(Tomado
de Telesur)
SOLAPAR
NOS CONVIERTE EN CÓMPLICES
Muchos
preferimos vivir en nuestra burbuja y cerrar los ojos a la realidad,
quedarnos en la pasividad, voltear para otro lado y guardar silencio.
Esto respecto a la corrupción del gobierno y a la ineficacia de un
Estado fallido. Esto en relación a la violencia sistemática y a la
impunidad. Al tráfico de influencias y a la manipulación de los
medios de comunicación. Preferimos quedarnos al margen de la
injusticia, porque es más cómodo no involucrarse, porque
involucrarse exige respeto hacia uno mismo y hacia los otros y sobre
todo: honestidad, responsabilidad y entereza.
Y no estamos preparados para rifarnos el pellejo por otros, no aprendimos de solidaridad y de colectividad. Creemos ilusamente que nunca nos tocará a nosotros, que eso solo les pasa a otros: a los que están metidos en cosas.
Y no estamos preparados para rifarnos el pellejo por otros, no aprendimos de solidaridad y de colectividad. Creemos ilusamente que nunca nos tocará a nosotros, que eso solo les pasa a otros: a los que están metidos en cosas.
El
sistema nos ha preparado generacionalmente para agachar la cabeza y
obedecer a patrones capitalistas; respondemos solamente al derecho
de nuestra solamente al derecho de nuestra nariz, vamos a la
universidad para convertirnos en azadones y escupir la mano de quien
nos dio de comer. El sistema educativo nos prepara para estafar y
tiranizar; por un cartón que muy bien podría servir como papel de
baño en cualquier emergencia, o para encender el fuego para hervir
los frijoles en cualquier aldea, nos creemos intocables y con el
derecho a menospreciar y a asaltar a quien menos tiene. Y nos
honramos en robar con el respaldo de la ley. Para eso somos
profesionales, ¡Chish la mierda!
Amasamos
fortunas pensando que cuando nos muramos nos las van a echar a la
caja, o peor aún, creyéndonos inmortales. Entre más dinero y entre
más cartones, nos vamos volviendo más imbéciles, robotizados,
marionetas, acrecentando nuestra insensibilidad. Entonces creemos que
vivir es tener un reloj de marca, la ropa de moda, el carro de último
modelo, las amistades compradas y obedientes, contactos en las altas
esferas de la sociedad, los viajes por el mundo; pregonamos nuestra
falsa felicidad para que otros nos alaben, nos envidien y nos
respeten. Vivimos como el capitalismo quiere: imbéciles, sin
criterio propio, ruines, títeres que el estafador de turno puede
manipular.
Mientras
nos mantienen ocupados con un televisor que a alguien se le ocurrió
que sería el anzuelo perfecto para succionar cerebros, o mientras
fanfarroneamos con nuestro carro nuevo, con el armario lleno de
zapatos, creyéndonos exitosos; poderosas transnacionales secan y
envenenan el agua de nuestros ríos. Solo porque a alguien sin oficio
se le ocurrió manipular a la masa mundial haciéndonos creer que
ciertos minerales son valiosos fuera de las entrañas de la tierra.
Todo tiene su hábitat natural y no debemos tocarlo, porque no nos
pertenece, estamos en esta tierra solo de paso. Y solapamos esa
hipótesis con nuestro silencio y no solo, también comprando esos
minerales que solo pertenecen a las entrañas de la tierra. Somos
cómplices del ecocidio mundial que las minerías ocasionan y del
trabajo esclavo, porque bien sabemos que miles de personas alrededor
del mundo siguen siendo explotadas y violentadas por el tráfico de
minerales: los diamantes de sangre, son un ejemplo y los mineros que
cada poco mueren soterrados.
¿En
qué momento permitimos que existieran especies en peligro de
extinción? Por qué no hacemos justicia y nos extinguimos nosotros
como humanos, que somos los que estamos acabando con el planeta. Los
gobiernos de corte neoliberal oprimen a los Pueblos Originarios, un
genocidio lento de más de 500 años. Nosotros solapamos con nuestro
silencio, somos cómplices. Porque a no sé a quién se le ocurrió
que unas etnias por distintas entran en el rubro de personas,
mientras otras pasan como animales de carga. Nunca nos preguntamos,
¿y si yo estuviera en su lugar? O simplemente saber que la
diversidad nos engrandece como humanidad.
A
la vuelta de la esquina, al otro lado del cerco, a media cuadra, de
día y de noche, la violencia institucionalizada realiza limpiezas
sociales en las periferias; niñas, niños y adolescentes amanecen
asesinados y torturados, y nosotros cómodamente rascándonos la
panza decimos sin parpadear: “en algo andaban.” Solapamos porque
juzgamos con nuestros pre conceptos producto de un sistema patriarcal
y de castas, como sociedad de mente colonizada que hace alarde de su
racismo y clasismo.
Mafias
poderosas de carácter internacional, infestan la sociedad en la que
vivimos, están en todos lados: deportes, televisión, radio,
escuela, gobierno, sistema. De reojo las vemos pasar y procuramos no
hacer ruido para que no nos miren. Al margen, con las piernas
temblando de miedo y cobardía, observamos cómo devastan el país,
pero si hay tajada y nos comparten del festín, celebramos el asalto
y acariciamos el botín. Seguimos alimentando el patriarcado que
tanto daño nos hace como humanidad, porque a unos cuántos los
beneficia y si nosotros estamos entre los beneficiados pues le
soltamos el hilo. Lo mismo que a la impunidad.
Sigamos
pensando, ingenuamente, que nosotros estamos fuera del sistema y que
nuestro mundo es aparte, que nuestra burbuja es intocable, que nunca
conoceremos el dolor de la injusticia, sigamos abusando de la
naturaleza, sigamos siendo insensibles e inhumanos. Sigamos con
nuestros pre conceptos, asaltando con nuestros títulos
universitarios. Sigamos viendo de reojo, calladita la boca. Sigamos
solapando con nuestro silencio y pasividad, sigamos siendo cómplices
de sistemas patriarcales, injustos, corruptos, manipuladores y
opresores.
Y
como decimos en Guatemala, sigamos así, que chulos nos miramos.