Miren
esa herida
Miren
despacio esa herida.
Es
la piel de nuestras patrias desgarradas
por
las uñas de metal
que
arrancaron nuestros bosques centenarios
y
se hundieron en el lodo de las milpas y los huertos
con
el ansia de buscar ese alimento
que
no sacia los estómagos del pobre,
aunque
engorde las barrigas de los bancos.
¡Ignorantes
campesinos!. No se enteran
que
es posible hacer tortillas nutritivas
con
el oro que se esconde allí debajo
y
saciar la sed con traguitos de cianuro
que
da al agua(se supone) un sabor a coca cola
con
aromas a ciprés de cementerio.
Los
que abrieron con sus uñas de metal,
importadas
desde el norte,
no
tuvieron tiempo suficiente
de
explicar a los nativos las ventajas de ese pozo,
y
tampoco de escuchar lo que pensaban
quienes
vieron acercarse maquinaria rodeando sus aldeas.
Solamente
consiguieron sobornar a los caciques
ofreciendo
casa, escuelas y hospitales,
que
después, claro, se quedaron en oferta.
Pero
allí queda la herida, a cielo abierto
y
los pueblos golpeando el portón del ministerio.
Golpeando
no muy fuerte
no
les fueran a acusar de subversivos
y
saliera del cañón de una pistola alguna bala
que
callase alguna de sus voces de protesta.
Allí
queda, pues, arriba el cielo abierto del espanto
Y
debajo el abismo donde arrancan el tesoro
que
piratas sin conciencia llevarán a sus países
en
el norte, regalando, de recuerdo,
algunos
dólares…,
no
al nativo que ha sufrido los despojos,
sino
al pobre diputado,
al
ministro complaciente
que,
mientras escarban en su patria esas uñas de metal
Miran
ellos, distraídos, a otro lado.