EL ICONO DE LA TRINIDAD DE ANDREI RUBLEV
EXPLICACIÓN
DE ALGUNOS ELEMENTOS DEL ÍCONO
Lic. Jorge Fazzari
1.
A
lo largo de los siglos los teólogos han intentado adentrarse en el misterio de
la Trinidad, los santos lo han vivido, los místicos lo han gustado, pero fue
Andrei Rublev quien logró el mejor intento de pintarlo, para introducir en él
al pueblo cristiano. Su icono de la Trinidad, obra maestra del arte pictórico,
es también un compendio de teología trinitaria que se ofrece a la mirada de la
fe. Data del año 1411 aproximadamente y se encuentra actualmente en la Galería Tetriakov de
Moscú. La imagen original tiene un tamaño de 142 cm. de alto, por 114 cm. de
ancho.
2.
La
palabra ícono (o icono) es de origen griego, y significa “imagen”. Pero en la
tradición cristiana oriental, el ícono es mucho más que “un cuadro”: el ícono
es “como un sacramento”, en cuanto que –desde lo visible – quiere introducirnos
en el misterio invisible de Dios. Por eso, al ícono se lo venera, como la
imagen sagrada que es. Y, sobre todo, el ícono es camino hacia la
contemplación.
El Catecismo de la Iglesia Católica
nos dice que, –cuando profesamos con
palabras nuestra fe en Dios – “no creemos en las fórmulas, sino en las
realidades que éstas expresan y que la fe nos permite tocar. «El acto de fe del
creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad enunciada» (Santo
Tomás de Aquino). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de
las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe,
celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.” (CCE 170).
El ícono, de alguna manera, cumple una función parecida –no en el plano de las
palabras – sino en el plano de la
imagen: la propuesta es no quedarse en la imagen, sino que la imagen nos
remita a la Infinita Realidad de Dios.
3.
En
este caso, el icono está inspirado en la visita de “el Señor” a Abraham junto
al encinar de Mambré (Gen 18, 1-15). A través de esa escena del Antiguo
Testamento se abre todo un campo de simbología teológica que nos conduce hasta
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
4.
En
primer lugar podemos ver la escena en general, tenemos Tres Personas sentadas
en torno a una mesa con una copa en medio. La Persona central resalta –además de su posición – por el
intenso rojo de su túnica que contrasta fuertemente con el azul del manto
(rojo: verdadero hombre; azul: verdadero Dios): es el Hijo de Dios. Viene de un
largo camino, por eso el cuello de su túnica está ligeramente descolocado, una
estola dorada cae sobre su hombro derecho. Está mirando hacia su derecha, hacia
Dios Padre que está vestido con una túnica azul casi totalmente cubierta por un
manto semitransparente. Está como recibiendo al recién llegado, su postura es
de reposo. A la derecha tenemos al Espíritu Santo, cruzado por el bastón que
sostiene con la mano izquierda. La mano derecha casi parece apoyarse en la mesa
para levantarse. La túnica es azul, como en el caso de las otras dos Personas,
pero el manto es de un verde igual al del suelo sobre el que se apoyan los
bancos en que están sentados los Tres.
5.
El
azul de las túnicas representa la divinidad de las Tres Personas, iguales y
distintas a la vez. En el Padre, el azul casi no se ve, pues “a Dios nadie le
ha visto jamás” (Jn 1, 18); y el azul está cubierto por un manto que tiene una
multitud de colores: dorado, plateado, azul, rojo, ocre, amarillo, tintes
nacarados:
es como un
arco iris, lo cual evoca que el Padre “es la fuente y el origen de toda la
divinidad” (CCE 245). En el Hijo, el azul se combina con el púrpura y muestra
el misterio de su amor hasta la muerte. En el Espíritu Santo, el azul se
combina con el verde (color que también tiene el suelo, a sus pies): es el
“Señor y vivificante” que da vida a toda la creación. Además, en el Espíritu,
el azul –que es la divinidad – se acerca al suelo, derramándose sobre la
creación como una cascada.
