Hacia
un diálogo interreligioso juvenil para la transformación social
Edwin
Roberto Mendoza Hipp
3.1.2)
Jóvenes: una esperanza para el cambio
Ante
un mundo sumido en medio de tantas crisis sociales, muchos tienden
referirse a las
nuevas
generaciones con nombres o frases despectivas como: ―la juventud
está perdida, ―rebeldes sin causa, ―la generación ni-ni (ni
estudia - ni trabaja), ―jóvenes irrespetuosos, ―la cultura de la
decadencia, entre muchos otros. Pero, ¿qué generación no ha sido
tachada de irrespetuosa y rebelde a lo largo de la historia? De
hecho, ya desde tiempos muy antiguos los filósofos griegos
experimentaban un sentimiento similar:
Eso
y otras pequeñeces por el estilo -dije-: allí el maestro teme a sus
discípulos y les adula; los alumnos menosprecian a sus maestros y
del mismo modo a sus ayos; y, en general, los jóvenes se equiparan a
los mayores.
Pese
a que la juventud ha sido generalmente estigmatizada hay quienes no
ven a los jóvenes con tanta desilusión. Sebastián Fuster es uno
de ellos, llegando a afirmar con gran vehemencia que no todos los
jóvenes ―son unos drogadictos, ni unos noctámbulos de discoteca,
ni unos vagos redomados, ni unos suicidas de la velocidad. Personas
como Fuster que no se conforman con una visión tan pesimista de los
jóvenes, perciben en ellos un increíble potencial y un dinamismo
único capaz de impulsar grandes transformaciones en beneficio de la
sociedad. Y aunque tampoco se trata de romantizar la figura del
joven, ni mucho menos de ocultar su realidad negativa, es importante
reconocer que aún con sus sombras y desaciertos, los jóvenes poseen
la capacidad de volcar sus energías hacia acciones positivas para la
construcción de una mejor humanidad.
Sin
embargo, por muy apasionante e inspiradora que parezca esta
convicción, ésta supone
también
un gran desafío. Entablar un diálogo con las diferentes culturas
juveniles no es algo sencillo. Cada cultura juvenil será siempre
un mundo lleno de enigmas impredecibles y problemáticas complejas.
Aun así, hay muchos hombres y mujeres que se animan a soñar (aún
contra todo pronóstico) con una juventud apasionada por grandes
ideales y comprometida en la lucha por la transformación social.
De
ahí que ha surgido una tendencia entre académicos latinoamericanos
que ha venido
ahondando
en las culturas juveniles desde una óptica constructivista. Este
nuevo movimiento ―reconoce el papel activo de los jóvenes en su
capacidad‖ para transformar la sociedad, de tal manera que no los
conciben simplemente como grupos rebeldes y apáticos, sino como
sujetos de discurso y verdaderos agentes sociales. Y aunque también
últimamente se ha vuelto un cliché decir que los jóvenes son
promotores y agentes de cambio, no cabe duda que detrás de estos
populares apelativos subyace la fuerte convicción de que los
jóvenes son individuos activos que juegan un rol crucial para la
edificación de un mundo más humano.
Todas
estas reflexiones sociológicas deben ser tomadas muy en cuenta por
las religiones y por aquellos involucrados en iniciativas
interreligiosas, pues pueden arrojar algunas luces sobre hacia dónde
debería orientarse el diálogo interconfesional de acuerdo a los
constantes cambios socioculturales. De conformidad con este
razonamiento, hoy más que nunca, las religiones deben empezar a
reemplazar una mentalidad negativa que concibe a los jóvenes como
individuos pasivos, por una mucho más positiva que los defina desde
el pozo de sus potencialidades, valorándolos como verdaderos
sujetos activos y con un papel positivo dentro de la sociedad.