Hacia un diálogo interreligioso juvenil
para la transformación
social
Edwin Roberto Mendoza Hipp
3.3.4)
Pautas para la acción interreligiosa con los jóvenes del Área Metropolitana
Con los
elementos expuestos anteriormente, queda todavía un sinfín de lecciones por
escudriñar para avanzar hacia un auténtico diálogo interreligioso juvenil en
Guatemala. Por ese motivo, es importante recordar que lo primero será partir de
la realidad, pues el diálogo solamente se
da entre personas concretas con nombres y apellidos. En ese sentido, cualquier
tipo de iniciativa interreligiosa debe
tener los pies puestos en la tierra, asumiendo como presupuesto general el
hecho de que los jóvenes en Guatemala
son herederos de un país de una riqueza étnica y cultural invaluable, pero
rodeado a la vez por enormes desigualdades sociales.
Por otra parte, hay
que tener presente que las nuevas generaciones juveniles están siendo víctimas
constantes de un proceso de insensibilización
humana, producto de la cultura de muerte y de la violencia. Además de ello, las
deplorables condiciones de pobreza en las que viven millones de guatemaltecos
son un factor que agrava aún más la
situación.
Sin
embargo, en medio de esta fragmentada realidad aparecen más luces que sombras,
pues a pesar de lo desalentador que
pueda vislumbrarse el futuro para Guatemala, muchos jóvenes están empezando a
tomar una conciencia más clara de que ellos son sujetos activos y figuras
claves dentro de la sociedad para ayudar
a construir una Guatemala diferente. El fruto de este empoderamiento ha provocado el surgimiento de
una gran cantidad de líderes juveniles que han
venido esforzándose por promover iniciativas sociales desde diversos
campos como la educación, la política, los medios de comunicación o la religión.
En este último ámbito, cabe destacar el trabajo de muchos jóvenes creyentes del
Área Metropolitana, quienes han hecho uso de las plataformas religiosas para
impulsar iniciativas de impacto social tales como:
Acompañamiento
a personas de la tercera edad o con
alguna discapacidad, visitas a orfanatos, recolección de víveres, voluntariados en hospitales, acompañamiento con niños y
jóvenes de la calle, talleres educativos, refuerzo escolar, proyectos ecológicos y de
recolección de basura, etcétera. Por esa razón, es de suma importancia que se reivindique el dinamismo
de los jóvenes como una dimensión constitutiva de las comunidades religiosas, para que desde
allí ellas puedan ofrecer un aporte positivo a la sociedad.
A pesar de
que las juventudes creyentes han empezado a adquirir una conciencia social más fuerte, hay muchos que argumentan que las
religiones son un estorbo para el progreso social, debido a que promueven espiritualidades
alienantes y desencarnadas de la realidad. Por muy negativa que parezca una mentalidad de este
tipo, esta actitud antirreligiosa ha tenido sus buenas razones para sostener que la religiones son
muchas veces el opio de la sociedad,
pues cada vez que alguna religión tiende
a estimular una piedad espiritualista que abstrae al creyente de su compromiso ético y social, en ese momento esa
comunidad religiosa se convierte en un óbice para la construcción de una mejor
humanidad. Esta nueva cultura antirreligiosa que ha venido tomando más auge entre los jóvenes urbanos, debería
conducir a las religiones a una reflexión más seria acerca del rol tan
trascendental que juegan dentro de la sociedad guatemalteca.
Desde ese
tenor, es fundamental que las comunidades religiosas (desde sus propias
estructuras e identidades) trabajen por
el bien común, sin embargo, en una sociedad donde impera el fundamentalismo y
la intolerancia, es aún más necesario que los grupos religiosos trabajen colectiva y organizadamente, no sólo para
resolver problemas sociales como la pobreza y la violencia sino también para
demostrar que la diversidad de opiniones y de pensamiento no son un impedimento para la configuración de las
relaciones humanas. La incursión de este diálogo ecuménico e interreligioso supone un reto muy
grande para las religiones en Guatemala, ya que
requiere de mucha humildad y madurez, pero es sin duda un camino que
debe irse abriendo para vencer la intolerancia y la violencia religiosa tan
enquistadas en la cultura guatemalteca.
Como se
mencionó en el inciso anterior, la mayoría de jóvenes del Área Metropolitana no toma en cuenta la diversidad étnica y
religiosa como factores determinantes para entablar relaciones de amistad, lo cual es un indicio
muy positivo para el diálogo interreligioso, pues pone de manifiesto la predisposición entre los jóvenes urbanos por crear redes de relaciones interpersonales sin importar el credo que se
profese. Aunado a ello, las juventudes urbanas están conscientes que el primer paso para dar
solución a los problemas sociales consiste en organizarse, pues ellos mejor que nadie saben que los
cometidos se logran solamente a través de la unidad.
Todas estas
actitudes son indudablemente signos bastante alentadores que deben ser
valorados por las religiones, puesto que
revelan la apertura y predisposición entre jóvenes de distintos credos para trabajar conjuntamente por una mejor
sociedad.