6.
El Hijo tiene su cabeza vuelta hacia
el Padre, que es quien lo engendró; el Espíritu Santo tiene su cabeza vuelta
hacia el Hijo y el Padre, pues procede del Padre y del Hijo. El Padre tiene la cabeza erguida, el
Hijo algo inclinada, y el Espíritu Santo un poco más inclinada aún, indicando
estas mismas relaciones de origen.
7.
Las
Tres Personas tienen un rostro muy semejante, para representar su igualdad y su
co-eternidad. Pues –por un lado, como proclamamos en el Credo– es verdad que el
Padre engendra el Hijo, pero –por otro lado– también es verdad que nunca hubo
“un momento” cuando el Padre estuviera sin el Hijo, porque en la eternidad no
hay momentos. Como decía San Juan de la Cruz: “el Padre le da siempre su
sustancia, y el Hijo desde siempre la tenía” (“Romance sobre la Trinidad”).
8.
Otro
elemento que muestra la igualdad de las Tres Personas Divinas, es el hecho de
–si unimos con líneas los dos extremos de la mesa, con la cabeza de la Persona
del Hijo, que está en el centro- obtenemos un triángulo equilátero.
9.
Al
mismo tiempo, contemplamos la comunión de las Personas, en el siguiente
elemento: si quitamos los espacios que las separan, veremos que los perfiles de
las Tres Personas quedan fusionados.
10.
Por
otra parte, el rostro del Espíritu Santo se dirige –con mirada atenta– al
rectángulo que está en el frente de la mesa: el rectángulo representa al mundo
(que tiene cuatro puntos cardinales, cuatro estaciones y –según el pensamiento
antiguo – cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire: el cuatro es el símbolo
del mundo, como el tres es el símbolo de Dios).
11.
Las
Personas muestran figuras esbeltas: el cuerpo es catorce veces el tamaño de la
cabeza, en lugar de siete veces (que es la dimensión normal).
12.
Hay
un movimiento que parte del pie derecho de la Persona de la derecha, continúa
en la inclinación de su cabeza, pasa a la Persona central, arrastra
irresistiblemente el cosmos: la roca, el árbol, y se resuelve en la posición
vertical de la Persona de la izquierda, donde entra en reposo, como en un receptáculo...
un hogar.
13.
Y
vemos que, si bien el mundo está más acá de Dios, como un ser de naturaleza
diferente, al mismo tiempo está incluido en el círculo sagrado de la comunión
de la Trinidad; como en la visión que tuvo San Benito al final de su vida,
cuando “vio todo el universo en Dios”, o como nos enseña San Pablo, cuando dice
que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
14.
El
cuadro se puede dividir en dos zonas, una rectangular superior, donde se ven
una casa, un árbol y una montaña. Son signos de las grandes realidades
religiosas del Antiguo y del Nuevo Testamento. La casa es el lugar de la
presencia de Dios en medio de su pueblo (el Templo en el Antiguo Testamento;
Jesús –y la Iglesia – en el Nuevo Testamento; y también la Casa del Padre, en
el cielo futuro), el árbol es el lugar de la prueba (la prueba que vence al
hombre en el árbol del bien y del mal del que come Adán y aquella en la que el
hombre sale vencedor en el árbol de la cruz) la montaña es el lugar de la ley (la
que dio Moisés en el Sinaí y la nueva ley de Jesús en el sermón del monte); y
también donde Elías percibió al Señor como “el susurro de una brisa suave” (1
Re 19, 12), ámbito de misterio: la elevación, el éxtasis, el aliento de los
espacios y de las cumbres proféticas. Entonces, por una parte, el fondo del
cuadro es una representación simbólica que, de algún modo, intenta abarcar toda
la historia de la salvación. Pero, por
otra parte, estos tres elementos simbolizan toda la creación: la roca
representa los elementos materiales de la creación; el árbol representa los
seres vivos; y la casa, representa la actividad humana en el mundo, la cultura
que implica “la tierra y el trabajo del hombre”.
