón late porque nuestro amor es más fuerte que la muerte”.
Junto
a tanto dolor, se vieron en internet palabras de odio y de
maledicencia. Felices porque moría y merecía morir de aquella
manera. Ahí me di cuenta de que no solo tenemos pedófilos sino
también necrófilos, aquellos que aman y celebran la muerte de los
otros. Es pertinente la frase atribuida al Papa Francisco: «Cuando
celebras muerte de alguien, el primero que murió eres tú mismo».
Ante
la muerte, el momento último para cada ser humano, pues va a
encontrarse con la Suprema Realidad que es Dios, debemos callar
reverentes. O decimos palabras de consuelo y solidaridad o mejor
callamos respetuosamente. ¿Cómo podemos ser crueles y sin piedad
ante la muerte dolorosa de una persona conocida como extremamente
bondadosa, arraigada en los más pobres, luchadora por los derechos
de los trabajadores y de las mujeres y con gran amor a Brasil? Al
odio ella respondió generosamente donando sus órganos para que
otros puedan vivir. Lamentablemente, el golpe perpetrado contra el
pueblo impuso una agenda radical, que según el periodista Elio
Gaspari «es una gran máscara, detrás de la cual se esconden los
viejos y buenos oligarcas» (O Globo 5/02/17 p.8). Esos odian a los
pobres como odian al PT y a Lula y odiaron a doña Marisa Leticia.
Pero
la verdad y la justicia poseen una fuerza intrínseca. Ellas
arrancarán las máscaras de los pérfidos. La luz brillará.
Mientras tanto, contemplaremos una estrella en el cielo de la
política brasilera: Doña Marisa Leticia Lula da Silva.