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22 de febrero de 2017

Doña Marisa

Doña Marisa respondió al odio donando sus órganos.


Doña Marisa Leticia, esposa del expresidente Lula, murió en un contexto político perturbado. En palabras del propio Lula, “ella murió triste” y también traumatizada.

Se dice que todas las instituciones funcionan, pero no se califica su funcionamiento. Funcionan mal. En otras palabras, no funcionan. Si tomamos como referencia la más alta corte de la nación, el Supremo Tribunal Federal (STF), ahí queda claro que las instituciones están corrompidas, incluyendo la Policía Federal (PF) y el Ministerio Público (MP). Especialmente el STF está atravesado por intereses políticos y uno de sus ministros, de forma descarada, rompe directamente la ética de todo magistrado, criticando al hablar, atacando fuera de los autos y tomando claramente posición por un partido; nada sucede en nuestro vale todo jurídico, cuando debería sentir el rigor de la ley y sufrir la destitución. Esta situación es una señal inequívoca de que estamos en una decadencia política, ética e institucional. Brasil va de mal en peor pues todos los días los asuntos sociales y políticos se deterioran. Y eso que había senadores y diputados de pocas luces que propalaban que con el derrumbe del PT Brasil entraría en una nueva primavera de progreso.


Lo más grave a nuestro parecer es que se ha que instaurado un real estado de sitio judicial. La operación Lava-Jato mostró jueces justicieros que usan el derecho como instrumento de persecución, en el caso del PT y directamente del ex-presidente Lula. La Policía Federal, muy al estilo de la SS nazi, entró dentro de la casa de la familia Lula, revisaron cada rincón, voltearon el colchón, esculcaron el tocador de doña Marisa, revolvieron la nevera, cargaron lo que pudieron y llevaron coercitivamente, esta es la expresión correcta, al ex presidente Lula para interrogarle en una delegación del aeropuerto.

Tal acto de violencia física y simbólica traumatizó a la ex-primera dama. Mayor fue el trauma cuando fue imputada como criminal en la operación Lava Jato junto con su marido. Eso la llenó de miedo y alteró su estado de salud.

Como si no bastase lo que escribió valerosamente la periodista Hildegard Ángel en su blog de internet: «los ocho años de bombardeo intenso, tiroteo de burlas, ofensas de todo tipo, ridiculizaciones, referencias mordaces, críticas crueles, muchas calumnias. Y sin el consuelo de las contrapartidas». Hago mías estas palabras de Hildegard Ángel, pues representan lo que puedo testimoniar en más de 30 años de amistad entrañable con doña Marisa y Lula: «Fue compañera, fue amiga y leal al marido todo el tiempo. Fue amable y cordial con todos los que se acercaron a ella. No hay un solo relato de episodio de arrogancia o desprecio hecho por ella a alguien como primera-dama del país. El ama de casa que cuida el jardín, planta la huerta, se preocupa de la dieta del marido y protege a la familia, formó con Lula un verdadero matrimonio».

La critican porque como primera dama no asumió funciones públicas. Pero pocos saben que fue ella quien restituyó la forma original del palacio de Planalto, rescatando los muebles y tapetes que habían sido donados a ministros y a otros departamentos. Tenía un elevado sentido estético. Fue fundamental en la reforma de la Catedral, que acompañó paso a paso.

Finalmente, fue ella quien introdujo en la Residencia Oficial de la Granja del Torto las fiestas de la cultura popular, la celebración de sus santos de devoción, que lo son de la mayoría del pueblo brasilero, san Antonio y san Juan. Allí organizó el carnaval al estilo del pueblo, con las banderitas y la cucaña. Escándalo para la burguesía despegada de nuestras raíces y avergonzada de nuestras tradiciones.

Sufrió un AVC que fue fatal. La visité en la UTI, le dije al oído (dicen que incluso en coma el oído todavía funciona) palabras de confianza y de entrega a Dios Padre y Madre en quien ella creía con fe profunda. Dios la estaba esperando para entrar en su seno materno y paterno para ser eternamente feliz. Abracé al ex-presidente que no escondía las lágrimas. Cuando se constató la muerte cerebral, el corazón todavía latía. Él dijo unas palabras muy ciertas: “Su corazón late porque nuestro amor es más fuerte que la muerte”.


Junto a tanto dolor, se vieron en internet palabras de odio y de maledicencia. Felices porque moría y merecía morir de aquella manera. Ahí me di cuenta de que no solo tenemos pedófilos sino también necrófilos, aquellos que aman y celebran la muerte de los otros. Es pertinente la frase atribuida al Papa Francisco: «Cuando celebras muerte de alguien, el primero que murió eres tú mismo».

Ante la muerte, el momento último para cada ser humano, pues va a encontrarse con la Suprema Realidad que es Dios, debemos callar reverentes. O decimos palabras de consuelo y solidaridad o mejor callamos respetuosamente. ¿Cómo podemos ser crueles y sin piedad ante la muerte dolorosa de una persona conocida como extremamente bondadosa, arraigada en los más pobres, luchadora por los derechos de los trabajadores y de las mujeres y con gran amor a Brasil? Al odio ella respondió generosamente donando sus órganos para que otros puedan vivir. Lamentablemente, el golpe perpetrado contra el pueblo impuso una agenda radical, que según el periodista Elio Gaspari «es una gran máscara, detrás de la cual se esconden los viejos y buenos oligarcas» (O Globo 5/02/17 p.8). Esos odian a los pobres como odian al PT y a Lula y odiaron a doña Marisa Leticia.

Pero la verdad y la justicia poseen una fuerza intrínseca. Ellas arrancarán las máscaras de los pérfidos. La luz brillará. Mientras tanto, contemplaremos una estrella en el cielo de la política brasilera: Doña Marisa Leticia Lula da Silva.