En definitiva, entonces, los tres
elementos que están en segundo plano representan toda la creación y toda la
historia de la salvación. Pero, en primer plano, están las Personas divinas,
que son quienes crean y salvan.
15.
Pasando
a la organización de las Tres Personas que están en primer plano observamos que
están estructurados en forma circular. Un círculo exterior los enmarca y un
círculo interior, señalado por el borde de la manga de la Persona central,
reitera y profundiza el movimiento circular de la imagen. Esta organización
circular hace que el cuadro tenga un movimiento propio, la mirada del
observador es conducida de una Persona a otra, en un camino infinito. Es la
vida del Dios trino que se pone ante nuestros ojos. Dios no es un puro
permanecer en sí mismo, un absoluto quieto y muerto, sino que el ser de Dios es
un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que
nos va introduciendo la circularidad del cuadro.
Todo esto da a la imagen, un “movimiento
inmóvil” que evoca la Vida y Perfección infinitas de la Trinidad.
16.
Esta
vida se enmarca en un doble octógono que forman las bases sobre las que están
situados los sitiales de las Personas laterales en combinación, bien con las
cabezas de estas mismas Personas, bien con la casa y la montaña del plano
superior. El ocho representa el octavo día, el primer día de la nueva semana,
es el domingo de la resurrección. Este día tiene dos centros, por una parte la
copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el seno de la Persona
central: el Hijo.
A través del
amor de Cristo, que se nos ofrece como realidad creada en la Eucaristía, se
realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que es apertura a la
eternidad de Dios. Compartir la copa eucarística es adentrarse en el misterio
del amor que mana del seno de Cristo.
17.
Esta
unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por una tercera estructura:
las siluetas de las Personas laterales representan una copa, reproducción de la
copa central. Esta segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del
Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa
central: Jesucristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte
simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de
resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce. La
invitación de Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en el
Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el
sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo.
Además, si trazamos la línea horizontal que
une los dos extremos superiores de “la copa grande”, vemos que esa línea
horizontal pasa justo por encima del corazón del Hijo. Y, si –a esa línea
horizontal – la cruzamos en el medio con una línea vertical, que vaya de la
cabeza del Hijo a “la copa pequeña” que está sobre la mesa, nos queda el dibujo
de... ¡la Cruz!
18.
Las
manos de las Tres Personas convergen en el signo de la eucaristía: ésta es el
punto de aplicación del amor divino: las Tres Personas Divinas realizan
conjuntamente la salvación del hombre, y este es el tema de su diálogo, evocado
en la centralidad de la copa.
19.
La
presentación de la Eucaristía no se realiza simplemente como algo externo, sino
que el autor quiere con el cuadro invitarnos a participar de ella. Si dividimos
las partes superior e inferior del cuadro nos daremos cuenta de un efecto
importante. En la parte superior aparece resaltada la figura central, el Hijo.
Si el cuadro fuese únicamente esta parte superior pensaríamos que el Hijo está
situado delante de las otras dos figuras. Sin embargo, cuando miramos la parte inferior del
cuadro de forma independiente el efecto es el contrario, la colocación de la
mesa y de las piernas de los dos comensales produce el efecto de que la Persona
central está más retirada. Por medio de esto se produce una estructura espacial
cóncava, es como si fuésemos invitados a entrar dentro de la mesa, el Hijo se
adelanta a llamarnos a ella.
20.
Además,
si imaginamos una cuarta persona, parada sobre la parcela de suelo que está
frente a la mesa –persona que nos representaría a nosotros, que estamos
invitados a entrar en la imagen –, veremos que entre las cuatro cabezas se
dibujaría, entonces, un rombo regular.
21.
Situados
en el interior de esta mesa eucarística podemos asistir a la relación entre las
Tres Personas Divinas, es una relación doble que se establece a través de las
miradas y de las manos. Las miradas representan la relación interna de las Tres
Divinas Personas, las manos su participación en la historia de la salvación.
Hay un cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, y en el centro de este cruce
se introduce la mirada del Espíritu Santo, es la
vida interna de la Trinidad de Dios, continua generación de amor entre el Padre
y el Hijo y continua presencia de amor recogido en el Espíritu.
22.
Y
este amor divino no está destinado a permanecer encerrado en Dios, al
contrario, se derrama en el mundo, la mano del Padre envía al Hijo que con la
suya, al mismo tiempo que bendice la copa eucarística, señala al Espíritu en
quien se recoge toda bendición para la salvación del mundo. Si finalmente nos
fijamos en los bastones nos daremos cuenta de que, al mismo tiempo que señalan
los espacios de las Tres Divinas Personas, entre el segundo y el tercero
enmarcan el pie del Espíritu Santo. Es Dios que está a punto de levantarse y
salir a nuestro encuentro.
23.
Y
aquí nos quedamos, hemos entrado en la vida misma de Dios, la hemos contemplado
y la hemos gozado, ahora esa vida se dirige a nosotros, a nuestra vida creada
para llenarla con la gracia divina.
24.
Este
es el momento final, porque no se trata de un icono para ver como espectador,
sino para contemplar y vivir como cristiano, si hemos reposado en la vida
trinitaria de Dios ahora él quiere reposarse también en nuestra propia vida.
Por eso podemos invocar a la Trinidad divina diciendo:
“Dios mío, Trinidad que adoro,
ayúdame a olvidarme enteramente de mí
mismo
para
establecerme en ti, inmóvil y
apacible
como si
mi alma estuviera ya en la eternidad;
que nada pueda turbar mi paz,
ni
hacerme salir de ti, mi inmutable,
sino
que cada minuto me lleve más lejos
en la
profundidad de tu Misterio.
Pacifica mi
alma.
Haz de ella tu cielo, tu morada amada
y el lugar de tu reposo.
Que yo
no te deje jamás solo en ella,
sino que
yo esté totalmente allí,
totalmente
despierto en mi fe,
totalmente en adoración,
totalmente entregado a tu acción creadora”.
[Oración de la carmelita descalza Beata Isabel
de la Trinidad, citada en el Catecismo de la Iglesia Católica, 260].
“El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe». «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos».” [Catecismo de la Iglesia Católica, 234].
“El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe». «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos».” [Catecismo de la Iglesia Católica, 234].
“El núcleo del contenido evangelizador: Hoy, como Iglesia fraterna y misionera, queremos reafirmar el mensaje fundamental. Lo que siempre hemos de destacar cuando anunciamos el Evangelio: JESUCRISTO RESUCITADO
NOS DA EL ESPÍRITU SANTO Y NOS LLEVA AL PADRE. LA TRINIDAD ES EL FUNDAMENTO MÁS PROFUNDO DE LA DIGNIDAD DE CADA PERSONA HUMANA Y DE
LA COMUNIÓN FRATERNA.”
[CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Navega Mar Adentro 50].
“Ves la Trinidad, si ves el amor” [Benedicto XVI, Dios es Amor 19].
“Ves la Trinidad, si ves el amor” [Benedicto XVI, Dios es Amor 19].
Bibliografía.
– Catecismo de la Iglesia Católica.
– UCA, Instituto de Espiritualidad y Acción Pastoral, La glorificación de la Trinidad, (folleto realizado por el Pbro. Dr. Fernando Ortega para el Jubileo del año 2000).
– www.elescoliasta.org, El ícono de la Trinidad de Rublev.
– J. FAZZARI, Meditaciones sobre la Trinidad, Buenos Aires, Claretiana, 2005.